Reikiavik. Antes de ser colonizada por los vikingos, Islandia estaba cubierta de bosques que servían de protección contra las tormentas. Pero los temibles guerreros arrasaron con todo y la isla es reforestada actualmente a marcha forzada, en virtud de la biodiversidad y del clima.
Los bosques en Islandia son tan raros o tan jóvenes que, según una broma popular, si un caminante se pierde en medio del bosque, no tiene más que ponerse de pie para saber dónde está.
El país se considera el menos arbolado de Europa. Los bosques apenas representan un 0,5% del territorio de Islandia, según un informe del 2015 de la Agencia de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Y si hay alguien a quien culpar es a los vikingos, procedentes de Noruega, que cuando ocuparon esta tierra inhabitada del Atlántico Norte a finales del siglo IX, los bosques, conformados sobre todo por frondosos abedules, ocupaban más de un cuarto del territorio.
Pero los colonos eran de hacha fácil y, en cuestión de un siglo, transformaron los bosques en pastizales y la madera en casas. "Perdimos un 97% de los bosques originarios", destaca Adalsteinn Sigurgeirsson, director adjunto del Servicio Forestal islandés.
A esa masacre hay que sumarle el riguroso clima y la actividad volcánica de la isla, con la que el suelo se ve periódicamente expuesto a las cenizas, la lava y el gas.
Desde los años 1950 y, sobre todo, 1990, el paisaje del gran peñasco que es Islandia ha recuperado algo de su verdor original gracias a un ambicioso plan de reforestación. Se replanta a marchas forzadas, como ocurre en Hafnarsandur (sudoeste), una amplia extensión de 6.000 hectáreas de arena negra y basalto.
Hafnarsandur es "uno de los peores ejemplos de erosión del suelo en Islandia a baja altitud", explica Hreinn Óskarsson, responsable de la estrategia del Servicio Forestal islandés.
Prioridad
Esta agencia pública recibió carta blanca de las autoridades locales y del Estado para replantar en este paisaje lunar.
El gobierno islandés hizo de la repoblación forestal una de las prioridades de su plan de acción para el clima, publicado en septiembre del 2018. El objetivo es reducir en 40% para el 2030 sus emisiones netas de gases de efecto invernadero, para lograr los compromisos adquiridos en la COP21 y favorecer el ecosistema local.
Mediante un "potti-putki", una herramienta originaria de Finlandia con forma de tubo, Hreinn Óskarsson va metiendo en la tierra pinos y píceas de Sitka, dos especies de coníferas norteamericanas.
"Prevemos una replantación forestal aquí para estabilizar el suelo y proteger la ciudad vecina [Thorlákshöfn] de las tormentas de arena a las que sabemos que estos árboles pueden resistir".
Mógilsá, al pie del monte Esja, que domina la capital, Reikiavik, es un bosque cincuentenario en el que crecen abedules pubescentes, la única especie vernácula, junto a otras importadas.
El problema es que "el abedul no es una especie productiva", explica Adalsteinn Sigurgeirsson. "Si queremos alcanzar otros objetivos, como la captura rápida del carbono o la producción de madera, necesitamos más variedad".
Decenas de viveros producen a través de todo el país. En el de Kvistar, a unos 100 km de Reikiavik, cada año brotan hasta 900.000 pinos y álamos.
La paradoja climática
"Al principio venían de Alaska. Pero ahora tenemos árboles de 30, 40 o 50 años que aportan semillas que cosechamos y utilizamos para la producción de plantas", explica Hólmfrídur Geirsdóttir, una horticultora de 56 años propietaria de invernaderos.
Pero los suelos islandeses son pobres en nitrógeno y el proceso de maduración de los árboles, que crecen protegidos los tres primeros meses, es muy lento. La tasa de crecimiento suele ser una décima parte de la observada en el dosel forestal amazónico.
Lo paradójico es que los árboles en Islandia pueden beneficiarse del desajuste climático.
"Lo que más perjudica al crecimiento de los bosques aquí son las bajas temperaturas y el frescor de los veranos. Pero nos damos cuenta de que eso está cambiando debido al calentamiento global", señala Adalsteinn Sigurgeirsson.
"El calentamiento parece aumentar el crecimiento de los árboles en Islandia y, por consiguiente, también la tasa de captación del carbono".
También permitió la aparición de una nueva biodiversidad con la reciente colonización de especies de pájaros, como el búho real o la chocha perdiz.
Desde el 2015 se plantaron en Islandia entre tres y cuatro millones de árboles, equivalente a unas 1.000 hectáreas. Nada, no obstante, comparado con los entre 6 y 7 millones de hectáreas plantados en China en el mismo periodo.