Desde hace 57 años, la finca Los Bambinos produce leche en Porrosatí de San José de la Montaña, en Heredia. Por décadas, lo hizo igual que el resto de las demás lecherías de Costa Rica, hasta que hace cuatro años, sus encargados hicieron una “locura” para la lógica de esta actividad: acordaron producir menos.
El “disparate” vino acompañado de otras decisiones inéditas, como abstenerse de arrojar químicos al suelo para estimular el crecimiento del pastos o alimentar las vacas con concentrado a base de granos como maíz. Más bien, introdujeron otros tipos de razas más de pastoreo y probaron sembrar otro pasto para que la leche resultante fuera totalmente orgánica.
Los cambios trajeron estrés financiero y privaciones en el consumo de la familia al frente de la finca, quienes, además, restauran el bosque alto en la zona. Su renuncia a generar más ingreso con las mismas rutinas productivas ha dejado; sin embargo, una excelente paga no económica y mantiene al grupo tan satisfecho como entusiasmado.
Las luciérnagas, abejones, saltamontes y mariposas que dejaron de verse hace años, ahora abundan. También las lagartijas y las ranas que anidan sus huevos en las bromelias adheridas a las ramas de los árboles.
Esos nidos, a su vez, atraen a monos araña que andan en busca de una proteína fácil, mientras pericos, tucanes de pico verde, quetzales y otras aves surcan el aire sobre la finca. En el bosque aledaño volvieron a verse pumas, conejos y dantas, conforme la finca deja a la naturaleza reclamar más área con el avance de la siembra de árboles de bosque alto.
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Ningún cambio, con todo y el estrés financiero en el negocio, ha sido tan dulce y acertado. Así lo sienten al menos Pier Protti Padovani, su esposa Rocío Ruiz y su hija Guigliana Protti Ruiz, quienes sostienen en forma simultánea un proyecto de reforestación y una producción lechera adaptada al cambio climático.
La ganadería acarrea en los últimos años el estigma de su impacto en el cambio climático antropogénico. Los señalamientos en artículos científicos y en prensa de organismo internacionales, suelen centrarse en la emisión de metano por la fermentación de la celulosa que ingieren los animales y de dióxido de carbono liberado en el aire por el cambio de uso del suelo para producir. Ambos factores; no obstante, se vinculan principalmente con modelos de ganadería extensiva.
Los Bambinos, en cambio, abrazan un enfoque distinto “menos leche, mejor leche; menos carne pero orgánica”.
Una mejor lechería
La semilla del curioso emprendimiento la sembraron muchos años antes. sin saberlo, Pier y su hermano Osvaldo, cuando entre 1970 y 1975, siendo unos muchachos, aprovechaban las vacaciones del curso lectivo para irse a sembrar pinos y cipreses en áreas descubiertas, allí en la finca de Porrosatí. Su afán conservacionista no pudo haber sido más erróneo.
“Aquellos no eran árboles de la zona. Era lo que se estilaba entonces, pero no estuvo bien. Por eso empezamos a retirarlos por otros que sí dieran fruta, abrigo y ayudaran a regenerar todo. Debajo de un pino, no crece nada. Ya sacamos 680 árboles y estamos sembrando otros propios del bosque de altura. A largo plazo, queremos dejar el hábitat como era”, explicó Pier, que empezó a retirar hace unos 15 años los árboles sembrados en su juventud.
Esta sensibilidad ambiental, los condujo a revisar la producción en la lechería. Lo primero fue eliminar la alta dependencia de concentrados de la vacas para producir, porque esos granos, según Protti, suelen venir con toxinas de los fertilizantes. Optaron por forraje y pastos cuando aún tenían 78 animales de raza Jersey. Además, buscaron razas más de pastoreo de Nueva Zelanda y europeas. La idea es que la leche venga del pasto, no del concentrado.
“Ahora tenemos vacas Fleckvieh de origen alemán de doble propósito para leche y unas cuatro Aryshire y otras cuatro de Rojo Danés. Pero claro, la producción se nos cayó hasta 60% por no usar concentrado. Antes sacábamos unos 1.300 kilos. A veces nos arrepentíamos y les dábamos un poco de concentrado pero luego sentíamos que era un error. Han sido unos años complicados”, recordó Protti.
Entre dar el paso y echar para atrás, había meses que no alcanzaba la plata, pero igual siguieron.
Los animales también reciben complementos calóricos como pellets a base de residuos de la industria del jugo de naranja y el coquito de palma negra africana, como una fuente de grasa natural. De esta forma, la leche y carne son totalmente orgánicas. “No usamos hormonas, nada de eso. Nuestras vacas no tienen las dimensiones de otras porque todo es más limpio”, anotó Protti.
Según esta familia, el mensaje de las nuevas generaciones es claro en cuanto al deseo de un estilo de vida más respetuoso del ambiente y alimentos más saludables. Los Bambinos coloca su producción de leche en la Cooperativa Dos Pinos, que les paga como a cualquier otro productor. No obstante, su esperanza es que en algún momento se les reconozca a ellos y otros productores similares cuando aparezcan su esfuerzo por ofrecer una leche orgánica.
Mientras eso ocurre, la familia sigue empeñada en reducir su huella de carbono y en recuperar los bosques aledaños en la zona donde descansa su negocio. De esa segunda faena, se ocupa principalmente Guigliana.
La hija explicó que la familia va por cuatro hectáreas regeneradas (15% de la propiedad) cercanas al límite del Parque Nacional Braulio Carrillo, gracias a la siembra de especies como aguacatillos, roble, damas, higueras, chirimuelo, coquito, cacho de venado y guacamayo, entre otros. Sin embargo no eran sencillas de conseguir.
“No hallábamos semillas. Empezamos a buscar ayuda en la zona hasta que dimos con Jenniffer Ballestero; una de nuestras vecinas y quien tiene un gran conocimiento en árboles. Ella nos ayuda con las semillas y su sueño también es rehabilitar el bosque”, explicó Guigliana quien, hace un año, lanzó un vivero para proveerse de insumos y sembrar los árboles.
Sana competencia
Para devolver a su estado natural los bosques de altura aprendieron una técnica para hacerlos crecer a mayor velocidad. Básicamente, preparan y siembran árboles y arbustos de crecimiento rápido en una zona cerca del bosque donde empiezan su desarrollo. No obstante, a los tres años de esto, siembran especies de crecimiento más lento respecto a las colocadas tres años antes.
“Los árboles de crecimiento lento empiezan a desarrollarse más velozmente debido a la competencia por la luz que imponen aquellos que llegaron antes que ellos, esto genera un ciclo natural que se nota en las alturas de las hojas en su búsqueda de luz”, explicó la hija a partir de la experiencia de varios años en la propiedad familiar.
En un recorrido realizado por La Nación, era notable el efecto de este proceso en las alturas desiguales del bosque. Las copas más altas de árboles con décadas allí dominan las alturas, mientras más abajo se aprecia un desnivel en la vegetación que aportan las hojas y ramas de árboles más jóvenes, los cuales emergen de una espesa base de arbustos que fueron situados cerca de ellos.
Hace un año, Guigliana creó la Fundación Bosque Vivo para replicar la experiencia en la finca en otros sitios, a falta de iniciativas específicas para reforestar bosques de altura y, en particular, las dificultades del grupo para conseguir semillas de árboles de la zona.
La primera siembra como Fundación la organizó el 17 de octubre del 2021 con ayuda de las también fundaciones Soy Héroe Ambiental y Selva Negra. Esa vez se sembraron 185 árboles en la Finca Los Bambinos y quedaron instalados otros 1.500 en bolsas listos para colocarlos en el futuro. No obstante, como cuenta la joven de 23 años, la aventura recién se inicia.
“Nuestra idea es brindar talleres y conferencias a empresas interesadas en aprender más, también acercarnos a escuelas y colegios para involucrarlas en educación y sensibilidad ambiental”, expresó.