En medio del bosque tropical húmedo de Costa Rica se encuentra una de las colecciones de información más valiosas del mundo para comprender el impacto del cambio climático en el medio ambiente.
Se trata de un invaluable cúmulo de conocimiento que desde hace 50 años es alimentado de manera ininterrumpida en uno de los laboratorios naturales más llamativos del mundo: la estación biológica La Selva, en Sarapiquí de Heredia, una reserva privada ubicada 83 kilómetros al norte de la capital, San José.
Esta singular base de datos va mas allá de números y gráficos, o sofisticados equipos tecnológicos para su almacenamiento. Es una información viviente, resguardada en 1.600 hectáreas de bosque primario y secundario, así como humedales y otros tipos de pequeños ecosistemas.
Aquí el conocimiento trasciende las paredes de las aulas o edificios, y puede ser accedido con facilidad al recorrer un total de 62 kilómetros de senderos, bajo la sombra de los árboles y acompañados por el sonido de las aves y el aullido de los monos.
La estabilidad política y social de Costa Rica ha permitido que durante medio siglo La Selva desarrolle su labor sin mayores sobresaltos, eso sí, alejados del bullicio de la ciudad, en Puerto Viejo de Sarapiquí, donde las principales actividades económicas son la agricultura y el turismo.
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Muchos de estos proyectos se han prolongado por 30 o hasta 40 años, dejando en evidencia los efectos del cambio climático en la misma estación biológica. Sus registros dan prueba de cómo ha incrementado la temperatura en el lugar, además de la desaparición de ciertas especies y el proceso de reemplazo de estas por otras.
El cambio está ocurriendo
El doctor Carlos de la Rosa no necesita que lo convenzan sobre la existencia del cambio climático, para él está claro que ocurre y que La Selva ha logrado llevarle el pulso por medio de décadas de investigación.
Este ecólogo acuático, de origen venezolano, y apasionado conservacionista dirige la estación biológica desde el año 2002.
El científico será uno de los expositores del I Congreso Latinoamericano sobre Sostenibilidad, Ecología y Evolución (SEE), que se realizará en el Parque Viva, en la Guácima de Alajuela, del 26 al 29 de setiembre.
Ahí el experto compartirá parte del trabajo que realiza en la estación biológica, que más allá de un lugar de trabajo, es también su casa, pues habita en una de las residencias ubicadas en el interior de la reserva.
Aun con el pasar del tiempo de la Rosa no deja de sorprenderse por los secretos que encierra el bosque y los nuevos descubrimientos que pueden hacerse únicamente caminando por sus rincones, así como la gran cantidad de especies que se cruzan a su paso, sin temer a la presencia de seres humanos.
Monos sentados en la barandilla del puente, pavos que circulan sin alguna preocupación, saínos o chanchos de monte, murciélagos y otras especies podrán ser observadas por quienes adquieran el paquete Experiencia Oro en el sitio web laboleteria.cr para asistir al SEE 2018. Esto por cuando La Selva será parte de las giras programadas durante el evento.
Un ejemplo de los proyectos a largo plazo que se han originado en esta reserva fue desarrollado por David y Deborah Clarke, una pareja de esposos que dirigió de manera conjunta la estación biológica.
Por más de 35 años estos científicos midieron el crecimiento de los árboles y, con el paso del tiempo, comenzaron a notar ciertos patrones, así como la relación que tiene este proceso con los factores atmosféricos y metereológicos.
"El dato que causó más interés fue la temperatura del suelo, cuanto más caliente estaba el suelo menos crecían los árboles, te das cuenta que la temperatura va a llegar a un punto en el que esas especies no van a crecer, y cuando dejan de crecer se van a morir", comentó de la Rosa.
"Estamos llegando a los límites del nicho ideal de muchas especies tanto de animales como de plantas y estos son datos muy importantes para saber eso", advirtió el experto.
Esto para el investigador es una muestra de la imperativa transformación radical que deben hacer las sociedades y las grandes potencias, especialmente aquellas que no quieren aceptar que el cambio está ocurriendo.
"Es un problema global, y por ejemplo, va a ser un golpe muy fuerte para las comunidades costeras, por hacer de oídos sordos, pero ese es el beneficio de estos estudios a largo plazo que a veces empiezas con una pregunta, respondes algo y te salen diez preguntas nuevas. A veces estos datos te dan una habilidad de predecir qué es lo que pueda pasar”, aseguró.
Los embates del cambio climático también son palpables con cada año que pasa, debido a la crecida de los ríos, lo que provoca que estos se salgan de su cauce inundando la reserva biológica y convirtiendo las lanchas en el único medio de movilización posible entre los distintos puntos de la estación.
Un nuevo fenómeno ocurrió en mayo que mostró a los investigadores y personal de La Selva, la fuerza de la naturaleza, cuando fuertes vientos derribaron de forma violenta varios de los árboles alrededor de la finca.
"Esto nos hace preguntarnos: ¿qué va a pasar? ¿eso se va a intensificar?", se cuestionó de la Rosa.
La biblioteca del futuro
El director de La Selva estima que en el mundo hay al menos unas 8.000.000 especies entre plantas, animales, bacterias y hongos, de las cuales apenas tenemos conocimiento del 25% .
En Costa Rica este porcentaje se reduce a tan solo el 18% de la biodiversidad que se encuentra en el territorio.
Esto quiere decir que si cada especie es un libro original, el 82% de los ejemplares en esta biblioteca de Costa Rica, son inéditos, nunca se han leído, no tienen título, ni se han catalogado, por lo que desconocemos lo que se esconde en su interior.
"Si tienen compuestos únicos, si dependemos de algo de esa especie, de una conexión con algo más, no lo conocemos, es información que no ha sido estudiada y cada semana agarramos un estante de esa biblioteca inédita de libros originales y los molemos para hacer papel de baño con ellos", señaló el venezolano.
"Estamos perdiendo la biblioteca del futuro, de donde van a salir los próximos alimentos, medicinas, necesitamos estudiarla y conocerla", añadió.
El científico es claro en señalar una y otra vez la necesidad de proteger los ecosistemas y la importancia de su revalorización, más allá de la ganancia que se pueda obtener por la utilidad de sus suelos, madera o la carne que en ellos se pueda encontrar.
Posible cura para el cáncer
La pasión que siente de la Rosa por la conservación de los ecosistemas tiene una razón muy profunda y personal, que hace 30 años significó una lucha entre la vida o la muerte.
"La planta Catharanthus roseus es muy importante para mí personalmente, si no fuera por esa plantita yo no estaría hablando contigo hoy, me hubiera muerto hace 30 años, para mí salvar este bosque es personal, porque yo sé el potencial que tiene para salvar vidas, porque mi propia vida salió de un bosque como este en Madagascar", contó.
Conocida también con los nombres de Vinca rosa, Pervinca tropical y Pervenche de Madagascar en francés, la planta es empleada para combatir ciertos tipos de cáncer como el que una vez afectó al investigador.
"Imagínate tener en las manos y conocer que hay curas para cánceres que en este momento son incurables pero no los vamos a desarrollar porque queremos sacar la madera y vamos a destruir ese bosque, yo no podría vivir con eso, decirle a alguien con cáncer que no, no vamos a poder curarte porque decidimos cortar ese bosque para hacer plata", expresó.
La solución para este amante de la naturaleza es convertir la conservación en algo personal, no solamente dejarla en las manos de los científicos o estudiantes, sino retornar a la conexión que una vez tuvieron nuestros antepasados con su entorno.