Las épocas son otras, llenas de ocupaciones y falta de tiempo. Como consecuencia se ha reducido la frecuencia con que las familias se sientan a la mesa para comer. Ya sea por horarios que no coinciden o un general desinterés, muchas se están perdiendo los beneficios de compartir una cena.
Según recientes estudios psicológicos, el comedor no es solo un lugar para disfrutar del alimento; es también un espacio para compartir tiempo de calidad con los seres queridos. Por eso, los expertos coinciden en cinco razones y consejos para formar o recuperar el hábito de comer juntos.
Mejor nutrición y planificación. Según una investigación de expertos de la Universidad de la Florida, tener comidas en familia “con frecuencia puede tener un efecto positivo en la nutrición de sus miembros pues da la posibilidad de controlar mejor las porciones”.
Esta práctica ayuda a incluir en cada plato una variedad de alimentos saludables y aumentar la proporción de comida sana que se ingiere por semana, señala.
Planear con antelación los alimentos en familia, también puede ser muy útil.
Merendar juntos ofrece el momento ideal para hacer planes, reforzar lazos y aprender el uno del otro, aseguran los especialistas.
Compartir información y acontecimientos importantes de la vida de cada miembro, así como dar un poco más de atención a los hijos, son cosas que se facilitan con este tiempo, pero, para que ese entorno sea el mejor, lo óptimo es eliminar todas las distracciones posibles.
Apagar el televisor y dejar los teléfonos celulares en otra habitación puede ser clave, así como aprovechar el tiempo para conocer cómo están los demás y compartir historias del día (o del pasado), sin distractores, son pasos que aseguran un buen rato, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los científicos sugieren que los “encuentros familiares a la mesa” sean tan frecuentes como sea posible. Eso sí, en cada caso conviene que los miembros del clan “pacten” cuáles tiempos de comida les gustaría disfrutar juntos, en días seleccionados, para así tomar las previsiones necesarias.
Si bien es poco probable que se puedan compartir todas las comidas de la semana en grupo, algunos sugieren proponerse metas, como, por ejemplo, cenar semanalmente en familia una o dos veces.
Formación de buenos hábitos. Acostumbrarse a la comida preparada en casa, ayuda a moldear hábitos saludables en los más pequeños, quienes aprenden a formar un plato balanceado, a controlar sus porciones y a preferir los alimentos caseros a la comida rápida.
Estudios publicados en revistas como Journal of the American Medical Association (JAMA) y Social Behavior and Personality, coinciden en que los adolescentes también pueden aprovechar para aprender a cocinar y reducir las veces en que comerán fuera cuando vivan por su cuenta.
La Clínica del Adolescente ofrece otro consejo: que en lugar de comprar platillos preparados, se aproveche para que toda la familia ayude a prepararlos. Como práctica, puede comenzar realizando las compras también junto al resto de familiares.
Finalmente, los psicólogos coinciden en que hay más oportunidad de ver señales de alerta en el comportamiento o en el bienestar de un familiar, cuando se comparte tiempo con frecuencia. Por ejemplo, problemas de desórdenes alimentarios o escolares, son más fáciles de detectar en el comedor de la casa.
Siempre en la línea de calidad de vida, un estudio de la Universidad Brigham Young, en los Estados Unidos, reveló que comer en familia puede incluso ayudar a las madres a bajar sus niveles de estrés. Eso, siempre que se pongan reglas y que la comida familiar no sea momento de peleas.
Para lograrlo se sugiere establecer previamente reglas muy básicas de convivencia, como no alzar la voz y no promover enfrentamientos entre los miembros.