La cuenca del río Tempisque, en Guanacaste, recorre 180 kilómetros en cuyos bordes hay bosque húmedo y seco, sabanas arboladas y manglares.
Entre los cero y los 600 metros sobre el nivel del mar, estos márgenes son hábitat del cocodrilo ( Crocodylus acutus ).
Lo que pasa es que esos bordes del Tempisque también son hábitat del ser humano. Allí hay sembradíos de caña, arroz, melón y sandía, proyectos de acuicultura (sobre todo tilapia) y asentamientos urbanos.
Ambas especies coexisten sin lograr ser “buenos vecinos”. Esto se debe, en parte, al poco conocimiento que existe sobre este reptil, lo cual aumenta el riesgo de recibir ataques.
Así lo evidencia un estudio realizado por Iván Sandoval, Alejandro Durán y Jacqueline Quirós, investigadores de la Universidad Nacional (UNA).
Ellos concluyeron que, aunque la mayoría de los 374 vecinos entrevistados reconocen que este es un animal abundante y agresivo, ignoran cuál es la naturaleza de la especie; por esto, siguen realizando actividades en el río y se exponen a peligros.
“La gente no reconoce los riesgos de ataques, ni la densidad de cocodrilos en el río (...). Mostraron falta de conocimiento acerca de la historia natural, comportamiento, cortejo, temporada de anidación, el territorialismo o alimentación”, anotaron los biólogos de la UNA en un informe que reúne los resultados preliminares de su estudio.
Cualquier cocodrilo cuya talla sea mayor a los tres metros puede atacar a los seres humanos. En el Tempisque se pasó de contabilizar entre 1 y 2 incidentes a 2 y 3 percances al año.
Desde 1995, en esta cuenca se han registrado 13 accidentes fatales (7 en los últimos cinco años) y 15 no mortales (8 ocurridos en los últimos cinco años).
Según el estudio, el 80% de los entrevistados aduce que no ha recibido información para prevenir los ataques, y el 74% está dispuesto a asistir a charlas y talleres de educación ambiental.
Aumento de población. Debido a la cacería y a la reducción del hábitat, el cocodrilo estuvo al borde de la extinción en 1960.
Su extinción hubiera implicado un desequilibrio en el ecosistema, ya que este reptil –como depredador tope que es– controla poblaciones de roedores y aves, entre otras especies, que pueden convertirse en plagas.
Además recicla nutrientes en el río, manteniéndolo como un sitio habitable.
Por ello, el país tomó medidas en favor de su conservación.
Así, la especie se catalogó en peligro de extinción en la Ley de Conservación de Vida Silvestre (N° 7317), lo cual concordó con el estado de vulnerable que se le dio a nivel mundial al incluirse en la Lista Roja de Especies de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) y se prohibió su comercio internacional cuando se añadió al Apéndice I de la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas (Cites).
Eso ayudó a que la población del Tempisque se recuperase, pero en la naturaleza todo es equilibrio. Mientras esto pasaba, las poblaciones de coyotes, pizotes, monos carablanca, garzas reales y martín pescador iban a la baja debido a la pérdida de hábitat.
Esos animales son depredadores de nidos y crías de cocodrilos, lo cual mantiene el balance.
Actualmente, la población de cocodrilos en el Tempisque creció. Se pasó de 4,65 individuos por kilómetro (ind/km) en 1993 a 8,9 ind/km en el 2014.
“No podemos hablar de sobrepoblación porque no tenemos el número total de animales, ni un cálculo de la capacidad de carga (cuántos pueden vivir en un sitio). Si tuviéramos un estudio que nos dijera qué en un sitio pueden vivir 1.000 y en el conteo salen 1.500, entonces sí podríamos decir que hay sobrepoblación”, explicó Sandoval a La Nación .
Para que una población sea estable se requiere que haya dos hembras por cada macho, pero actualmente existen tres machos por cada hembra.
Al haber más machos, el riesgo de ataques es mayor en época reproductiva. La competencia por hembras hace que el alfa expulse a otros machos del territorio, los cuales se dirigen a zonas de menor calidad ecológica (charrales y potreros) mientras pasa la época de apareamiento.
El ser humano está en esas áreas; entonces, la interacción entre ambas especies se incrementa y genera conflicto.
Asimismo, la deforestación y otros cambios en el paisaje causaron una reducción de presas del cocodrilo, como pizotes o zorros pelones, lo que empujó al reptil a buscar otras fuentes de alimento. Al estar el ser humano viviendo tan cerca de los márgenes, las mascotas y los animales de granja suplieron esa necesidad.“La gente tiende a amarrar los perros para que no se les escapen y cuando el cocodrilo sale, los caza fácilmente”, dijo Sandoval.
“Los ataques a humanos suceden cuando estos invaden el territorio del cocodrilo, zonas de protección y manglares. La gente está escogiendo otras soluciones para disminuir los conflictos, como matar al animal, y esa tampoco es la respuesta”, escribieron los investigadores citando un artículo de Jorge Hernández publicado en la revista Ambientico .
Educación. Aunque las personas saben que en el río hay cocodrilos, corren el riesgo.
“Creo que es una cuestión cultural. Hace 40 años, al haber un tamaño poblacional bajo de cocodrilos, sus papás y abuelos realizaban muchas actividades ligadas al río, y esto se pasó de generación y generación; sin embargo, con la recuperación de la población, la gente se expone a un ataque”, comentó Sandoval.
Las personas nadan, lavan la ropa, se introducen al río con el agua a la cintura para pescar, y limpian el pescado allí mismo.
“La persona limpia el pescado en el mismo río y tira las vísceras al agua. Incluso le tiran pedacitos al cocodrilo, pero eso genera un problema de condicionamiento porque el animal, al ver a alguien en el agua, creerá que está limpiando pescado y empieza a acercarse más”, dijo Sandoval.
“Ese fenómeno lo hemos visto en Tárcoles. Todavía hay guías de turismo que, aunque va en contra de la ley, alimentan cocodrilos. Esto hace que el animal se acerque a la persona que le da de comer. El problema se presenta cuando llega un turista; el cocodrilo se le acercará igual creyendo que le va a dar de comer”, agregó el biólogo.
Para Sandoval, se necesita más educación y rotulación que ayuden a prevenir los ataques.
“Hay un esfuerzo consciente del Área de Conservación Arenal Tempisque por rotular, pero hay un detalle: algunos operadores turísticos quitan los rótulos porque dicen que estos les espanta el turismo. Eso genera un problema porque se está exponiendo al turista por desconocimiento”, denunció el experto de la UNA.
En cuanto a las autoridades, Sandoval aboga por un plan de zonificación tanto que tome en cuenta variables espaciales como temporales.
Por ejemplo, una medida puede ser prohibir que la gente se bañe o practique el surf en la desembocadura de los ríos.
En cuanto a la variable temporal, “se tiene identificado el ciclo reproductivo del cocodrilo y por tanto los períodos donde el riesgo es mayor. Vale recalcar que riesgo siempre hay”, destacó el biólogo.
Otra recomendación se dirige a la investigación. Se requiere más información científica que permita sustentar decisiones de manejo. Por ejemplo, los investigadores proponen realizar monitoreos al menos cada dos años, para así observar la evolución de la población de cocodrilos.
Sandoval urge a las autoridades del Sistema de Áreas de Conservación (Sinac) a realizar planes de manejo, los cuales involucren a las comunidades aledañas a la cuenca hidrográfica, así como coordinar esfuerzos con otras instituciones para reducir el conflicto ser humano - cocodrilo.
En cuanto a las personas, los investigadores aconsejan que, antes de visitar un río o nadar en él, se informen con los lugareños sobre las áreas donde pueden haber lagartos.
Ante un encuentro con un reptil, lo mejor es mantener la calma para así tomar decisiones más asertivas y evitar empeorar la situación. No se acerque al animal y procure alejarse de su territorio. Si está en el agua, procure salir inmediatamente.
Luego, se le pide a la persona que notifique a los funcionarios de guardaparques o del Ministerio del Ambiente (Minae) sobre la presencia del animal, siendo exhaustivo y exacto en los detalles.
En caso de ser atrapado, intente introducir los dedos en los ojos o golpear fuertemente la cabeza del animal.