En uno de los salones anexos al vestíbulo del Teatro Nacional hay dos pinturas que encierran más de un secreto. De hecho, son dos obras hermanas: Musas I y Musas II. No solo son obras de arte de alta belleza y capacidad de expresión, en el lienzo de una de ellas se detectó un material más antiguo que el propio territorio de Costa Rica: un nanofósil.
Sí, no estamos hablando del tiempo que Costa Rica tenga de ser independiente o de haberse convertido en República; hablamos de la formación geológica del territorio que hoy comprende nuestro país.
Aunque la formación de nuestro país comenzó hace unos 200 millones de años, cuando el nanofósil detectado en los lienzos emergió (hace 89,9 o 90 millones de años), el territorio nacional no estaba todavía definido en su totalidad.
El descubrimiento, como muchas cosas que suceden en ciencia, no fue intencional y más bien resultó en una sorpresa. Especialmente porque no solo se halló un nanofósil, sino ocho géneros distintos, todos ellos datan de distintas épocas.
Varias obras del Teatro Nacional son analizadas por diferentes profesionales en ciencia de la Universidad de Costa Rica (UCR). En este grupo hay físicos, químicos y biólogos que aportan sus conocimientos para mejorar la preservación de las obras y guiar su restauración.
Musas I y Musas II son de las “estrellas” del Teatro. Fueron encargadas al pintor italiano Carlo Ferrario y datan de 1896.
Para revisar los lienzos de “las Musas”, se utilizó una tecnología especial de microscopía llamada microscopía electrónica. Para ello se empleó un equipo llamado microscopio electrónico de barrido.
Dicho dispositivo utiliza un haz de electrones en lugar de un haz de luz (como en los microscopios comunes) para formar una imagen. Tiene una gran profundidad de campo, la cual permite que se enfoque a la vez una gran parte de la muestra.
Paula Calderón Mesén, bióloga especialista en microscopía electrónica y quien halló este nanofósil, comentó que las dos primeras capas de una obra pictórica se denominan imprimadores. Son un líquido que se aplica directamente sobre la superficie a pintar para que sirva de base firme y proteja la pintura y que esta no se absorba.
“Este imprimador está compuesto por carbonato de calcio y pigmentos blancos, en este caso blanco de zinc y blanco de plomo. Al estudiar estas capas con microscopía electrónica de barrido pudimos observar que justamente este carbonato de calcio es en realidad una conformación de millones de nanofósiles”, manifestó.
Los resultados de esta investigación fueron publicados en la revista Scientific Reports en febrero pasado.
El hallazgo
Una de las ventajas que da esta tecnología de microscopios es que permite adentrarse en el detalle de los nanofósiles y ver su estructura. Así fue como Calderón vio que pertenece a un grupo específico llamado cocolitofóridos.
Estos nanofósiles en algún momento fueron microalgas unicelulares que, cuando mueren su material comienza a depositarse en rocas. Años después, estas quedan expuestas a la superficie y forman escamas, las cuales comienzan a utilizarse como recursos para preservar las pinturas.
“Estos nanofósiles están reunidos y forman capas, como escamas, y estas escamas se unen y forman una esfera, que se conoce como cocosfera. En los nanofósiles cuesta mucho que se conserven las cocosferas, entonces lo que vemos son como ‘escamitas’, algunas muy pulverizadas, otras muy conservadas. Y en esas que están muy conservadas se permite definir de cuál especie se trata”, detalló la bióloga.
Calderón no trabajó sola. A su lado, además de los otros investigadores del proyecto del Teatro Nacional, estuvieron la geóloga de la UCR María Isabel Sandoval Gutiérrez y dos especialistas en cocolitofóridos de la Universidad de Caldas, en Colombia: Estefanía Angulo y Felipe Vallejo.
A los colombianos se les enviaron fotografías tomadas por el microscopio de barrido electrónico para que ellos analizaran la estructura y supieran qué organismos eran.
Así fue como se determinaron ocho géneros de cocolitofóridos dentro de la pintura. Pero eso no era todo. Algo muy importante de estos nanofósiles es que sirven para datar la edad de un material. Cada uno de ellos apareció en el registro geológico en determinado periodo.
“Estudiando eso se hace algo que en geología se llama estratigrafía. Nosotros tenemos entonces las diferentes edades. No todos vivieron los mismos millones de años, pero hay uno en especial que restringe la edad y así fue como vimos que tienen 89,9 o 90 millones de años. Sabemos entonces que la edad del carbonato de calcio que utilizó el artista es de unos 90 millones de años”, subrayó Calderón.
El físico Óscar Andrey Herrera Sancho, quien también participa del proyecto, comentó que este material era muy común en las pinturas de finales del siglo XIX, porque era lo primero que el pintor ponía sobre el lienzo de cáñamo para retener los pigmentos de color.
“Encontramos varias minas en Italia que muy probablemente sirvieran de conexión. Este material imprimador utiliza materia prima de las minas y luego, junto con otros, prepara ese imprimador. Es un material blanco que se le pone al cuadro”, señaló Herrera.
Calderón complementó: “imagínese agarrar una roca, a esa roca se le conoce como tiza. Él pulverizó esos nanofósiles que tomó de la mina o se los llevaron, los combinó con pigmentos blancos y los puso en el lienzo para prepararlo y que estuviera listo para ser pintado”.
“Además ―prosiguió Herrera―, esos nanofósiles le dan una capacidad óptica al lienzo muy diferente. Muy probablemente los artistas buscaban eso, que el lienzo tuviera esa capacidad óptica diferente y que el espectador la vea al final de esta otra forma”.
La pintura
Musas I y Musas II fueron pintadas al óleo en un lienzo de cáñamo entre 1896 y 1897. Fueron encargadas en 1896 al pintor italiano Carlo Ferrario, cuyas creaciones también están en la cafetería del Teatro. Las pinturas fueron hechas en Milán y traídas a Costa Rica en barco hasta Puerto Limón y desde allí a San José en tren.
Estas son una alegoría (representación artística con contenido simbólico) de las artes y simbolizan al dios griego Apolo y a las musas.
Son obras de gran formato; su tamaño aproximado es de 617 x 296 cm, similar a una pantalla de cine. No están colgadas o empotradas en las paredes, más bien engalanan el techo del salón anexo al vestíbulo, en lo que anteriormente se conocía como “la cantina de hombres”.
Estas obras pasaron por una limpieza en 1997 y antes de ser sometidas a una restauración, se busca que tengan todo el fundamento científico de su composición para poder hacerlo de la mejor forma.
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