Dolores de cabeza constantes, fatiga, debilidad, hinchazón de abdomen y piernas, sensibilidad en los senos, problemas para dormir, ansiedad o depresión, aislamiento... Esto es un cuadro típico 10 o 12 días antes del inicio de la menstruación.
Y luego, al llegar “el período”, viene una dolencia fuerte en la parte baja del abdomen (“dolor de ovarios”) y, dos días después, ¡todos estos síntomas desaparecen como por arte de magia! y regresan dos semanas y media después.
¿Le suena conocido? El 20% de las mujeres en edad reproductiva lo viven y su nombre es : síndrome premenstrual (SPM).
En otras mujeres –del 3% al 8%– estos síntomas van más allá. En ellas todo es más intenso, tanto que las molestias las llevan a faltar al trabajo, dejar de hacer sus actividades o no compartir con familiares y amigos. A esto se le llama trastorno disfórico premenstrual (TDP), una forma mucho más severa de SPM.
Los ginecólogos han manifestado desde hace décadas que las hormonas estaban muy relacionadas con el desarrollo del TDP, pero una nueva investigación mostró que ciertos genes ligados con el funcionamiento de los glóbulos blancos también tienen participación en este padecimiento.
Hallazgo
El equipo de investigación fue liderado por Peter Schmidt, científico del Instituto de Nacional Salud Mental de Estados Unidos. Los resultados fueron publicados en la revista Molecular Psyachiatry .
Los investigadores observaron que en las mujeres con TDP estos genes trabajan de forma diferente, y esto provoca que sus cuerpos actúen con mayor sensibilidad hacia las hormonas progesterona y estrógeno. Así, se desencadenarían los dolores y los trastornos emocionales los días previos a la menstruación.
Esto explica por qué las mujeres con este padecimiento tienen los mismos niveles hormonales pero sus organismos reaccionan muy diferentes a ellos.
“Es una conclusión importante para la salud de la población femenina, pues establece que quienes sufren TDP tienen una diferencia intrínseca en su aparato molecular para la respuesta a las hormonas sexuales, y no solo conductas emocionales que deberían ser capaces de controlar de forma voluntaria. Por ello la búsqueda de nuevos tratamientos de apuntarse a controlar la influencia de estos genes sobre las hormonas”, concluyó Schmidt.