Recién había asimilado el pueblo la transformación social generada por la advenediza construcción del ferrocarril al Atlántico y la avasallante realidad de las plantaciones bananeras, cuando empezaron a levantarse en Costa Rica imponentes casas, como salidas de tarjetas postales, que parecían retratar un universo paralelo.
No eran, desde luego, moradas de campesinos ni proletarios, sino la materialización de una burguesía que apenas surgía en un país donde, en la alborada del siglo XX, poco se conocía sobre la 'alta alcurnia'.
Se trataba de las casas de estilo victoriano, una corriente arquitectónica nacida en Inglaterra, Europa, a finales del siglo XIX, durante el reinado de Victoria I. Luego se expandió a Estados Unidos, desde donde se importó a Costa Rica, para satisfacer las demandas de vivienda de las clases sociales altas.
Con hermosas barandas, generosos corredores, imponentes torrecillas y ornamentos en los techos a manera de encajes, estas estructuras no solo marcaron la época de entre 1900 y 1930, sino que siguen contando la historia y dilatando las pupilas de los amantes del arte arquitectónico.
De hecho, 12 de esos ejemplares que aun se mantienen en pie, fueron recopilados en el calendario 2017 del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos) que, como cada año, con esta iniciativa intenta recobrar la identidad local.
Las estructuras elegidas se ubican en sitios como Cartago, Coronado, Heredia y San José. Entre ellas destacan las instalaciones de la Alianza Francesa en barrio Amón y el inmueble que alberga el centro educativo Otto Silesky, en Las Nubes de Coronado.
También sobresale la casa que fue propiedad de José Joaquín Tinoco, hermano del dictador Federico Tinoco. A unos cuantos metros de esa vivienda josefina, José Joaquín fue asesinado a balazos, poco antes de tratar de abandonar el país.
Pedidas por catálogo, pero 'aclimatadas'
La tendencia victoriana se coló en el país por medio de adinerados comerciantes y estudiantes ticos quienes, en sus viajes a Estados Unidos, volvían con la ilusión de reproducir aquellas magníficas estructuras que se imponían, principalmente, en ciudades como Nueva Orleans, San Francisco y el estado de Misisipi.
Como si se hubiese tratado de armar un figurín de corte y confección, aquellos prototipos se importaban por partes, listos para armar, con los planos hechos. Por lo general, la desafiante empresa de levantarlas era asumida por arquitectos, maestros de obras, carpinteros, albañiles y ebanistas locales.
Claro que también hubo espacio para las construcciones propias, las cuales le dieron una nueva dimensión al arte victoriano que se había conocido hasta entonces en Costa Rica. De ahí mutaron hermosos ejemplares que echaron mano de materiales autóctonos, en una época de maduración de la industria maderera nacional.
Fue así como junto al ladrillo y la piedra propios del estilo victoriano, se emplearon especies de maderas preciosas como el surá, el pilón, el campano, el laurel, el roble, el cedro, el pochote, el cristóbal, el chiricano y el lagarto.
No quedó por fuera la tradicional tablilla de madera o de chapa metálica estampada, también característica de esta tendencia, que todavía cubre varias estructuras en zonas urbanas y rurales costarricenses.
"Se adaptaban de acuerdo con las condiciones climáticas del país; tenían más ventilación, por ejemplo. El lucernario o patio interno al que daban los cuartos también mutó. Como aquí llueve tanto, hubo que cubrirlo. Entonces, el patio central de las antiguas casas coloniales pasó a ser la sala central de las viviendas", explicó Guillermo Barzuna, curador y editor de este calendario, e investigador de Icomos.
Otros rasgos como los desvanes (especie de ático usado generalmente como bodega) y las buhardillas (un espacio parecido al ático pero habitable) también se conservaron y siguen intactos en los edificios que todavía le ganan la partida al tiempo.
Ornamentos del paisaje rural
Conforme fueron afianzándose airosamente en barios josefinos como Luján, Escalante y Otoya, las casas victorianas continuaron su distinguido paso por el resto del país a provincias como Cartago, Heredia, Puntarenas y Limón.
La exclusividad de este tipo de arquitectura fue tomando posesión de cuanta obra estructural se iba desarrollando y, alrededor de 1920, adornó edificios municipales, escuelas, iglesias y hasta fincas ganaderas.
Zonas aledañas al volcán Irazú, Capellades de Alvarado y la ciudad brumosa dan prueba material de ello. De igual forma lo hacen San Isidro de Coronado (San José), San Joaquín de Flores y Santo Domingo (Heredia).
"Un exponente muy interesante es Hacienda La Cañada, en Oreamuno de Cartago. Para construirla, fue necesario acarrear la madera en carreta desde San José, porque en aquel entonces ni siquiera existía el camino que lleva a la casa", detalló Barzuna.
La vivienda ha pertenecido, al menos, a cuatro familias de gran tradición cartaginesa. Según afirma el investigador, en ella han sucedido importantes acontecimientos de la vida política y social del siglo XX, pues una de las familias propietarias organizaba fiestas que duraban hasta una semana.
Y si se tratara de hurgar dentro de las paredes de estas joyas arquitectónicas, amontonaríamos sendas memorias, reflejo de la conducta popular que, como las casas victorianas, se resiste al paso de los años.
A su alcance
¿Desea admirar estas gemas estructurales? El almanaque está a la venta en la Librería Universitaria de la Universidad de Costa Rica, en San Pedro de Montes de Oca, ubicada al costado sur del edificio Saprissa, en la popularmente conocida Calle de la Amargura. Tiene un costo de ¢6.000.
Desde el año 2002, el Instituto ha elaborado calendarios con temas que rescatan distintas corrientes que han influenciado al sector de la construcción del país. Entre estas, las viviendas de madera, las de estilo neoclásico y las que rinden tributo al art déco.
De hecho, el primer calendario recopiló las principales casas victorianas capitalinas, recordó Barzuna.
"En aquella ocasión se incluyó mucho edificio de San José. Esta vez se tomaron en cuenta casas de lugares como Cartago, Coronado y Heredia, las cuales –en muchos casos, gracias al esfuerzo de las familias propietarias– se conservan hermosas, en excelente estado", comentó.