Cuando uno de los sensores capta el movimiento de un babuino (primate), a Jonathan Baillie le llega una alerta a su teléfono celular. Esto ocurre sin importar que el babuino esté en África y el investigador se encuentre en su oficina ubicada en Londres (Inglaterra).
Baillie es director de conservación de la Sociedad Zoológica de Londres (ZSL) y cuando inició con el programa EDGE, su intención era conocer cuántas y dónde estaban esas especies que poseen pocos parientes en el árbol de la vida y por tanto son únicas.
Esa particularidad también las hace vulnerables a la extinción; por tanto, Baillie y su equipo se dedican a recopilar la mejor información científica que ayude a conservarlas.
Lo que quizá no previeron en los inicios del programa EDGE, y que resultaría útil en los tiempos que corren, es que esa información científica tendría otra aplicación como base para calcular el aporte de los ecosistemas a la economía de los países.
Tradicionalmente, un país mide su riqueza a partir del producto interno bruto (PIB); pero este no incluye el aporte de los ecosistemas a la economía; muchas veces, la naturaleza es perjudicada por el crecimiento del PIB.
Por esa razón, la economía verde –concepto dado a conocer en Río +20, cumbre realizada en Brasil en el 2012– incluye la integración del capital natural (los recursos naturales) a las cuentas nacionales. Esto se hace con el fin de visibilizar su aporte y de alertar sobre su degradación .
“La contabilidad de los recursos naturales no solo sirve para proteger y restaurar los ecosistemas, pues es una herramienta clave para conseguir metas que dependen del flujo de bienes y servicios que sostienen la vida humana, como la seguridad alimentaria y la disponibilidad de agua”, señaló Rafael Jiménez, investigador de Globe Internacional.
Jiménez es coautor del estudio sobre contabilidad de capital natural realizado en conjunto por Globe Internacional y el University College of London.
“Entendemos muy poco sobre los ecosistemas y las especies del mundo, y sobre cómo se relaciona esto con nuestro propio bienestar”, manifestó Baillie a La Nación .
Esta es quizá la pregunta que le hace la economía a la ciencia; y su respuesta es compleja.
Aún así, Baillie se mostró optimista: “Para los próximos cinco años, esperamos una transformación total en términos de entender el planeta”.
Inventarios. Para calcular el capital natural es básico conocer qué y cuánto hay. Para acercarse a una respuesta, Baillie y su equipo echaron mano de la tecnología.
Con unidades de monitoreo remoto, que incluyen sensores de movimiento y cámaras trampa, pueden determinar la diversidad de especies y el número de individuos en un determinado lugar.
Gracias a una alianza con Google y Microsoft, la imagen que capta la cámara trampa sube a una base de datos que alerta a los investigadores a su teléfono celular.
La misma dinámica se repite con las unidades marinas, las cuales miden el paso de peces. “También puede alertar si está entrando un barco pesquero a un área protegida”, dijo Baillie.
Asimismo, ZSL trabaja con una red de organizaciones para desarrollar un software que permita recopilar información de monitoreo derivada de visitas de campo. Esto se hace con el fin de constatar lo que reportan las unidades remotas.
Dicha información se combina con la derivada de la tecnología satelital para así medir el impacto a lo largo del tiempo, y ver amenazas.
Para ello, los investigadores utilizan información gratuita generada por el programa Landsat y Modis de la agencia espacial estadounidense (NASA) así como Spot y Meris del satélite Envisat de la agencia espacial europea (ESA).
“Hay que conocer las especies más allá de si está cambiando la abundancia. Tenemos que entender cómo cambia su distribución, sobre todo si queremos entender su aporte a nuestro bienestar así como nuestro impacto”, comentó Baillie.
Medir los cambios en la distribución es particularmente importante en el contexto del cambio climático.
Al variar las condiciones en su hábitat, las especies van a migrar y esto conlleva una declinación de la población reportada para cierto lugar. Si esto se detecta tempranamente, según Baillie, los países podrían ser proactivos y responder de inmediato.
“Una vez que entendamos la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, así como nuestro impacto sobre ellos, ya no habrá más excusas para manejarlos pobremente”, destacó Baillie.
“Esa información puede ser útil a los gobiernos para generar estrategias y planes de acción, para así hablar en serio de contabilidad de capital natural”, dijo Baillie.
Sin excusa. Uno de los grandes retos que afrontan los economistas a la hora de diseñar cuentas verdes es la carencia de inventarios nacionales y de datos actualizados sobre los recursos naturales.
“Es cierto que no hay cifras suficientes, pero muchos países tienen datos sobre bosques o agua. Podrían empezar a aplicar la contabilidad integrada utilizando los datos que ya existen y cruzándolos. Esto podría dar resultados interesantes que arrojarían luz para la toma de decisiones. La falta de datos no es un pretexto”, dijo Jiménez.
Costa Rica siguió aquel consejo. Desde 1991, el país cuenta con información sobre bosques, erosión y pesquerías. Eso le permitió trabajar, en el marco de la iniciativa Waves del Banco Mundial, en dos cuentas (bosques y agua). Se prevé hacerlo con otras dos (biodiversidad y carbono) en el 2015.
“Las cuentas clásicas son las de reservas, pero el santo grial de la contabilidad ambiental es la evaluación de los servicios ecosistémicos”, dijo Jiménez.
Sin embargo, Baillie consideró que tales mediciones son complejas por ahora.
“Es muy complejo y debemos empezar por lo que sí podemos medir. A partir de ahí podemos entender la relación entre especies y ecosistemas, tal vez entonces podrían integrarse”, declaró el científico.
Aun así, Jiménez cree que se pueden diseñar metodologías apropiadas para cada país y así atribuir valores económicos a sus servicios ecosistémicos.
Incluso, y según Jiménez, podría pensarse en robustecer los reportes de biodiversidad que se presentan a la Convención de Diversidad Biológica (CDB).
“Esta es una agenda que está despegando y moviéndose en esa dirección, incluso es una de las Metas de Aichi”, manifestó Jiménez.