Si se va a Aquiares, en Santa Rosa de Turrialba, la ermita tradicional de este pueblo sale a relucir por su belleza y ese ambiente que invita a ingresar a ella. Este templo, construido a inicios de la década de 1930, fue declarado patrimonio histórico y arquitectónico en 1997. Desde entonces, la comunidad se preocupa por su conservación.
La misma comunidad tuvo la inquietud de solicitar al Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (CICPC) una visita para que los profesionales en el área pudieran dar el punto de vista técnico de su conservación y qué pasos dar para preservarla por más años.
Estas visitas se hacen con el fin de que puedan corregirse a tiempo los posibles deterioros que se van dando con el paso de los años. Quienes visitan el lugar frecuentemente son los mejores testigos de estos daños.
Esta semana, los profesionales de Patrimonio tomaron nota de los detalles de interés que les expusieron los líderes comunales, los puntos clave del recorrido que hicieron y realizaron un informe técnico arquitectónico, topográfico y electromecánico del inmueble patrimonial.
Esta es una de las edificaciones que componen el llamado sitio patrimonial de Aquiares. Al valor como patrimonio científico, histórico y social de este templo, se debe agregar que es de los escasos testimonios de la tipología arquitectónica que se desarrolló en las haciendas cafetaleras y cañeras de la región del Turrialba y Reventazón entre 1890 y 1930.
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Historia que surgió en medio de cafetales
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La ermita nació en el interior de la finca cafetalera Aquiares, creada por el comerciante Stanley Lindo Morales. Esta finca comenzó sus labores en 1920. Su esposa, Rosalía Acuña, fue la impulsora de la construcción del templo. Su objetivo era que la comunidad de trabajadores que conformaron el poblado del mismo nombre, tuviera acceso a servicios religiosos.
Según un estudio técnico elaborado por Carlos Zamora Hernández, historiador del Centro de Patrimonio, la familia Lindo Acuña no escatimó en gastos para la construcción del templo.
“El altar mayor fue confeccionado por el escultor Ferdinand Stuflesser e importado desde Italia. La imagen de San José, a quien se le dedicó el templo y, sobre todo, los hermosos vitrales hechos por la firma alemana Wilh Derix Kevelaer Goech, son bienes de valor histórico y artístico con los que aún cuenta el inmueble”, cita dicha información.
La ermita luce elementos arquitectónicos de influencia georgiana. En su fachada principal se aprecia un pórtico de entrada, sustentado por seis columnas de madera, esto lleva a formar un amplio corredor. Posee una puerta central con doble hoja y arco de medio punto, además, una puerta pequeña de una sola hoja a cada lado de este pórtico que, al igual que los ventanales, también poseen esta forma.
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En su construcción se empleó una estructura de madera con recubrimiento en sus fachadas de láminas metálicas almohadilladas que semejan ladrillos. Todo el interior es de tablilla de madera biselada. Las paredes y el cielo raso poseen diseños geométricos decorativos. Los pisos muestran coloridos mosaicos antiguos.
Cada uno de los laterales del edificio tiene cinco de estos ventanales: uno pequeño, tres iguales y el último compuesto y mucho más amplio. Ocho de estos diez ventanales están decorados con vitrales con alegorías bíblicas de gran valor artístico.
Este no es el único templo metálico en la zona, también están el de Pavones y el de La Pastora. No obstante, el templo católico de Aquiares es un exponente casi único, incluso en la región Caribe, que representa la influencia de la cultura anglo-antillana en el país.
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