“Son como ¢15.000 de gasolina y ¢15.000 de carnada, más ¢10.000 de la ‘encarnada’ y la ‘lujada’ (preparación de la línea de pesca). Ahí ya llevamos ¢40.000 del alisto”.
Amado Quirós saca cuentas de cuánto invertirá en la pesca de esa jornada, mientras su hijo Luis Fernando prepara la carnada y su esposa, Irene Alvarado, inserta trozos de anchoa en los anzuelos.
Ni siquiera han salido a pescar y ya la familia Quirós Alvarado acarrea una deuda. Para saldarla, el hijo está obligado a capturar 25 kilos de pargo manchado, una de las especies con mejor precio en el mercado nacional.
Hace unos 15 años, los peces abundaban en las aguas entre punta Coyote y punta Islita, en el Pacífico norte, donde lanzan la panga los Quirós.
Aquellos eran tiempos en que los peces tenían buen tamaño, y para sacar los 25 kilos del “alisto” solo eran necesarias seis horas de trabajo, sin ir muy lejos de la costa.
Hoy, sucede todo lo contrario. Pescar esa cantidad le tomará a Luis Fernando doce horas si se tiene buena suerte.
La pesca ya no es la misma en las comunidades del cantón de Nandayure, en Guanacaste. Por eso, los lugareños han empezado a ver en la conservación una forma de frenar la sobreexplotación del recurso y sobrevivir económicamente en una zona que depende del mar.
Esa es la intención detrás de la propuesta de crear el área marina de manejo Los Pargos: un triángulo de 23.214 hectáreas cuyas aguas quedan encerradas entre los refugios de vida silvestre Caletas-Arío y Camaronal.
La iniciativa es de la Asociación de Pescadores de Punta Coyote (Aspepuco) y la Asociación de Pescadores de Bejuco (AsoBejuco), que tienen el apoyo de la organización Pretoma y el financiamiento del Sustainable Fisheries Fund y Conservación Internacional (CI).
Pesca sostenible. “Cerrar el triángulo”, como llaman a la propuesta, garantizaría la protección de las cuatro especies de tortugas marinas que anidan en las playas cercanas y se recuperarían las poblaciones de peces como el jurel, la corvina y el pargo, entre otros de los que necesitan los Quirós para vivir.
Como este “triángulo” estaría bajo la tutela del Área de Conservación Tempisque (ACT), los pescadores presentaron ahí su propuesta, donde aún está en estudio.
Esta área requerirá de un plan de manejo que regule las artes de pesca y las especies y las zonas autorizadas para la captura.
Según Randall Arauz, director de Pretoma, estas asociaciones de pescadores tienen experiencia con planes de manejo pues participaron en el diseño de los de Caletas-Arío y Camaronal.
A esto se suma que, desde el 2007, los biólogos de Pretoma colaboran con los pescadores artesanales en recolectar datos para conocer el estado de las poblaciones de peces y tomar mejores decisiones de manejo.
A bordo de las pangas, se toma el punto de GPS donde caló el primer anzuelo y el último, las profundidades, el total de anzuelos y el tipo de carnada.
A la hora de la descarga, y a partir de una muestra de pescados, estos se miden, se pesan con y sin tripas, también se revisan las gónadas para conocer su madurez sexual.
“Esos datos nos permiten ver la captura por unidad de esfuerzo, los lugares de calado para saber qué hay en qué zona, las curvas de crecimiento de los peces y las temporadas de desove de especies de interés comercial”, explicó Erick López, quien es biólogo e investigador de Pretoma.
Gracias a ese esfuerzo de investigación, se logró determinar que el diseño y tamaño del anzuelo utilizado por los pescadores artesanales en las líneas de fondo, no ponen en riesgo el ecosistema.
Según explicó Quirós, el arte de pesca conocido como línea de fondo, consiste en una línea principal de la que se desprenden otras más pequeñas, llamadas chilillos, los cuales terminan en un anzuelo. Al lanzarla, la línea se va al fondo y descansa en la arena a una profundidad de 20 metros.
Más del 60% de la captura de las líneas de fondo corresponde a pargo, y según Arauz, como esta se lanza en las noches, se reduce la probabilidad de capturar tortugas.
“Es una pesca muy dirigida y se descarta muy poco, porque siempre le encuentran algún uso como carnada”, dijo Arauz.
La “chatarra”, término para llamar a los peces que no son objetivo de pesca, se vende como filete en restaurantes cercanos. “No tiene un valor comercial tan alto como el pargo, pero siempre se vende y la idea es iniciar un proceso con hoteles y restaurantes”, comentó Erick López, coordinador del proyecto por parte de Pretoma.
Estas dos asociaciones están en proceso de certificarse como pesca sostenible bajo los estándares internacionales del Marine Stewardship Council (MSC).
“Queremos ser la primera pesquería en Latinoamérica en ser certificada”, dijo Arauz.
“La certificación serviría para ofrecer el producto a hoteles, porque a ellos les sirve tener producto certificado para ser reconocidos con el sello de sostenibilidad del Instituto Costarricense de Turismo (ICT)”, comentó López.
El MSC hizo una primera evaluación y señaló que si bien cumplían con estándares de sostenibilidad, no eran los únicos que pescaban el recurso y no tenían control sobre las prácticas de otros pescadores como los camaroneros.
“Si la idea es cerrar el triángulo hay que ser justos y regular incluso a los artesanales para que no pesquen con trasmallos o con ‘arbaletas’ en el caso de los buzos con compresor”, dijo Miriam Vargas, de AsoBejuco.
Área rica en recursos. Con la creación del área marina de manejo vendrían otras opciones. Según Arauz, una de las ideas es adecuar una embarcación para dedicarla al turismo y ofrecer paseos para pescar con cuerda. En Coyote, habría una sodita donde le prepararían el pescado para consumo.
Como se garantizaría la protección de las tortugas, las comunidades podrían organizarse para cuidar las playas de anidación y ofrecer tours de desove de tortugas. Con ello se propiciarían servicios de hospedaje y alimentación.
El turismo permite no depender solo de la pesca y las poblaciones de peces podrían recuperarse en menos tiempo.
“(Con la creación del área marina de manejo), en unos ocho años se podría empezar a ver cambios significativos en las poblaciones de peces”, explicó Arauz.
Aunque salió a las 5 p. m., el pescador Luis Fernando Quirós volvió a la costa trece horas después: a las 6 a. m. del día siguiente.
Tras una faena de pesca de 13 horas que implicó lanzar al mar dos líneas de 1.500 metros de largo con 500 anzuelos cada una, Quirós pescó los 25 kilos de pargo manchado.
Capturó lo justo para salir con el alisto y no tener pérdidas. Su esperanza es que, al “cerrar el triángulo”, además tenga ganancia.