La advertencia de los científicos y médicos no es nueva: las bacterias, hongos y parásitos que causan enfermedades a cultivos, animales y seres humanos se vuelven más fuertes que los medicamentos usados para combatirlas.
La ciencia ha insistido en que mucho de este problema obedece a la forma inapropiada en cómo las personas utilizan los tratamientos (no los terminan, se automedican o desechan los productos en fuentes de agua, por ejemplo).
Sin embargo, hay otras razones de peso. Muchos microorganismos desarrollan en su interior estrategias de evolución que los vuelven inmunes a los fármacos.
Cuatro investigaciones publicadas en la revista Science la tarde de este jueves exploraron cómo las bacterias, hongos y parásitos consiguen "disfrazarse" para "burlar" a sus enemigos.
Dentro de estos "disfraces" están cambios en la estructura y mutaciones genéticas que no se ven simplemente en un microscopio, pero que las llevan a hacerse más poderosas que muchos medicamentos o fertilizantes.
Esto se traduce en un dolor de cabeza para quienes recetan tratamientos médicos o quieren acabar con las plagas en un cultivo.
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Para contrarrestar este efecto, los especialistas optan por utilizar productos más fuertes, algunos de ellos con mayores efectos secundarios. No obstante, como muchos patógenos ya han adquirido resistencia a varias líneas de tratamientos o han heredado sus armas a las generaciones siguientes, las alternativas de solución se reducen.
A continuación, un resumen de los principales hallazgos contemplados en los cuatro estudios.
Inmunidad en cultivos
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La primera de las investigaciones, realizada por la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, exploró cómo surge la resistencia a los pesticidas en los microorganismos que atacan a los cultivos de alimentos.
Los científicos analizaron cómo una sola mutación en un solo gen lleva a que las bacterias más comunes se hagan inmunes.
El problema va más allá de que las plantaciones mueran. También puede afectar la salud de quienes consumen estos alimentos. ¿Cómo?, muy simple: cuando ingerimos productos tratados insistentemente con algún antimicrobiano, nuestro cuerpo, de igual manera, consume dicha sustancia. Si en determinado momento nos infectamos con alguna bacteria, esta "reconocería" dicho producto antibiótico en nosotros y generaría resistencia.
Este fenómeno (el de la resistencia) tiene otro agravante; crece a un ritmo veloz. Veamos un ejemplo: una dosis de insecticida puede, el primer día, matar al 90% de los insectos, pero el 10% sobrevive porque ha desarrollado resistencia. Con su rápida reproducción, para el décimo día, ese mismo producto matará solo al 20% de los insectos que afectan a la plantación.
Se piensa que la ingeniería genética sería ideal para crear cultivos que sean inmunes a las plagas. Sin embargo, los procesos para desarrollar estas tecnologías son lentos.
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Comportamientos genéticos
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El segundo documento explica cómo los estudios de comportamiento genético también pueden ayudar a entender el fenómeno de las bacterias resistentes a antibióticos y, con esos datos, buscar soluciones.
Esta investigación fue publicada por las universidades de Oxford y Cambridge, en Inglaterra, la Escuela de Medicina Tropical e Higiene en Londres, el Instituto Pasteur en Francia y la Universidad de Melbourne en Australia.
El problema de la genética, según vieron los científicos, es que esta se manifiesta diferente según los tipos de infección.
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Por ejemplo, los genes de los microorganismos se comportan de manera muy particular en las infecciones de “superbacterias” que azotan a los hospitales. ¿Por qué? De acuerdo con el reporte, la vulnerabilidad en la que se encuentran los pacientes hace que las mutaciones de la resistencia afloren con mayor facilidad.
Esto ocurre porque, cuando las personas están hospitalizadas, es común que reciban varias dosis de antibióticos o antimicrobianos para tratar sus padecimientos. Como sus organismos están debilitados, los pacientes se vuelven más susceptibles a adquirir otra infección de una bacteria “oportunista” que sea inmune a varias terapias. Entonces, el problema se hace mayor.
Otro es el caso de las infecciones de transmisión sexual, donde el fenómeno de la resistencia se manifiesta distinto. Aquí entran en juego los fluidos corporales de dos personas, las resistencias generadas en cada individuo y el estado de salud de ambos.
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Es por ello que, por ejemplo, la bacteria causante de la gonorrea sea tan fuerte ante varias líneas de tratamiento médico.
¿Cómo contrarrestar estas mutaciones genéticas? Una de las propuestas de los investigadores consiste en alternar los tratamientos: no darles a todos los pacientes la misma terapia, sino más bien suministrar un fármaco diferente según edad, sexo o zona geográfica.
La hipótesis de los científicos es que así se reduciría el impacto de las sustancias que buscan matar a los patógenos y la resistencia sería menor, además de que se tendrían más "planes B" en caso de hallar una cepa resistente al primer tratamiento.
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Uso múltiple de fungicidas
El tercer reporte fue hecho por el Colegio Imperial de Londres, el Departamento de Biointeracciones y Protección de Cultivos de Inglaterra, la Universidad de Lausana en Suiza, la Universidad de Exeter en Reino Unido y la Universidad de Ultrech en Holanda.
Este texto describe la emergencia que existe porque los hongos que atacan tanto a los cultivos como a los animales y seres humanos son cada vez más poderosos.
Lo más preocupante de todo es que en algunas zonas, los mismos antifúngicos que se utilizan para evitar las infecciones en las plantaciones, también se usan para atender los contagios en animales y en seres humanos, lo que aumenta aún más las posibilidades de que estos hongos adquieran el mismo disfraz y les resulte más fácil escabullirse de los tratamientos.
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"Los azoles son el antifúngico más común en la protección de los cultivos (26% de las plantaciones en EE. UU.); pero los azoles también son la primera línea de tratamiento en humanos y animales. Este uso múltiple puede hacer crecer la resistencias en los hongos y aumentar la posibilidad de infecciones que no puedan solucionarse", señaló el reporte.
En este momento hay al menos 11 ensayos clínicos de posibles antifúngicos de mayor impacto, pero aún faltan años para arrojar conclusiones definitivas.
Estrategias en condiciones 'naturales'
Finalmente, el cuarto documento se enfocó en ver cómo surgen estas resistencias en ambientes naturales. Participaron en estas pesquisas investigadores de la Universidad de Wageningen en Holanda, el Centro de Investigación Ambiental en Leipzig, Alemania, la Universidad de Lausana en Suiza y la Universidad de Minho en Portugal.
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"Las condiciones naturales a las que están expuestos algunos microorganismos pueden ser extremas. Alta salinidad, radiación ultravioleta, presiones, temperaturas elevadas. A esto se le deben unir las consecuencias de actividades de la industria o la agricultura. Los microbios expuestos a estas condiciones pueden desarrollar rápidamente adaptaciones que los hagan sobrevivir. Lo mismo sucede cuando se enfrentan a fármacos o fertilizantes", detalló en un reporte adjunto Siavash Atashgahi, investigador del Laboratorio de Microbiología de la Universidad de Wageninge.
El documento explicó que es posible que algunos de estos organismos puedan "preadaptar sus células a las condiciones de los sitios donde vivirán o a las sustancias a las que se verán expuestas".
La tecnología genética permitiría una mejor caracterización de la comunidad microbiana en los diferentes sitios. "Estudiar las capacidades de adaptación y cómo se dan estas, podría dar con formas de bloquearlas y desarrollar nuevos pesticidas o medicamentos", subrayó el artículo.
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Aunque la evolución propia de los microorganismos contribuye a la resistencia, las actividades del ser humano, siguen siendo medulares y nunca está de más recordarlas.
Ingerir un antibiótico sin recta, no completar el tratamiento asignado por el médico o terminarlo abruptamente son malas prácticas que deben evitarse a toda costa, aseguran los expertos.
La resistencia a los antibióticos también puede darse si las personas se deshacen de los sobrantes del tratamiento de la manera incorrecta, depositándolos en lavatorios, inodoros o basureros.
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Según explicó en una entrevista anterior Gineth Castro, coordinadora de Servicios Farmacéuticos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), cuando el antibiótico se desecha por la tubería normal, puede llegar a fuentes de agua y matar las bacterias ‘buenas’ que ayudan al proceso de tratamiento de aguas negras, además de perjudicar a los peces.
La única forma en que un antibiótico puede desecharse es a través de un profesional, por lo que la recomendación de oro es llevar los sobrantes a la farmacia.