La salud mental de los adolescentes muestra signos alarmantes de deterioro. Así lo confirman los registros de diagnósticos de depresión e intentos de suicidio del 2022, en los que resalta la alta incidencia de estas conductas entre los menores de edad.
Datos del Ministerio de Salud del 2022 revelan que en los niños y adolescentes de entre 10 y 14 años años, los intentos de suicidio son 2,74 veces más comunes que en el resto de la población. La situación se agrava entre los jóvenes de 15 a 19 años, ya que las tentativas superan en 3,76 veces al promedio nacional.
“Los niños y adolescentes son los de más alto riesgo en este momento en cuanto a salud mental”, advirtió Ingrid Arias Trejos, vocera del Colegio de Profesionales en Psicología.
Las cifras le dan la razón. Datos de Salud señalan que en la población en general se registraron 55,5 intentos de suicidio por cada 100.000 habitantes. Si nos vamos a los adolescentes, la tasa es de 140 intentos por cada 100.000 en quienes tienen de 10 a 14 años y de 208,8 tentativas por cada 100.000 en edades de 15 a 19 años.
Las cifras de depresión, aunque no muestran una diferencia tan dramática en estas edades (porque es un trastorno que se observa a lo largo de toda la vida), sí denotan mayor afectación en las poblaciones jóvenes. Mientras que el promedio de cuadros depresivos en la población nacional es de 96,6 por cada 100.000 habitantes, en quienes tienen de 10 a 14 años fue de 110 y para los 15 a 19 años fue de 151,8.
“La adolescencia es una etapa de mucho conflicto y donde muchos de los muchachos también están expuestos a diferentes factores como la violencia intrafamiliar, abusos y exposición a licor y otras drogas”, manifestó Marcela López Bolaños, epidemióloga del Ministerio de Salud.
Estos datos para 2022 todavía son preliminares. Además, corresponden a los casos que son diagnosticados porque muchos otros nunca llegan a los registros oficiales.
Tales trastornos son de notificación obligatoria al Ministerio de Salud, tanto si son detectados a nivel público como en centros privados. Sin embargo, debe tomarse en cuenta que no todas las personas que viven estas condiciones son diagnosticadas y muchas no tienen acceso a atención médica.
“Debe haber un subregistro importante, porque, además, no todas las personas saben detectar cuando hay depresión en el adolescente. Por ejemplo, un trastorno de sueño puede ser un indicativo, o el que se le quite el hambre. No es que lo tengan que ver llorando día y noche para sospechar”, advirtió Daniela Carvajal Riggioni, directora de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños (HNN).
LEA MÁS: ¿Qué le quiere decir su hijo cuando se corta en brazos, piernas y abdomen?
Manifestaciones
Arias y Carvajal son de la idea de que, aunque hay trastornos que no son de declaratoria obligatoria, sí deberían tomarse en cuenta en los informes nacionales. Dentro de estos están los trastornos de la conducta alimentaria (TCA, como anorexia, bulimia o atracón) y los trastornos por ansiedad.
Estos últimos, coincidieron las especialistas, son los que más se ven a nivel de la consulta en la clínica y en la atención privada de Arias.
“La ansiedad se ha exacerbado, es lo que más vemos desde siempre, pero también lo que más ha subido. Es necesario visibilizar estas cifras también”, expresó Carvajal.
Estas manifestaciones pueden verse de formas muy diferentes, desde ataques de pánico hasta el cutting, es decir, la práctica de cortar diferentes partes de la piel y que estas sangren.
“Hay quienes dicen que esta práctica es una forma de un síntoma suicida, pero no es así. En mi consulta lo veo mucho. Son muchachos que muchas veces se sienten sobrepasados en su frustración y sufrimiento y dicen que esta es la forma que tienen para descargar eso que sienten, pero en ningún momento están pensando en la muerte”, explicó Arias.
En cuanto a los TCA, estos también han mostrado un aumento marcado en los últimos tres años. Solo en los primeros 51 días de 2023 (al 20 de febrero), se refirieron a la clínica 81 casos, cifra que representa un 53% de los pacientes atendidos por la misma causa en todo el 2022.
“Muchos casos, en especial de anorexia nerviosa, son referidos a nuestro servicio con niveles de desnutrición moderada y severa que debemos manejar semanalmente en la consulta o incluso considerar un internamiento”, informó la pediatra. La hospitalización de estos casos, en promedio, se prolonga hasta dos meses.
LEA MÁS: Mujeres y jóvenes: quienes más sufrieron por salud mental en la pandemia
Afectación en mujeres
Cuando se ve la incidencia por sexo, las mujeres son más afectadas que los hombres, tanto en intentos de suicidio como en depresión. Los intentos de suicidio en hombres se ven en 35,5 por cada 100.000 varones; mientras que en las mujeres la tasa es de 75,8, es decir 2,1 veces lo visto en los hombres.
“Las mujeres lo intentan más, pero los hombres mueren más, porque usan métodos más definitivos”, recordó Arias.
En cuanto a depresión, las mujeres tienen una tasa de 143,5 casos por cada 100.000, contra 50,4 en los hombres. Es decir, en las mujeres la incidencia es 2,9 veces más que lo visto en los hombres.
“El hombre busca mucho menos ayuda que la mujer, y es menos constante. Tanto mi esposo como yo somos psicólogos, y vemos llegar a hombres a solo una cita y no volver, especialmente cuando se les dan consejos sobre cambios que deben hacer. Cuesta mucho”, expuso Arias.
Dentro del cerebro de un adolescente
La adolescencia, esa etapa de la vida que comprende entre los 10 y los 19 años, es un cúmulo de sustancias que son necesarias para el desarrollo tanto físico como mental. En esta etapa, el cerebro y el cuerpo no han terminado de madurar, por lo que las hormonas (tanto las sexuales como de otro tipo) y los neurotransmisores (sustancias en el cerebro con roles específicos ligados a nuestras emociones) están en su apogeo.
“Los intentos de autoeliminación y de afectación de la salud mental, con depresión, con ansiedad están muy predominantemente en esta etapa”, puntualizó Carvajal.
Ella argumentó que la adolescencia puede dividirse en tres etapas. La primera, o adolescencia inicial se vive entre los 10 y los 13 años; la segunda, o adolescencia media, entre los 14 y los 16; y la adolescencia tardía, entre 17 y 19 años.
El desarrollo no es igual en cada etapa; las hormonas y el desarrollo cerebral son diferentes. No obstante, durante todo este periodo estamos ante una población vulnerable, que ya dejó de ser niña, pero no es adulta, que está en un proceso de maduración y que debe ser acompañada.
La adolescencia temprana, precisó la especialista, tiene mucho que ver con el desarrollo hormonal y de caracteres secundarios (cambio de voz en los hombres; menstruación en las mujeres, entre otros). La mente está enfocada en los cambios de su cuerpo.
En la adolescencia media los individuos ya son más conscientes de los cambios corporales, pero están más enfocados en compartir. Los neurotransmisores tienen ya un desarrollo mayor. Las sensaciones de duelo son iguales a las de los adultos y los adultos deben validarlos, pero en este momento, su cerebro todavía no mide de forma completa la exposición a riesgos y sus consecuencias.
En la tardía ya hay pensamientos diferentes e independientes y hacia lo que quiere para su vida futura. Por eso, no puede compararse con lo vivido en las etapas anteriores.
“En todas las etapas es una población con múltiples necesidades y en la que no hay una consciencia de atención en salud como sí existe con la consulta del niño sano. Yo defiendo que debemos hacer consciencia para hacer consultas de adolescente sano”, subrayó la jerarca de la clínica.
“¿Qué pasa? Los adolescentes están llegando con un problema que no ha sido detectado porque no hay controles específicos en el adolescente y cuando consulta es porque está enfermo, y tal vez en ese momento se detectan problemas que estaban desde antes. A veces vienen por un dolor abdominal y esa es la punta del iceberg y ya estamos llegando tardíamente”, aseguró.
A esto se suma que lo vivido en la pandemia también impactó la salud emocional de los jóvenes. Esto llevó a menor higiene del sueño, ciclos de alimentación alterados y una dinámica familiar que trastornó los horarios. Todo esto sumó. Los problemas ya estaban, pero la emergencia provocada por la covid-19 los exacerbó y desde entonces han ido en escalada.
“También ha aumentado el bullying, más la ansiedad por el virus, más la ansiedad de estar en casa. Esto llevó a varios picos de ansiedad, tanto en quienes ya tenían problemas crónicos como en quienes no”, enfatizó.
LEA MÁS: Anorexia y bulimia envían a más adolescentes al hospital por desnutrición severa
Acciones
Las entrevistadas coincidieron en que esto debe combatirse desde varios frentes. El primero es la familia, pero a la familia no se le puede dejar sola en esta lucha.
“La familia debe estar presente independientemente de cómo está conformada. Como adultos no podemos estar desentendidos.
“Ellos (niños y adolescentes) han tenido múltiple exposición a pantallas y esto no es bueno sin supervisión. Debemos estar atentos a los problemas. No puede ser que un adolescente esté encerrado todo el día y se le lleve a la comida. No, que salga a comer con todos, sin dispositivos electrónicos, tiene que compartir”, propuso.
Dentro de las regulaciones familiares más necesarias, coincidieron Arias y Carvajal, está el poner límite al uso de las pantallas, tanto de celulares como de tabletas y videojuegos. Esto incluye no solo tener horarios, sino también saber y supervisar los contenidos que se consumen.
Las diferentes instituciones a nivel nacional también deben tomar acción.
La Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) tiene el Programa de Atención Integral del Adolescente (PAIA), el cual se ha estado tratando de llevar a todo el país, pero se requieren más recursos.
“Necesitamos tener un poco más de control del adolescente sano para poder detectar a tiempo. Necesitamos fortalecer más el programa de atención de adolescentes. Hay un gran trabajo, pero debemos lograr que esté fuerte en todas las áreas del país”, señaló Carvajal.
Arias también dejó ver otra necesidad: “la CCSS necesita más profesionales en Psicología. No puede ser posible que una persona tenga una cita hoy y la próxima sea en dos, tres o cuatro meses, si tiene suerte. Ya para ese entonces las cosas pueden haber cambiado tanto que hay que empezar de cero. Necesitamos reforzar la salud mental”.
La directora de la Clínica también habló sobre la importancia de que, desde los centros educativos, se detecten las señales de forma temprana. Aseguró que el Ministerio de Educación Pública (MEP) ya tiene programas, pero sostuvo que deben fortalecerse.
También el rol de la comunidad es vital, coinciden las entrevistadas. Que la comunidad acoja a los adolescentes como parte integral y se les brinden apoyos necesarios. Las municipalidades y organizaciones de la sociedad civil deben tener programas para el desarrollo de esta población.
“Grupos de deportes o culturales o la pastoral juvenil, a nivel religioso, dan ese sentido de pertenencia. Todo esto ayudará al desarrollo del adolescente”, aseveró Carvajal.
Más impacto en el Pacífico
Finalmente, si se ve por provincias, Puntarenas es la de mayor incidencia en ambos trastornos mentales, y supera ampliamente a las otras provincias.
Para el 2022, la tasa nacional de depresión era de 96,6, mientras que en esa provincia del Pacífico era de 136,3, un 41,41% más respecto al promedio del país. En cuanto a intentos de suicidio, la media nacional es de 55,5; en tanto, en Puntarenas es 72,1, un 29,91% más.
“Es una provincia donde hay mucha violencia, mucha inseguridad, mucho desempleo”, resumió López.
Al respecto, Arias concluyó: “El empleo es una fuente de salud mental; cuando se sufre por no tener trabajo y no tener qué comer afloran los problemas de salud mental. En muchos de esos lugares tampoco hay mayores oportunidades de recreación ni de atención en salud mental. No todos cuentan con redes de apoyo, y eso pasa factura”.