Era un viaje que consideraba iba a ser tranquilo. El cirujano Clive Montalbert en aquel entonces realizaba sus estudios de residencia en Washington y se dirigía hacia aquel destino. Pocos minutos después de despegar, una de las sobrecargas comenzó a preguntar asiento por asiento que si había un médico a bordo.
“Era un vuelo con escala en Miami, donde el avión paraba para subir a más gente. Ahí en Miami se subió un paciente. El vuelo recién había comenzado cuando las aeromozas comenzaron a pedir un médico. Vi que un colega se levantó y me quedé tranquilo, pero luego regresaron a preguntar. Resulta que el colega era psiquiatra, entonces seguramente no se sentía en condiciones de atender una emergencia como la que estaba sucediendo”, recordó Montalbert, quien hoy está pensionado.
Y añadió: “cuando llegué, el paciente estaba en el suelo. Ya había recuperado el conocimiento, pero estaba pálido. Él iba con la esposa y ella me contó que estaban en un crucero, que él se había sentido mal y que el médico del barco les había recomendado regresar a casa. Cuando le abro la camisa veo que tenía un parche de nitroglicerina, es decir, era cardiópata y estaba en crisis. Aún faltaban unas tres horas para llegar. Tuve que pedir un aterrizaje en el aeropuerto más cercano para que él fuera a un hospital”.
Según el médico, aunque casi todos los pasajeros sí comprendieron la situación, sí fue un asunto complicado, dado que el aeropuerto autorizó el aterrizaje del avión, pero no la salida. Ya había despegues programados y tuvieron que esperar varias horas.
“Hice lo que tenía que hacer. No tenía cómo tratarlo dentro del avión”, subrayó.
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No fue la única vez
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Las posibilidades de que los profesionales en medicina enfrenten situaciones de este tipo, no están claras y podría incluso existir un subregistro. Un estudio de un centro de comunicación en tierra que ofrece servicios de consulta médica a las aerolíneas estima que ocurre una emergencia así cada 604 vuelos. Otra investigación indica que se dan 130 urgencias por cada millón de pacientes, lo que sí representa un aumento, pues antes era de 80 emergencias por millón de pasajeros.
Los médicos son requeridos en casos muy específicos, dado que la tripulación tiene conocimientos en primeros auxilios y en atender los padecimientos más comunes y leves. Además, hay profesionales entrenados para, desde tierra, dar indicaciones a la tripulación si se presentan condiciones de salud en algún pasajero.
Pero Montalvert ha enfrentado esa condición no una, ni dos, si no tres veces.
“La segunda vez no fue tan grave, pero sí algo que requería la atención de un doctor. Yo venía de de Houston hacia Miami o Atlanta, no recuerdo muy bien. Una niña tenía fiebre y estaba convulsionando. Yo sugerí paños o compresas frías para bajar la fiebre, se logró manejar ahí mismo, no hubo necesidad de desviar el vuelo”.
La tercera vez, Montalvert venía regresando de Argentina. En su vuelo viajaba un grupo de costarricenses que había ido a ver un partido de fútbol. Uno de ellos abusó del licor y tomó pastillas que, al combinarse con el alcohol le produjeron un bajonazo de presión y un desmayo.
“Lo que hice como médico fue solicitar campo adelante, donde había más espacio, para que él pudiera descansar con los pies hacia arriba”, relató.
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Una emergencia de regreso a casa
Montalbert no ha sido el único médico costarricense en enfrentar una emergencia en pleno vuelo. Al emergenciólogo Alejandro Moya también le pasó.
“Venía en un vuelo de regreso hacia Costa Rica. Era un paciente con un infarto agudo al miocardio, comenzó con dolor de tórax, frialdad. Fue necesario desviar el avión para poderlo atender en un centro hospitalario mucho antes de la llegada, porque faltaban cuatro horas de vuelo y no era posible llevarlo hasta el destino final”, rememoró Moya, quien compartió su experiencia en el Congreso Médico Nacional, celebrado en noviembre pasado.
En este caso, también hubo que esperar dos horas para que la torre de control autorizara al vuelo para salir nuevamente.
“Todo el mundo te ve mal, te quiere matar, pero ni modo. Había que hacerlo”, señaló el emergenciólogo.
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Vuelos equipados
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Moya señala que, dependiendo del tipo de aerolínea en la que se viaje (sea de bajo costo o no), así serán los equipos con los que los médicos cuentan para trabajar, pero todas ellas están provistas con los básico.
Las enfermedades más frecuentes son las cardiovasculares, seguidas de las respiratorias, las cerebrovasculares y luego, las psiquiátricas.
“Cada vez que nos montamos en un avión hay cambios en nuestro organismo. La presión, la temperatura, la humedad es más seca. Esto hace que personas que tienen algunas patologías de fondo puedan tener mayores problemas. También están las personas que tienen problemas respiratorios o dependen de un dispositivo de asistencia médica, como un marcapasos”, subrayó Moya.
Sin embargo, llamó a la calma pues cualquier médico cuenta con el apoyo de toda la tripulación y con un equipo médico en tierra que está acostumbrado a trabajar con aerolíneas y emergencias en cualquier tipo de vuelo.
“Cada año vemos más casos. Hay un incremento de pasajeros, y muchos de ellos son adultos mayores. Es posible que a un médico le toque al menos una vez en su vida”, añadió.
Moya indicó que, aunque la mayoría de emergencias que se presentan en un vuelo no tienen relación con situaciones contagiosas, esto también podría pasar. Si hay pacientes con fiebre, tos, estornudos y su cuadro podría ser viral, esto pone en alerta, dado que la circulación de aire es cerrada. Por ello, se recomienda desocupar las filas de adelante y de atrás del pasajero en cuestión.
¿Cuán dispuestos están los médicos para atender este tipo de condiciones? Moya indica que las estadísticas dicen que muchos doctores ocultan ser médicos para no exponerse a demandas en caso de que la situación no logre manejarse, pero, para ambos entrevistados, es algo que simplemente es inherente a su profesión: el poner sus conocimientos en servicio de quien los necesite.
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