El jueguito de doctora que Silvia Elena Benavides Varela le pidió una y otra vez a sus padres para Navidad, cuando niña, fue una inspiración que la llevó a ser hoy una de las principales investigadoras de la Universidad de Padua, en Italia, y merecedora de 1,5 millones de euros del Consejo Europeo para la Investigación (ERC, por sus siglas en inglés) para llevar a cabo sus estudios sobre el cerebro de los bebés.
La vida que tuvo de niña en medio de vacas, cerros y un cielo límpido para ver las estrellas en San Vicente de San Carlos, a 7 kilómetros de Ciudad Quesada, es una vida muy diferente a la que tiene hoy en medio de hospitales y su laboratorio en Italia, donde se desempeña como neurocientífica. No obstante, Benavides asegura que cada paso que dio en su hogar, a los pies del Parque Nacional Juan Castro Blanco (popularmente conocido como “Parque del Agua”), la llevó a su vida actual.
“Hay pocas familias, muy grandes. Mis abuelos ‘abrieron montaña’ para llegar. Hasta hace poco pusieron la calle asfaltada para llegar allá. Toda esa niñez en el campo, en medio de las vacas, viendo al cerro me fue llevando a las oportunidades que hoy me tienen aquí”, recalcó en videollamada con La Nación desde su casa en Padua, donde vive con su esposo y sus dos hijos, Luis Rodrigo, de 7 años, y Miranda, quien está próxima cumplir los 5.
Cinco años para estudiar predictores de lenguaje en bebés
¿En qué utilizará Benavides los 1,5 millones de euros de su premio? En estudiar, en bebés, qué sucede en el cerebro humano para desarrollar el lenguaje y determinar si hay “predictores” que se den antes de esas primeras palabras o, incluso, de los balbuceos. Es un estudio de cinco años sobre lo que sucede en en el cerebro humano.
La científica explicó que mucha gente piensa que el bebé es una versión pequeña del adulto e imagina que tiene la misma arquitectura de mente, pero en chiquito, y no es así. “Tiene capacidades incluso mayores que el adulto, y uno de los ejemplos es el lenguaje”, expresó.
“¿Qué pasa cuando el bebé comienza a hacer vocalizaciones? Todos hacemos fiesta, pero ya antes de eso, el cerebro ha aprendido del lenguaje. Se ha mantenido muy activo. Es lo que queremos estudiar ¿podemos predecir cuando es que el bebé dirá palabras?”, agregó.
Para la investigación, se utilizan marcadores de cerebro, respiración, frecuencia cardíaca, pero también se evalúa la vida en el hogar: ¿cómo duerme el bebé?, ¿qué pasa alrededor? La idea es comenzar desde el nacimiento y darles seguimiento.
El galardón y el financiamiento no fueron fáciles. Más de 4.000 personas participaron con sus proyectos para ser uno de los 397 ganadores de fondos. Para ello debían enviar una propuesta de la cual se seleccionaba un porcentaje para ir a diferentes entrevistas en las que cada vez se iba reduciendo más la cifra de candidatos.
‘Represento minorías’
“Represento muchas minorías. Cuando en conferencias o congresos nos preguntan por minorías, yo puedo decir que yo soy mujer, de un país en vías de desarrollo, de zona rural y de la primera generación de la familia en tener estudios superiores. Mis papás no terminaron la escuela primaria, pero de ellos aprendí la importancia del trabajo duro y honesto y de darle a la familia siempre el primer lugar.
“Hay un componente espiritual, creo mucho en Dios, hay mucho esfuerzo de por medio; hay un apoyo importante de la familia y una gota de suerte”, reflexionó.
Motivación desde la escuela
Benavides, de 39 años, recuerda que, cuando iba a entrar a los estudios, una maestra le dijo a la mamá que no la mandara a la escuela desde muy niña, porque “estaba entre vacas y en medio de la naturaleza”. No hizo preescolar y llegó directo a primer grado, pero no perdió tiempo; su hermana le enseñó a leer y a escribir. Al llegar a la escuela, se aburría. Su maestra de primer grado comenzó entonces a llevarle libros.
“Era de esas maestras que veían que podían hacer algo más. Ella me pedía siempre algo más, no me dejaba aburrirme. Veía que era muy tímida; entonces, me pedía hablar en los actos cívicos. ¡Qué visión de maestra! Sabía cómo ayudarnos a todos”, recordó.
Después llegó al Colegio Científico de San Carlos, donde su sueño era ser neurocirujana pediátrica; posteriormente, cambió de enfoque, pero mantuvo la esencia de ayudar al desarrollo cerebral de los más pequeños.
“Tenía muy claro que quería trabajar con niños y con el cerebro de los niños. No sabía exactamente cómo ni qué estudiar para ser investigadora científica en estos temas”, rememoró.
Dividida entre la Medicina y la Biotecnología
Cuando llegó el momento de dejar San Carlos para dar paso a la vida universitaria, se decidió por combinar su tiempo entre Medicina en la Universidad de Costa Rica (UCR), en San Pedro de Montes de Oca e Ingeniería en Biotecnología en el Instituto Tecnológico de Costa Rica (Tec) en Cartago.
El primer año, para optimizar tiempo, recibió los cursos de Humanidades en la Universidad Estatal a Distancia (UNED), porque quería seguir siendo tutora de Olimpiadas Matemáticas en San Carlos, a lo que dedicaba sus ratos los fines de semana.
El tiempo la fue llevando a quedarse con Biotecnología porque, aunque en ese entonces su enfoque era más hacia las plantas y no tanto a la salud humana, le daba esas herramientas de investigación.
Su tesis la llevó de nuevo a estar ligada a la salud humana, pues trabajó en conjunto con el Programa de Investigación en Neurociencias de la UCR. Este proyecto ya la volvió a acercar al funcionamiento del cerebro humano.
Eso le abrió las puertas de escuelas de verano en diferentes países de Suramérica y la puso en contacto con personas que investigaban neurociencias. Ella fue muy clara en que no era ni médico, ni psicóloga, ni psicopedagoga, pero que quería estudiar el cerebro humano, y, específicamente, el cerebro de los bebés. Esas conversaciones, sin saberlo, le iban a dar la entrada a Europa.
Alemania, Francia, Italia...
Diferentes exámenes de admisión la llevaron a hacer pasantías en los Institutos Max Planck en Alemania y en la Universidad de Trieste en Italia. Luego, la llevaron un tiempo a otros estudios en Francia.
Luego, hizo su doctorado en Italia estudiando justo lo que ella quería: el cerebro de los bebés y ver cómo se desarrollaba el lenguaje. Después hizo un posdoctorado en rehabilitación en el Hospital de Venecia y otro en París estudiando, de nuevo, el cerebro de bebés.
Ese tiempo en Francia fue particularmente simbólico: “Desde muy pequeñita, por alguna razón dije que quería ir a París, no sé por qué, pero logré”.
Posteriormente, la Universidad de Padua la contrató y allí se desarrolla como investigadora en Neurociencias y en Psicología.
El camino fue anómalo. ¿Qué hace una ingeniera en biotecnología metida en neurociencias? Ella subrayó que eso se lo debe a mucha gente, entre ellos a su tutor de doctorado. Él confió en ella, que no tenía formación en ese campo del saber y no hablaba italiano. Su única petición para ella fue que aprendiera a hablar italiano, para que se comunicara con las mamás de los bebés.
Sin embargo, procura volver cuando puede a San Vicente, a ver a sus papás, a su hermana Jeimy y a sus hermanos Johnny y Luis Diego. “Vengo de una familia muy grande, mis abuelas tuvieron 12 y 15 hijos, y soy realmente bendecida de haber crecido en familia, rodeada de tíos y primos”.
El amor la detuvo cuando estaba por volver a Costa Rica
Al concluir su doctorado, justo cuando estaba por devolverse a Costa Rica, se reencontró con su esposo, Antonio Vallesi, quien también es profesor e investigador en Neurociencias, Psicología y Psicobiología en la misma universidad.
Fue un reencuentro con una de las primeras personas a las que conoció en Italia, pero a quien dejó de ver por años. La primera semana que estuvo allá se propuso ir a una defensa de tesis doctoral, porque sabía que debía hacer eso al terminar sus estudios. Esa era la tesis de Vallesi. Se conocieron ese día, compartieron poco. “Por ahí me invitó a una pizza”, recordó.
A los diez días, él salió a hacer su posdoctorado en Canadá. Cada uno siguió su camino, pero él regresó cuando Silvia estaba cerca de terminar los estudios y regresar a Costa Rica.
Ella ya tenía su trabajo asegurado en la UCR. No obstante, como ella mencionó, el destino, Dios o la vida misma hicieron que hubiera un cuarto libre en el apartamento que ella alquilaba. Su compañera de apartamento tenía una amistad cercana con Vallesi y le dio que podía quedarse ahí unos días en lo que conseguía un lugar fijo. Y allí nació un amor que hoy ya suma una década.
Ella, entonces, devolvió el dinero de su beca al Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit), quienes habían patrocinado sus estudios y se quedó en Italia.
Ella destaca que, desde la escuela hasta sus posdoctorados, siempre ha encontrado personas que la han apoyado y brindado una mano para aprender.
Más allá de esto, hoy esta mujer con posdoctorados que obtuvo un fondo millonario para investigar sigue añorando esa niñez con las vacas y el cerro y busca volver cada vez que puede y tomar ese rol de la hija de Clotilde y Jorge Luis, la que una vez les pidió ese equipo para jugar de doctora.