Datos históricos de los últimos 10 años indican que durante la fase más severa del fenómeno El Niño, que se dio entre 2014 y 2016, el caudal promedio o nivel de agua disponible bajó más de la mitad en algunas zonas.
Las proyecciones para esta nueva llegada de El Niño no parecieran ser más alentadoras, como lo manifestó el químico e hidrólogo costarricense Ricardo Sánchez Murillo, investigador de la Universidad de Texas en Arlington, quien analizó los datos en conjunto con especialistas de la Universidad Nacional (UNA), la Universidad de Costa Rica (UCR) y de la Empresa de Servicios Públicos de Heredia (ESPH).
“La gran pregunta que sigue existiendo es cómo podemos predecir esos impactos y cómo nos podemos preparar para El Niño”, dijo.
Sánchez y sus compañeros trabajan con la información que ha arrojado el monitoreo de una década con el fin de revisar lo ocurrido, acercarse más a lo que podría suceder y tomar previsiones.
“La única forma es aprender de los eventos anteriores. Las redes de monitoreo son esenciales y el país debe tratar de invertir más dinero en monitoreo hidrológico y meteorológico”, sugirió Sánchez.
Según dijo, hay rangos observados que pueden repetirse.
Esa información histórica comprobó que El Niño influye directamente sobre el caudal mínimo de los cuerpos de agua que abastecen a las comunidades. Ese caudal mínimo o caudal base es el mínimo que la cuenca puede mantener en ausencia de precipitaciones. La afectación se da de dos formas: disminuye la cantidad de agua disponible y prolonga ese periodo.
“El consumo sigue siendo el mismo. Ese es el problema. Se consume igual, pero el agua disponible baja en un 30%, 40%, 50% o más y eso produce grandes retos para abastecer a la misma población, con el mismo consumo, pero mucho menos agua”, alertó Sánchez.
Los estudios parten de una red de monitoreo que se creó para analizar lo sucedido por efectos del fenómeno en la parte norte del Valle Central, que comprende las cercanías del volcán Barva, el Paso de la Palma y hasta las laderas que van hacia el oeste del volcán Irazú. De allí se abastecen de agua unas 15 municipalidades.
“La red tiene 10 años de monitoreo constante de precipitación, descarga de nacientes y cuánta agua producen la descarga de nacientes; la ESPH nos ayuda a medir los niveles de pozos. Vemos cómo fluctúa el nivel de agua subterránea y vemos la composición del agua”, explicó.
Con base en estos datos se ven las reducciones de lluvia durante el fenómeno, pero también, cuánto bajan las aguas de los caudales, de los mantos acuíferos y del agua subterránea. Esta se convirtió en una forma de medir y proyectar el impacto de El Niño.
Las fuentes de agua subterránea y las nacientes son vitales en este análisis, pues, aclaró Sánchez, esto no puede analizarse solo con niveles de agua llovida. Las cuencas, dijo, son grandes contenedores, almacenan agua y luego la liberan hacia ríos y otras fuentes. Ese contenedor, sin embargo, puede estar muy lleno o muy vacío y eso influye en la cantidad de agua que se libera.
“Hay gente que piensa que porque en una zona llueve mucho no tiene por qué haber escasez; eso es incorrecto. Eso depende de los suelos, de la capacidad de infiltración y del uso de suelo que le demos. La respuesta de las aguas subterráneas, de las nacientes, tienen un retraso. Pudimos haber tenido lluvias que esto se reflejará en unos meses, porque ‘reaccionan’ meses después”, insistió.
“Por eso no es como decir ‘hoy llovió mucho, ya mañana se llena el caudal’. Eso toma tiempo. El agua tiene un tiempo de tránsito en la cuenca y ese tiempo es variable, pueden ser semanas o meses”, añadió.
¿Qué es el fenómeno ‘El Niño’?
El Niño, como popularmente se le conoce, es parte del fenómeno El Niño-Oscilación del Sur (ENOS), que tiene tres fases: El Niño, La Niña y la fase neutra.
El Niño es un calentamiento anormal en las aguas superficiales del océano Pacífico Ecuatorial. En La Niña se da un enfriamiento anormal. Los datos históricos estudiados por Sánchez y su equipo tomaron en cuenta las tres fases.
El Niño, explicó el científico, lleva su nombre porque su descubrimiento se dio en una época cercana a las fiestas de Navidad.
Según el investigador, este fenómeno genera cambios sustanciales en la velocidad de los vientos y también produce cambios en la precipitación.
“En Centroamérica y Caribe, El Niño se caracteriza por un déficit de lluvias y aumento de temperaturas. Hay menos abastecimiento de agua potable. Afecta mucho más la vertiente del Pacífico que la del Caribe”, resumió.
Sin embargo, estos fenómenos no son siempre iguales. Por ejemplo, de 2014 a 2016, el impacto mayoritario fue en Guanacaste y fue muy débil en el Valle Central. En 2018, se invirtieron los papeles.
“El Niño no provoca impactos lineales y por eso es todo un reto realmente predecir el impacto que va a tener El Niño o La Niña”, destacó.
Desde 2014, el análisis incluye trazadores ambientales. ¿En qué consisten? No todas las moléculas de agua que hay en la lluvia o en los mantos acuíferos son iguales. Sánchez lo define como una familia donde hay primos, moléculas semejantes a otras, pero no iguales, como nosotros lo seríamos de un primo hermano, a quien podemos parecernos un poco pero tenemos características distintas.
Esto también ayudaría a ver las características del agua.
¿Qué dicen los datos?
En sus resultados, los investigadores encontraron que existe una relación de algunos indicadores de este fenómeno con los frentes fríos. Con base en estos datos, se podría saber cuánta agua se tendría disponible.
“En otras palabras, se podría proyectar cuánta lluvia se podría esperar en ese periodo y saber la respuesta de las nacientes y aguas subterráneas de esas zonas que estudiamos. Esto podría hacerse también en otras zonas del país”, manifestó.
Los resultados vieron que, cuando se tiene El Niño, el caudal de las nacientes en el norte de Heredia tiene capacidad de mantener su nivel promedio solo en un 20% del tiempo, en un 80% no lo produce. El agua disponible, según la zona, bajó entre un 30% y un 60%.
“Antes sabíamos, llueve más o llueve menos, pero ¿cuál es el impacto real de la cantidad de agua? Ya con este estudio tenemos presencia de caudales más pequeños hasta en un 80% del tiempo. Para cualquier operador de servicios de agua esto es inoperable”, destacó.
La Niña, por su parte, aunque causa inundaciones, ayuda a paliar los niveles de escasez, porque el caudal sí se mantiene estable el 80% del tiempo.
¿El retraso de la época lluviosa influye?
El Niño y la sequía que podría venir de su mano se unen a una época lluviosa que ha retrasado su ingreso en casi todo el país. Mayo, que usualmente es un mes lluvioso, se perfila como uno de los más secos en varias partes del país.
Para Sánchez, la escasez de agua que vivimos actualmente, y que provoca racionamientos se debe a que en las zonas más altas dependemos de las descargas de las nacientes. Dichas nacientes se nutren con algo a lo que casi no le prestamos atención: los frentes fríos y esa llovizna que traen durante los meses de noviembre, diciembre, enero e incluso febrero. Esos frentes fríos “recargan” el caudal base, es decir, el que se tiene cuando no hay lluvia. Esta vez, la presencia de frentes fríos fue mucho menor.
“Nosotros sentimos nada más frío, pero en la montaña está lloviendo”, manifestó.
El gran problema: el agua desperdiciada
No toda el agua de los caudales llega hasta los grifos de los hogares, comercios, empresas o instituciones.
“Si hablamos de que tenemos pérdidas en las tuberías entre un 30% y un 50%, por dar un número típico de Latinoamérica, por cada 100 litros que mandamos a la tubería para consumo, 30 a 50 litros se pierden en las tuberías, entonces ese es un problema que debemos atender”, subrayó Sánchez.
Otro problema es que no hay reservorios de agua. Se tiene el embalse de Arenal y esto ayuda mucho, pero no hay más iniciativas de retención de agua en las aguas montañosas para así tomar el agua de esas zonas, evitar inundaciones y además tener reservas para eventuales sequías.
Un factor más a considerar es que la contaminación de los ríos hace que no se pueda disponer de esa agua para consumo humano y su tratamiento sería sumamente costoso.
“Muchos problemas no están relacionados solo con la cantidad de agua, también con la infraestructura”, comentó.