Aguas profundas del Pacífico norte costarricense, a 2.800 metros debajo de la superficie, son el sitio donde nacen pulpos, una especie de “sala de maternidad”, que en sus alrededores también tiene corales, plancton y otra diversidad de biología marina.
Así lo estableció una expedición realizada el mes pasado por el Schmidt Ocean Institute, de Estados Unidos, en la que participaron decenas de científicos, investigadores y artistas ticos, junto con colegas de otros países.
El hallazgo específico fue en un monte submarino llamado Dorado, en el que hay un “respiradero hidrotermal” o corriente que despide agua a alrededor de 12 °C. Esto refuerza la idea de que estos animales buscan dejar ahí sus huevos para que se desarrollen y estén listos para nacer.
“Hay un flujo de calor, digamos, que sale de los montes submarinos. Uno se llama Tengo sed y el otro La fuente. El agua fluye de un monte hacia el otro. Los pulpos están poniendo los huevos en esos ‘puntos calientes’. Primero, porque podrían estar eclosionando más rápido y, después, porque el flujo de agua limpia las piedras”, explicó la bióloga marina Wendolyn Matamoros Calderón, de la Universidad de Costa Rica (UCR), quien fue parte de la expedición.
Para muchas personas, 12 °C puede parecer una temperatura fría, pero según explicó la oceanógrafa Celeste Sánchez Noguera, quien también participó de esa expedición, lo normal en esas profundidades marinas es que la temperatura sea cercana a las 2 °C, incluso un poco menos, por lo que 12 °C sí se considera una corriente cálida o punto cálido.
Los hallazgos continuaban a medida que pasaban los días. Los científicos creen que dentro de lo hallado esté una nueva especie del género Muusoctopus, que reúne especies de pulpos de tamaños de pequeño a mediano que no tienen el saco donde guardan la tinta que les permite defenderse de depredadores.
Tal vez lo que más llamó la atención del grupo fue verificar que en las aguas profundas guanacastecas sí existía un “salón de alumbramiento de pulpos”, el tercero confirmado en el mundo. Pero, como le explicaron a La Nación tres de las biólogas marinas que participaron del proyecto, una expedición de este tipo, con 22 días de duración y gran cantidad de material científico permite ir más allá y da material que sirve de punto de partida para pesquisas de la más diversa índole.
“Una expedición como estas, así de grande, tiene una línea que tal vez es considerada principal, pero viajan muchos otros científicos con varios intereses de investigación y se convierte en un viaje interdisciplinario de donde pueden salir muchos resultados en diferentes campos”, afirmó la bióloga marina Odalisca Breedy Shadid, quien es parte de los investigadores de la Universidad de Costa Rica (UCR) que participó del proyecto. De hecho, la investigación de Breedy se especializa en corales.
Esta expedición abrió nuevas puertas a la investigación científica en muchas ramas. Incluso, se regresará al mismo punto en diciembre para ver si el cambio de época puede influir en el comportamiento del nacimiento de los pulpos.
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El origen de la investigación
Breedy declaró que, algunos de los investigadores habían visitado la zona en 2013 y fueron al monte el Dorado, en aquel entonces, las investigaciones eran otras y tenían otras intenciones, como ver la microbiología marina. En ese momento descubrieron los montes Tengo sed y La fuente.
Maribelle Vargas Montero, investigadora que no participó de la expedición, pero estudia los insumos, precisó que el punto de estudio está en Cuajiniquil, Guanacaste, unos 200 kilómetros mar adentro.
“Vieron que había un lugar donde había pulpos. Eso les llamó mucho la atención. Ya había registro de un lugar en California donde pasaba esto mismo, que era un área de incubación“, expresó Breedy.
Cuando vieron ese fenómeno, se preguntaron si también en Costa Rica había un sitio de incubación así. En ese momento no tenían permiso de recolectar, solo de observar. Con esa observación, cuando se acercaron, vieron que los huevos estaban secos, parecía que no eran viables. Las hembras adultas estaban vivas y llegaban a poner sus huevos, pero estos no resultaban en nacimientos.
“En general cuando nacen las crías, las hembras mueren al poco tiempo. Y ahí estaban las hembras”, explicó la bióloga.
Aquella visita fue en diciembre, pero tenían esa intriga de saber si la época del año influía.
“Por eso quisieron volver y explorar desde distintos puntos de vista ese monte submarino, esta vez, a mediados de año”, puntualizó Odalisca.
La expedición de junio se planeó durante un año. Había reuniones mensuales para que, llegado el momento, todos supieran qué debían hacer.
“Cada uno tenía una tarea. Ya en el barco, se veía día a día la planificación y se veían los objetivos del buceo y de cuándo el submarino bajaba”, recordó Matamoros.
Por las características de la embarcación debían salir del puerto de Puntarenas, el viaje para llegar al sitio de la investigación era de cerca de 20 horas.
Para poder bajar a semejantes profundidades había un submarino provisto de un robot que tenía 18 cámaras de alta resolución. Desde allí se tomaban muestras, fotografías y videos.
En este viaje de junio, vieron que en los huevecillos se distinguían los ojos, eso ya los hacía más viables. Y cuando movieron a la hembra que estaba allí empezaron a nacer los pulpitos.
“Ahora tienen más preguntas, ¿por qué en diciembre no y en junio sí? Por eso piensan volver en diciembre”, adelantó Breedy.
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Ciencia colaborativa, con valor tico
De los 19 participantes, ocho eran costarricenses, explicó Matamoros, cuya principal línea de investigación es con corales negros.
Además de Matamoros y de Breedy, participaron los biólogos Beatriz Naranjo Elizondo, Jorge Cortés Núñez y Celeste Sánchez Noguera. Además, estuvo la géologa María Isabelle Sandoval Gutiérrez, el oceanógrafo Sergio Cambronero Solano y Esteban Herrera, observador del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac).
También estuvo el pintor argentino radicado en Costa Rica, Carlos Hiller, quien tiene amplia experiencia en retratar los paisajes marinos. Él, junto con otro artista, le daban otra dimensión al trabajo y unía la dimensión ciencia-arte.
Dentro del equipo internacional había otro artista, geofísicos, microbiólogos y químicos.
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Otras investigaciones
Esta expedición permitió llevar a cabo 18 proyectos de investigación. Se extrajeron corales, pepinos de mar y plancton, además hay proyectos relacionados con corrientes marinas y submarinas, y acidificación oceánica.
Ahora es cuando comienza el trabajo más fuerte desde los laboratorios, para analizar a detalle y ver, poco a poco, las conclusiones que surgen.
“Suponemos que tenemos algunas especies nuevas de corales y de octocorales, pero es muy rápido para hablar de eso. Esto toma mucho tiempo. La ciencia no es rápida.
“Regresamos con más preguntas de las que teníamos y menos certezas. Ahora empieza la investigación. Trabajar muestras, describirlas, análisis de datos...”, expresó Breedy.
En el caso de los octocorales, que son corales de grandes dimensiones, se extrae una porción, pero también, las fotografías y videos en alta definición que se toman ayudan a describir y definir. Luego las estructuras, tanto internas como externas. Las internas se analizan con microscopía electrónica.
Según los análisis se determinará si son especies ya existentes y se verá si son nuevas en el país o especies nuevas para la ciencia, que habría que describir. También se estudiará el microbioma (bacterias) dentro del coral. Eso se hará con profesionales en Microbiología.
Por su parte, Matamoros estudiará corales negros, que son su línea de investigación.
Breedy y Matamoros le trajeron a Vargas muestras de fitoplancton, para que ella analizara. “Yo estaba muy pendiente de lo que podían encontrar, y ellas muy pendientes de lo que yo necesitara”, señaló.
Con miras a diciembre
El equipo volverá en diciembre para ver nuevas partes en las pesquisas.
“La idea no es que todo quede ahí, se presenten los resultados de la investigación y ya; hay mucho que hacer”, dijo Matamoros.
Por ejemplo, se dejaron especies de ollas o vasijas para determinar si ese lugar era preferido por la corriente o el bajo calor o si era simplemente porque estaba limpio.
También se dejaron sensores que miden temperaturas para ver si hay alguna relación con los nacimientos y la temperatura en esa profundidad del mar.
“Queda mucho que hacer. Pero yo desde ya puedo decir que esta experiencia me cambió la vida, como científica y como persona”, concluyó Matamoros.