Cuando Stiven Koo y su familia compraron una propiedad en San Antonio de Desamparados no sabían que la casona abandonada que estaba incluida era patrimonio histórico y arquitectónico. No solo lo era por las características de su construcción sino también por su su valor histórico: fue la primera escuela de ese distrito, construida entre 1851 y 1900.
Posteriormente, esta casona fue vendida como casa familiar a Eladio Delgado y María Carvajal, quienes dieron el nombre con el que hasta hoy se conoce: Casa Delgado Carvajal.
Koo y su familia eran conscientes del valor que tenía la construcción, pero también de que requería una inversión significativa, pues en los últimos años, había sido ocupada por indigentes.
El deterioro era evidente, tanto así que en 2020 un fallo judicial obligó a los propietarios a restaurarla, para lo cual, Koo y su familia buscaron la asesoría del Centro de Conservación del Patrimonio Cultural (CICPC).
Un convenio de esa entidad con la Universidad de Costa Rica (UCR) revivió la obra, también hubo apoyo de la Municipalidad de Desamparados. En mayo de 2021 ya estaba lista.
“Cuando la compramos no se podía habitar, el techo estaba caído, las paredes estaban a punto de derrumbarse”, recordó Koo.
La restauración se complicaba porque este tipo de edificaciones no pueden ser intervenidas por cualquier constructora, debe ser una que conozca las técnicas constructivas antiguas. En este caso, techo de teja, paredes de adobe y bahareque, con columnas de madera.
Los trabajos representaron un gran reto, pues las paredes estaban muy deterioradas. Algunas partes habían sido vandalizadas y faltaban muchas piezas. Estudiantes y profesores de Ingeniería Civil de la UCR hicieron pruebas en el Laboratorio Nacional de Materiales y Modelos Estructurales (Lanamme), para determinar la condición de los materiales y el reforzamiento estructural necesario.
En búsqueda del inquilino perfecto
La familia Koo no buscó esa casa para vivir ahí ni alquilarla para dicho propósito, querían que fuera un sitio al que los costarricenses, pero especialmente los desamparadeños, pudieran acceder y admirar. Por sus mentes pasó abrir un negocio propio, pero luego pensaron que sería mejor alquilarla a alguien que tuviera experiencia. Eso sí, ese inquilino debería amar tanto el patrimonio como ellos y comprometerse a cuidar la casona.
Hubo quienes ofrecieron alquilarla para un gimnasio, pero eso hubiera puesto en riesgo lo delicado del inmueble. Otras personas querían poner tiendas, pero tampoco hubieran cumplido el fin.
“Queríamos tomarnos el tiempo, escoger el inquilino y saber que lo iba a cuidar en lugar de deteriorarlo más”, puntualizó.
Para cuidar la vivienda y prevenir que indigentes la ocuparan nuevamente, los dueños hacían visitas constantes y sus perros dormían ahí.
Hace pocos meses lograron dar con Vanessa Ramírez y su mamá, Fabiola Ramírez. En este momento ellas están en proceso de permisos municipales para tener un restaurante de comida típica costarricense y comida mexicana fusión, pues tiene una socia mexicana, Sandra Guerrero. De su iniciativa se pulió el piso.
Ramírez es desamparadeña. Sus abuelos son de San Antonio y su mamá se crió ahí. Madre e hija tenían esa casona en sus corazones desde hace décadas.
“La cocina ya está lista. Ahora el 18 (de febrero) se hará una misa y seguramente estará abierto el 26 de marzo. Queremos que la gente de San Antonio venga para recordar y aprender cómo era”, comentó la nueva inquilina.
Para Koo, la ventaja de que sea un lugar abierto al público no solo permitirá a los costarricenses apreciarlo, también el público fiscalizará que se dé un buen mantenimiento.
“Que la gente disfrute la casona. Que venga, que coma, pero que pueda escuchar la historia de cómo se construyó y cómo más de 100 años después permanece viva”, concluyó Ramírez.
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