Desde la concepción y hasta completarse los dos primeros años de vida de un ser humano, transcurren alrededor de mil días. Se trata de un periodo de cambios acelerados, en que el niño sufre una transformación completa. Crece en tamaño, aumenta de peso, modifica sus rasgos y, poco a poco, aflora su personalidad.
Pero, más allá de esa transformación, los científicos han visto que esos mil días son también determinantes para el estado de salud que ese pequeño podría tener el resto de su vida. Y todo tiene que ver con la alimentación.
Lo que su madre consume durante la gestación y el tiempo de la lactancia, así como los primeros bocados que recibe el infante, son cruciales para evitar que, al alcanzar la adultez, ese niño sufra enfermedades asociadas con el sobrepeso, como diabetes, hipertensión y males cardiovasculares.
Agrupados bajo el nombre de “programación metabólica”, una serie de estudios indican que es posible modificar parte de la genética de los bebés, al mejorar la alimentación y los estilos de vida, incluso antes de que la mujer reciba la noticia de que está embarazada, afirmó el pediatra neonatólogo costarricense Óscar Segreda.
Ambiente uterino. De acuerdo con esta teoría, también conocida como “programación fetal”, un peso inadecuado en un recién nacido (ya sea que presente bajo peso o uno excesivo) se asocia con mayor propensión a padecer complicaciones futuras.
Diversas publicaciones atribuyen los orígenes de esta teoría al médico británico David Barker. Según él, los diferentes ambientes en el útero materno producen cambios en la función y estructura de los tejidos que conllevan alteraciones permanentes en los genes del feto.
Por esta razón, la alimentación materna es relevante. Si la mujer no obtiene los nutrientes necesarios durante la gestación, se podría producir un reajuste hormonal en el feto, pues la naturaleza busca restablecer el punto de equilibrio.
Asimismo, si al nacer el bebé no ingiere lo requerido, aunque se le den grandes raciones de alimento, se pueden generar alteraciones metabólicas que también lo harían susceptible a enfermedades en la vida adulta.
¿Qué pasos seguir? Ante hallazgos como estos, Segreda considera que las mujeres que estén pensando en tener un hijo, deberían llevar un control previo al prenatal. Ello, para procurar “ambientes uterinos saludables”.
Según explica, es necesario que un médico evalúe enfermedades de fondo, factores de riesgo y estilos de vida de la mujer, antes de que esta “llame a la cigüeña”. Además, es vital que le recete vitaminas y ácido fólico, para prevenir males congénitos.
En el embarazo, los defensores de la teoría de la programación metabólica aconsejan una dieta alta en carbohidratos y proteínas, una ingesta racional de sal y azúcar, abundante agua y suficiente actividad física.
Una vez que el bebé nace, lo ideal es la lactancia exclusiva hasta los seis meses. Según Segreda, adelantar la introducción de alimentos puede producir obesidad en etapas posteriores.
Para “enamorar” al bebé de la comida saludable, el pediatra sugiere que los primeros alimentos no sean tan pastosos, pues el niño viene de tomar únicamente leche, que es líquida. Lo que se debe procurar es que sean más caldos que purés y, paulatinamente, ir incrementando la consistencia.
Otro aspecto importante es evitar los condimentos. Las primeras comidas del bebé deben cocinarse solo con agua y poca sal.
Una vez que se introducen las primeras verduras, se puede empezar con las frutas, preferiblemente las que no son ácidas.
A partir de los ocho meses, se pueden incluir las carnes, siempre y cuando sean bien toleradas por el menor.
En todo momento, se recomienda evitar bebidas y comidas procesadas, con preservantes y cargadas de azúcar.
Según el médico, entre el año y los dos años, se empieza a fomentar lo que se conoce como “la dieta familiar”. Si lo que se sirve en la mesa para todos los miembros de la casa es “saludable”, los beneficios serán categóricos.