Nadie las invita, pero las emociones nos acompañan en absolutamente todas las actividades de esta época. En algunos casos son la tristeza y el duelo, en otros, la felicidad y la euforia ante la reunión con gente querida, pero también puede ser el estrés de todos los compromisos sociales. Muchos pueden sentir más de una emoción al mismo tiempo, en otros los sentimientos fluctuarán.
En medio de esos estados de ánimo, se nos pone en frente una cantidad y variedad de platillos que pocas veces se reúnen en el año, con el riesgo de que también la relación con la comida es altamente emocional. Los sentimientos de nostalgia del platillo favorito de la niñez o de la curiosidad de probar algo nuevo se juntan con la sensación de placer que los químicos cerebrales despliegan.
Todo esas condiciones puede hacernos comer de más y de forma más desordenada, y, en algunos casos específicos, más bien comer menos, porque la ansiedad nos quita el hambre.
Para entender cómo las emociones tienen un rol en la mesa navideña o de fin de año, La Nación habló con la psicóloga especialista en alimentación Francela Jaikel y con la nutricionista Nancy Murillo. Ellas explican el fenómeno y, además, dan consejos de qué podemos hacer para manejarlo mejor.
“Lo primero, antes de comenzar, es ser consciente de nuestras emociones. Tal vez no todas sean tan fáciles de identificar, pero es bueno hacer un esfuerzo. Esto nos hará saber hasta qué punto comemos por hambre o solo lo hacemos por emoción o para sentir el placer que nos da la comida”, apuntó Jaikel.
Ese placer podría convertirse en culpa para algunas personas, que no necesariamente tienen un trastorno de la conducta alimentaria, pero que sí podrían tener algún tipo de relación conflictiva con la comida o con su forma de verse. A esto se suman, señala la especialista, comentarios que pueden ser muy intrusivos y generar conflictos.
“Qué te digan ‘¡qué piernudita estás!’ puede ser algo que no le importe a una persona, pero a otra sí. También el que te digan ‘comé más, que estás muy flaca’. Eso puede determinar la forma de unas personas de aproximarse a los alimentos y que no lo hagan de forma tranquila”, manifestó.
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Comida ha sido premio... y castigo
Murillo indica que hemos aprendido, casi por historia social, a que hay luchas con la comida. Por un lado, las que vivimos de niños (y después se experimentan con los hijos) para comernos todo, en donde veíamos el comernos todo como un castigo, pero, por otro la comida siempre es protagonista en las celebraciones. De niños se nos premiaba con un helado, conforme fuimos creciendo festejamos nuestros logros en restaurantes favoritos o preparando lo que más nos gusta.
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“Y en esta época del año está mucho la concepción de ‘voy a comer todo lo que quiera porque me lo merezco. Me he esforzado mucho, he trabajado mucho, lo merezco’. La comida es un sistema de premios y recompensas, pero también de castigos. Hay un concepto erróneo de que ‘me como la ensalada porque me porté mal’, o asociamos una comida a ‘portarnos mal’”, explicó la nutricionista.
Esta situación puede generar estrés, pero también hay otros factores. El hecho de tener una variedad más grande de platillos, muchos de ellos sin las mejores características nutricionales, hacen que tengamos más posibilidad de que nuestra alimentación en estas fechas sea más desordenada.
“En las familias, todas las personas llevan algo y se hace una cantidad de comida muy grande, mucho mayor a la que normalmente deberíamos comer, pero queremos probar de todo”, dice Murillo.
Jaikel indica que, por un lado, está las ganas de comer de todo, pero también el hecho de que hay cierto compromiso social de probar lo que cocinaron o encargaron nuestros seres queridos o y que vean el disfrute.
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Cambios en el menú
Murillo señala que otro factor a lo ya sumado: nuestra alimentación en esta época festiva ha cambiado con los años. Ella cita como ejemplo el tamal. Anteriormente, una razón por las que los grupos hacían tamales era para tener varias comidas preparadas y poder celebrar. La concepción era de tenerlo como un almuerzo o cena con arroz, vegetales y carne a algo que se come como acompañamiento o un snack a la hora del café.
“Como snack es desproporcionado, además de que no hemos aprendido entonces a hacer tamales más pequeños para darles esa concepción de acompañamiento en las meriendas”, expuso la nutricionista.
Otro factor es que si hay familias que mantienen un platillo tradicional que tenga preparaciones más grasosas o azucaradas y haya resistencia a hacer cambios para volver la receta más saludable.
Para Jaikel, la forma en la que comemos también juega con nuestro cerebro. Ella ejemplifica los festejos donde hay muchos bocadillos o las carnes asadas, donde no se tiene un plato completo, sino que la persona se levanta constantemente por ellos o alguien se los lleva.
“A veces podemos pensar ‘qué raro, me siento llena y no he comido casi nada’, pero si alguien nos pusiera en un plato todo lo que comimos, veríamos que si comimos incluso mucho más de lo que normalmente comemos en un almuerzo o cena”, comentó la psicóloga.
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Ambas especialistas dan estos consejos para mejorar nuestra relación con la comida en estas fechas.
- Sea consciente de sus emociones y de cuando realmente es sensación de hambre.
- No se salte tiempos de comida.
- Ponga todo en un plato y evite servirse una y otra vez.
- Escoja una porción de cada cosa. Si hay más de un plato fuerte o postre, escoja su favorito y deseche las otras opciones.
- Coma despacio, disfrute cada sabor y cada textura. Eso ayudará a sentir saciedad en el momento adecuado.
- Que sus cinco sentidos sean parte de la experiencia de comer: vea la comida, huélala, siéntala en su boca.
- No se sienta obligado a terminar el plato ni forzado a seguir comiendo si ya está satisfecho.
- No “satanice” ningún tipo de alimento o bebida.
- No juzgue a otras personas por comer diferente de como usted come.
- No haga comentarios sobre el peso o figura de los demás.
- No obligue a los niños a comer.
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