En la mesa había extendidas cinco piezas pequeñas de un material que a simple vista no era posible reconocer. Un grupo de científicos de ramas tan diversas como Física, Biología, Geología, Química, Arqueología e Historia estaban reunidos alrededor de ellas. Lo que tenían ante sus ojos no era poca cosa: era una pequeña parte del resultado de una investigación arqueológica en un campo de batalla.
Y ese campo de batalla tampoco es uno cualquiera. Lo que tenían ante sus ojos es un pedazo de la historia de Costa Rica de uno de los combates menos recordados: la Batalla de La Trinidad, que se dio el 22 de diciembre de 1856 en la margen izquierda de la Desembocadura del río Sarapiquí en el río San Juan. Aunque poco conocido, este combate fue trascendental para “cortar la arteria” por la que los filibusteros se abastecían de insumos y provisiones.
Los diferentes científicos de la Universidad de Costa Rica (UCR) recibieron una misión por parte del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, el cual custodia dichas municiones. La tarea consiste en analizar, a través de diferentes técnicas de visualización y de microscopia, lo sucedido con cada una de las municiones para así acercarse a la historia que cada una de ellas tiene que contar.
La expedición a la zona, liderada por la arqueóloga Maureen Sánchez, dio con decenas de municiones de diferente tipo. El equipo ya dio sus primeros pasos y comenzó un meticuloso análisis de las primeras cinco.
Irene Rojas, estudiante de Física y parte de este grupo, explicó que una de ellas es de tipo colt, que se usaba en los rifles usados por los ejércitos. Las otras cuatro son de tipo minié, municiones de plomo que tienen canales en la parte baja. El cañón del rifle tiene estrías. Al dispararse, el proyectil no sale directo; va dando vueltas y eso causa heridas mayores.
El paso del tiempo y el terreno donde estuvieron sepultadas es precisamente lo que las ha vuelto irreconocibles y a que simple vista sea difícil distinguirlas. Todas ellas están cubiertas con capas de color blanco encima del color plomo tradicional. Esto añade varias preguntas de investigación.
“¿A qué tipo de arma pertenecían? ¿Cayeron al suelo? ¿Impactaron un cuerpo humano, un objeto? Se propuso establecer este proyecto para ver cuánto podríamos saber de cada bala”, expresó Paula Calderón, bióloga del Centro de Investigación en Estructuras Microscópicas (CIEMic), de la UCR.
El profesor e investigador de la Escuela de Física, Óscar Andrey Herrera añadió otras preguntas sobre la historia de este evento bélico y este estudio podría dar pistas: ¿Cómo se posicionó el ejército de Costa Rica, cuál fue su estrategia?
De acuerdo con Sánchez, la pólvora pudo impactar de forma diferente cada bala, y de esta forma también podría determinarse si salió de un rifle nacional o de uno filibustero.
El paso del tiempo en un terreno particular
Cuando las balas fueron extraídas en las excavaciones, tenían 165 años de estar bajo tierra en La Trinidad de Sarapiquí, un lugar húmedo y muy lluvioso. Esto también afectó el estado de conservación del material de estas balas de plomo.
Edson Calvo, estudiante avanzado de Geología, manifestó que el terreno del sitio donde se dio la batalla está conformado por una topografía muy plana, con variaciones de elevación muy pequeñas, típica de una llanura de inundación. El tipo de suelo se basa en capas de arenas, limos y arcillas depositadas por los ríos Sarapiquí y San Juan.
“Al ser una zona tan húmeda, la alteración de las municiones es intensa a lo largo del tiempo; esto puede generar precipitaciones de diferentes cristales, así como una concentración de metales pesados en el suelo”, aseveró.
Herrera complementó: “El agua de la humedad y de la lluvia comienza a reaccionar con el plomo de las balas y con el dióxido de carbono y todo esto las va alterando”.
Este paso del tiempo hizo que se acumulara una pátina, capas que se forman en los metales luego de la oxidación.
“La pátina es precisamente la que les da este color blanco”, especificó Rojas.
¿Cómo es el estudio?
Herrera apuntó que el primer paso consiste en observar, a simple vista, las características de cada bala: su forma, su tamaño, su color, su peso. Ver si la forma cónica está completa, o si está abollada, si hay algún tipo de fisura o de grieta que pueda apreciarse con los ojos y luego se utilizan aumentos cada vez mayores, comenzando por los de lupas, los zoom de teléfonos celulares, hasta terminar con los microscopios electrónicos más sofisticados.
Así es como se buscan los trazos que la batalla y el paso del tiempo pudo dejar en ellos y se detallan.
“Todas estas deformaciones nos ayudan a entender qué fue lo que sucedió con esta munición”, apuntó.
Cuando el material llegó a sus manos, este ya tenía un estudio arqueológico previo, en donde Sánchez y su compañera Virginia Novoa, habían detallado la coordenada exacta donde se había encontrado cada munición, a qué profundidad de suelo, el tipo de bala que era y, si era el caso, el tipo de objetos que estaban alrededor de ella. Con cada observación de los científicos se añade la información que se va generando.
Antes de comenzar cada análisis, el equipo es consciente de que tiene ante sí un material que es patrimonio de los costarricenses y por ende debe manipularse con todo el cuidado del caso para no deteriorarlo.
“Además, son artefactos muy únicos y frágiles”, puntualizó Rojas. “Usamos guantes, y lo bueno de observarlos con estas herramientas es que son técnicas no invasivas, donde el material se toca lo menos posible y no es intervenido”.
Calderón indicó que los microscopios ayudan a entender mejor qué sucedió con cada uno de los materiales investigados. Se utiliza microscopia óptica y microscopia electrónica de barrido, que permite magnificar aun más cada una de las partes de cada objeto. Herrera complementó que se hace fluorescencia de rayos X.
“La técnica se llama análisis elemental por energía dispersiva de rayos X. Esto muestra qué elementos tiene esa muestra y las señales de los electrones que proveen información de la estructura”, destacó la bióloga.
“Podemos observar la superficie y detallar las deformaciones a través del tiempo, y si esas deformaciones se deben a algún impacto. El paso del tiempo ya ha cargado sobre ellas una meteorización. Esa meteorización, esa gruesa capa de pátina, también es un reto porque hay información de la munición que no podemos obtener debido a ella”, amplió.
Por ejemplo, hay estrías de las balas que no pueden describirse porque la pátina lo impide, pero entonces eso crea otra oportunidad de investigación: escudriñar los cristales de diferentes elementos formados en esa pátina.
¿Qué han descubierto?
Aunque apenas van comenzando, el equipo ya tiene sus primeros hallazgos.
“Hemos encontrado grietas de gran tamaño, abolladuras o manchas que no tienen todas las balas, queremos ver qué podría decir esto”, dijo Rojas.
Herrera agregó: “Encontramos que en casi todos los casos la pátina es de carbonato de plomo. Y eso, según la hipótesis que manejamos, por toda la humedad del lugar donde fueron recolectadas, el agua y el dióxido de carbono formaron exactamente este material”.
Además, esto también da cuentas de cómo se acomodó la pátina y fueron formándose los cristales. Esos cristales son de un material que se conoce como cerusita y otra se conoce como hidrocerusita, que es más “hidratada”, según dijo Herrera.
¿Por qué se hace esta investigación?
Más allá de todos los datos que puede arrojar sobre la Batalla de La Trinidad, este análisis también ayudará a la conservación. Las municiones están en custodia del Museo Juan Santamaría y esta información les dará luces de cómo pueden cuidarse mejor para poder ser apreciadas por todos los costarricenses.
Maria Elena Masís, directora del museo, indicó que la expedición arqueológica dio con 1.315 objetos entregados al museo, la más grande en la historia de este lugar.
“La idea es tener en un futuro el análisis de unas 25 municiones. ¿Qué vendrá a futuro? No solo artículos de investigación, también exposiciones para la gente. Ya el pueblo va a saber que la guerra no fue solo algo romántico, ver una cara más real y más científica”, señaló la directora.
La idea, a la larga, es que todas las personas puedan apreciar esta parte del patrimonio.
“Son artefactos que queremos conservar por mucho tiempo. Tienen 165 años y queremos conservar por mucho tiempo más para que más generaciones puedan conocerlas y apreciar su valor”, concluyó Herrera.