El presidente estadounidense, Donald Trump, no es médico, pero está convencido de sus dotes científicas, y la pandemia de coronavirus le ha proporcionado un escenario perfecto desde el que promover sus teorías.
El líder republicano anunció el lunes, para el asombro general, que llevaba semana y media tomando hidroxicloroquina como medida preventiva contra la covid-19.
Aunque Trump aseguró haber "oído muchas buenas historias" sobre ese medicamento contra la malaria, su uso contra el coronavirus no ha sido validado y los reguladores estadounidenses advierten que puede ser muy peligroso.
En realidad, el anuncio del mandatario no fue tan sorprendente. El multimillonario elige a menudo su propio camino en cuestiones de ciencia, incluso en plena pandemia.
En abril, durante una rueda de prensa con altos funcionarios de la salud, Trump preguntó si no se podría inyectar desinfectantes industriales a los pacientes de coronavirus.
Ante el revuelo causado por sus declaraciones, Trump dijo al día siguiente que sus palabras habían sido sarcásticas, aunque no hubiera ningún tono sarcástico en su voz.
La idiosincrasia del presidente respecto a la pandemia quedó aún más clara con otro asunto: el uso de mascarillas.
Mucho después de que los asesores médicos del gobierno recomendaran llevar mascarillas para frenar la propagación del virus, una medida aplicada ya en la mayoría de los países, Trump y su equipo aparecieron sin tapabocas.
Este mes, después de que empleados de la Casa Blanca con acceso a Trump contrajeran el coronavirus, se dio la orden de que todos llevaran mascarillas, excepto el presidente.
Se negó incluso a ponerse un tapabocas durante la visita a una fábrica de mascarillas en Arizona.
Un genio
Las opiniones de Trump sobre asuntos científicos abarcan un amplio espectro.
Desdeña las energías renovables y dice que los aerogeneradores provocan cáncer.
Durante un eclipse solar en 2017, ignoró los consejos de médicos y miró directamente hacia el sol, sin gafas de protección.
Tampoco cree que el calentamiento global sea fruto de las actividades humanas, a pesar de la postura casi unánime de los científicos sobre esto, y ha retirado a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el clima.
El inquilino de la Casa Blanca desprecia, asimismo, la actividad física y asegura que sus amigos más viejos que hicieron deporte están sometiéndose a operaciones de cambio de rodillas y de caderas.
Las palabras del presidente le granjean burlas en parte de la sociedad, pero sus seguidores coinciden a menudo con sus teorías.
Trump atribuye su autoproclamada sabiduría científica a "buenos genes", en concreto los que heredó de un tío suyo al que define como un "supergenio", John Trump, que dio clases en el Massachusetts Institute of Technology (MIT).
"Me encantan estas cosas. Las entiendo realmente", dijo el presidente en marzo durante una visita a los laboratorios de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).
"Todos esos médicos dijeron: '¿cómo sabe tanto sobre esto?'", alardeó. "Quizás tenga una habilidad natural. Quizás debería haberme dedicado a esto en vez de presentarme a la presidencia".
Un día con médicos
Hay un aspecto en el que nadie duda de la capacidad de Trump: su éxito a la hora de conseguir los informes que necesita tras someterse a exámenes médicos.
Esa facultad se remonta a 1968. A Trump, entonces un joven con aspecto atlético, le diagnosticaron espolones óseos en sus talones, lo cual le libró de ser reclutado para la guerra de Vietnam.
El presidente aseguró que no recordaba qué médico lo había examinado en aquel momento. En un artículo publicado en 2018 por el New York Times, la familia de un podólogo que alquilaba una propiedad al padre del futuro presidente afirmó que el diagnóstico se hizo como “un favor”.
Dejando a un lado el golf, Trump, de 73 años, no hace deporte y es un amante de la comida rápida. Tiene problemas cardíacos y, según los criterios de los CDC, es obeso.
Pero los informes oficiales sobre su estado de salud desde la campaña presidencial de 2016 son muy positivos.
"Si es elegido, el señor Trump, puedo afirmarlo sin duda, será la persona más sana jamás elegida como presidente", escribió en 2015 su entonces médico personal, Harold Bornstein.
El médico se retractó posteriormente, y en 2018 dijo que el mandatario había "dictado toda esa carta".
En aquel momento, Trump ya estaba en la Casa Blanca y los excelentes informes médicos siguieron llegando.
“Eso se llama genética. No sé. Algunas personas tienen excelentes genes”, declaró en 2018 Ronny Jackson, que era su médico en la Casa Blanca en esa época. “Le he dicho al presidente que si hubiera tenido una dieta más sana en los últimos 20 años, podría vivir 200 años”, añadió.