
La empatía, esa habilidad de ponerse “en los zapatos” de los demás (especialmente de quien está pasando por un problema grave) es una de las características más valiosas del ser humano.
Pero todo tiene un límite y hay quienes no saben cómo establecerlo. Hablamos de personas que, en un intento por estar en ese lugar del otro, se ponen, no solo sus zapatos, si no que intentan llevar su ropa y todas sus cargas. Es gente que termina preocupándose más por las vicisitudes de sus amigos o seres queridos que por las propias.
Este comportamiento les pasa la factura. Les ocasiona ansiedad, síntomas depresivos, cansancio excesivo y hasta problemas físicos como insomnio o dolor de cabeza o problemas gastrointestinales.
A este trastorno se le conoce como desgaste por empatía o síndrome de fatiga por compasión. Se trata de una patología muy común en individuos que trabajan con gente en condiciones de vulnerabilidad o que están inmersos en conflictos. Por ejemplo médicos, enfermeros, terapeutas físicos, psicólogos, trabajadores sociales, educadores, orientadores, funcionarios de servicio al cliente, bomberos, cruzrojistas y policías. También suele presentarse en cuidadores de adultos mayores o enfermos.
En realidad, cualquiera que se deje arrastrar por los conflictos ajenos pude sufrir este cuadro.
“Tal vez tu trabajo no implique tener contacto con el público, pero una compañera de trabajo te cuenta que está en una situación económica crítica o que está gravemente enferma. Y eso comienza a cargarte más que tus propias deudas o una enfermedad que estés llevando. A esto debemos sumarle que están los problemas propios de la casa, de la gente con la que vivimos, la situación económica del país, el precio del dólar... ¡Todo eso nos carga todavía más!”, comentó la psiquiatra Yasmín Jaramillo, quien abordó el tema durante el reciente Congreso Médico Nacional.
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¿Cómo reconocerlo?
De acuerdo con Jaramillo, uno de los problemas con el desgaste por empatía es que sucede lo mismo que con otros trastornos, que comienza de forma silenciosa y no le damos importancia.
“La capacidad de una enfermedad de hacer daño radica en su capacidad de pasar desapercibida. La enfermedad silenciosa es la más peligrosa. Se comienza a acumular y nos estalla en la cara. Hemos visto muchos casos, recuerdo muy bien un médico muerto de un infarto en el terremoto de Limón en 1991 después de lidiar con todo lo que estaba pasándole a las personas ahí”, detalló la especialista.
El síndrome de fatiga por compasión no es nuevo, pero sus casos se han vuelto más frecuentes en los últimos años. Ya en 1971 el psicólogo Charles Figley definió este trastorno, luego de ver en muchos pacientes una profunda fatiga como resultado de haber estado ayudando a personas que han pasado por situaciones difíciles o traumáticas.
Según su texto, esto se debía a un intenso deseo de calmar el dolor o resolver el problema de la persona que sufre, pero a su vez sin poder gestionar el dolor propio que eso les ocasionaba.
Hay tres síntomas del desgaste por empatía que pueden reconocerse para tomar acciones a tiempo. El primero es la reexperimentación. Se reviven los eventos de lo que le han contado las personas, se recuerda cómo se pusieron a llorar, los detalles de las historias que contaron. Se tienen sueños o pesadillas con el tema. Los hechos se vuelve un pensamiento recurrente durante el día.
El segundo síntoma es el embotamiento afectivo y la negación. Todas esas tensiones acumuladas llegan al punto en que la persona simplemente “se desconecta” y se vuelve insensible, pero no solo ante esa situación si no ante las demás.
Sin embargo, esto le trae consecuencias, como irritabilidad, frustración y la sensación de desconexión emocional, como si todo le resultara ajeno. Esto afecta la capacidad de disfrute y convivencia con quienes le rodean.
Finalmente está la llamada hiperactivación nerviosa. Quien sufre desgaste por empatía experimenta ansiedad, ataques de pánico, dificultades para dormir e incapacidad para concentrarse.
¿Cuándo se presentan estos síntomas? Depende de cada individuo. Algunos resisten más que otros o pueden ser empáticos ante algunas situaciones más que otros. Hay quienes experimentan estos síntomas durante meses o incluso años después de estarlos viviendo, mientras que otras personas los manifiestan en cuestión de minutos.
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Las causas científicas de este síndrome
De acuerdo con Jaramillo, nuestro cerebro y nuestro cuerpo poseen todo un sistema para manejar el estrés y los distintos niveles de tensión o sufrimiento. Sin embargo, como todos los sistemas de nuestro organismo, existen límites.
“Está el llamado síndrome general de adaptación al estrés. Todos luchamos contra el estrés en mayor o menor medida. Es la respuesta de nuestro cuerpo a las diferentes situaciones. Nuestro cuerpo está capacitado para luchar contra el estrés, pero también debe recuperarse. Si recibe mucho estrés pero no tiene tiempo de recuperación, nuestro sistema se altera”, explicó la especialista.
Y añadió: “ahí es donde vienen los dolores, los problemas digestivos, el insomnio, el agotamiento y el que nuestro sistema de defensas baje”.

Este tipo de manifestaciones se da ante cualquier tipo de estrés, o con el llamado “síndrome del burnout” (trastorno caracterizado por apatía, fatiga, desesperanza, ansiedad y en algunos casos problemas gastrointestinales). La diferencia en el desgaste por empatía es que todas estas características se presentan no por problemas o situaciones propias de la persona, si no por la preocupación ante los males ajenos.
“Sí afecta la salud física. Porque en algunos casos hay personas que dejan de preocuparse por sí mismos (por su salud o necesidades). Hay casos de médicos que han dicho ‘yo puedo tratarme mi propio infarto’ o decir ‘no es para tanto’ sin incluso tomar en cuenta que ahí mismo donde trabajan, tienen muchas personas que podrían atenderlos”, manifestó el psicólogo Adrián Campos.
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Lo más difícil es reconocer cuándo realmente se tiene un desgaste por empatía, pues, como se dijo anteriormente, no solo comienza en silencio sino que quienes lo padecen no saben distinguirlo. Aún más, porque se trata de un síndrome poco conocido.
Muchas personas incluso escuchan que sus familiares y amigos les dicen una y otra vez que están preocupados por ellos, que los notan mal, pero quienes sufren de este trastorno aseguran que todo está bien. No obstante, si ya alguien se lo menciona usted debería ponerle atención.
Acudir a terapia psicológica o el realizar actividades relajantes y que ofrezcan satisfacción personal, son dos medidas que podrían traer grandes beneficios.
“No todas las personas son iguales, no podemos recomendarles lo mismo. Hay quienes ven en la meditación ese momento de relajación, para otros individuos que se refugian en la oración, para otros es el yoga, y hay quienes hayan relajación en simplemente tirarse en una cama y no hacer nada”, concluyó Campos.