Desde 1996, el Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza (Inciensa) estudia la alimentación de los adolescentes y cómo puede afectar su salud. Conforme pasa el tiempo la preocupación aumenta: comidas cargadas de azúcares, condimentos, preservantes y grasa han desplazado la dieta más tradicional con más arroz, frijoles, huevo, maíz y ensaladas.
“Los cambios en la ingesta de los nutrientes más importantes en los adolescentes en Costa Rica presentan desafíos en salud pública para la prevención de riesgo cardiometabólico”, resume el artículo publicado recientemente en la revista The Journal of Nutrition.
Rafael Monge Rojas, coordinador de la investigación, dijo a La Nación que estos cambios generan riesgos que avanzan paulatinamente. Las primeras consecuencias son el sobrepeso y la obesidad. Estas condiciones aumentan el riesgo de niveles elevados de colesterol y triglicéridos. Esto podría, a su vez, llevar a problemas metabólicos, como diabetes o síndrome metabólico, y a males crónicos de índole cardiovascular, como hipertensión. Finalmente, esto podría traer consigo infartos y accidentes cerebrovasculares.
“Ya en el 96 vimos muchachos con un perfil de lípidos alterado y triglicéridos altos. Eso sube el riesgo de enfermedad cardiovascular en la edad adulta“, afirmó.
Al iniciar el estudio, en 1996, el 16,9% de los participantes tenía sobrepeso u obesidad. En 2006, una nueva generación de adolescentes mostraba un 19,9%. Para 2017 el 28,2% de los colegiales tenía sobrepeso u obesidad.
Según Monge, eso tiene una explicación: “Hemos evidenciado un claro deterioro en la calidad de la dieta”.
Se estudió la adolescencia porque es una etapa clave de la vida; se está a tiempo de prevenir males mayores, pero también es cuando se forman los hábitos de la vida adulta.
“Los años de la adolescencia ofrecen una ventana potencial para la prevención de enfermedades crónicas”, cita el artículo.
Los cambios buenos en la alimentación adolescente
La mayor parte de los cambios no son alentadores, pero Monge subrayó uno que sí es beneficioso. Las grasas saturadas, como la manteca de cerdo, se fueron dejando de lado para dar paso a aceites vegetales como soya o canola, que tienen beneficios.
A finales de la década de 1990 e inicios de la de 2000 se hizo énfasis en preferir los aceites vegetales. Además, se fueron prohibiendo las grasas trans en varios productos procesados del mercado.
Las grasas saturadas pasaron de ser el 12,1% de las calorías en 1996 al 8,93% en 2017. Y los aceites más beneficiosos subieron de 5,5% a 9,5%.
Sin embargo, a Monge le preocupa un fenómeno ocurrido durante la pandemia: el precio del aceite aumentó mucho y salieron al mercado aceites vegetales mezclados con aceite de palma. Son más baratos, pero la palma es fuente de grasas saturadas. Su temor es que muchas personas cambiaran y aumentaran su consumo de grasas no saludables.
En las zonas rurales hallaron otros puntos positivos: mayor consumo de frijoles y menor ingesta de ultraprocesados.
Otro cambio podría parecer positivo, pero no lo es tanto. En las primeras dos rondas de estudio, las frutas no aparecían dentro de los 10 alimentos más consumidos, en la tercera estaban en sétimo lugar, con un 4,1% de la ingesta de calorías.
Sin embargo, al revisar la cantidad consumida, se ve que más bien descendió, al pasar de 84,1 gramos al día en 1996 a 82,1 en 2017.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda al menos 400 gramos (cinco porciones de 80 gramos) de frutas y verduras al día.
Los cambios malos en la alimentación adolescente
Hubo cambios de platos saludables por comidas cada vez más procesadas, azucaradas y grasosas. Monge citó dos ejemplos de la dieta tradicional costarricense: el arroz y los frijoles.
En 1996, el arroz era la primera fuente de energía. Para 2017 había sido desplazada a un segundo lugar. Las bebidas azucaradas, que en 1996 estaban en sexto lugar, pasaron al primero.
En ese lapso, el arroz pasó de ser el 12,8% de las calorías ingeridas al 12,2%. El cambio no parece significativo, pero se dimensiona al compararse con las bebidas azucaradas, que pasaron de un 5% a un 15,1%.
Los frijoles pasaron de un sétimo lugar en 1996 (con 4,8% de las calorías) a ni siquiera aparecer dentro de los primeros 10 alimentos y no alcanzar el 2,2% de la ingesta calórica.
“Hay una reducción importantísima en el consumo de frijoles en la población adolescente. No les gustan a no ser que sean molidos. Y recurren a los preenvasados, que son ultraprocesados, con más grasa y sodio. Con eso pierden nutrientes y deterioran la calidad del alimento”, aseguró.
Preocupación por ultraprocesados
A los investigadores les preocupa el alto consumo de ultraprocesados. Según la OMS, un producto ultraprocesado es una formulación industrial hecha con sustancias extraídas o derivadas de alimentos, además de aditivos y que dan color, sabor o textura para intentar imitar a los alimentos.
Esta categoría incluye refrescos, embutidos, comidas rápidas, confites, galletas, pasteles, barras de granola o energéticas, muchos tipos de panes y cereales envasados y comidas congeladas.
Estos productos suelen tener un alto contenido en grasa, azúcar y sodio.
“Los ultraprocesados aportan cerca de un 36% de energía de la dieta adolescente. Y están desplazando a la dieta habitual. Al aumentar el consumo de ultraprocesados disminuye el de frutas, verduras y leguminosas“, dijo Monge.
Con este comportamiento se aumentan las grasas trans y saturadas y azúcares. Y se pierden proteínas, fibra, hierro, zinc, tiamina, riboflavina, vitamina B6 y vitamina B12.
Según el estudio, los ultraprocesados favoritos son: snacks dulces, postres, bebidas con azúcar agregada, comidas rápidas, salsas, condimentos y grasas untables, y productos con grasa láctea (como algunos helados y natillas).
¿Cómo se estudió el cambio en la alimentación?
La investigación empezó en 1996 con las primeras mediciones y recuento de la alimentación en adolescentes. Se hizo otra ronda en 2006 y otra en 2017. Desde entonces se ha dado seguimiento a cambios y analizado los datos.
En total, participaron 1.227 colegiales de entre 12 y 19 años, de sétimo a duodécimo año, de la provincia de San José.
Las pesquisas se hicieron en colegios de toda la provincia, públicos y privados, de zonas urbanas y rurales.
En cada colegio se escogieron 10 aulas y se les preguntó a los alumnos si querían participar. Por ser menores de edad, los padres o encargados debían firmar su consentimiento.
Una vez seleccionados los participantes, se les pesó y midió.
Posteriormente, con la ayuda de nutricionistas, se documentaron los alimentos tomados tres veces por semana (dos entre semana y una el fin de semana) durante todo el curso lectivo. Los registros sobre qué se comía, las horas y las porciones debían ser lo más específicos posible.
El trabajo cuenta con el apoyo de la Universidad de Costa Rica (UCR) y la Universidad George Washington, en Washington D.C., EE. UU.
En busca del regreso a la dieta tradicional
El artículo indica que es necesario pensar en políticas de salud pública que pongan impuestos a bebidas azucaradas y productos ultraprocesados.
Además, sugiere realizar campañas de rescate de dietas tradicionales que motiven la ingesta de leguminosas, frutas, verduras y lácteos.
Para Monge, comer en familia es vital, especialmente si los adultos se esfuerzan por tener una alimentación de calidad, alta en frutas, verduras y leguminosas y baja en ultraprocesados.