Detrás de un estudio médico que ligó la vacuna contra sarampión, rubeola y paperas con el autismo –y trató de disuadir a los padres de vacunar a sus niños–, hubo un interés económico multimillonario.
Así lo evidencia hoy la segunda parte de la investigación del periodista Brian Deer, publicada hoy en la revista
Según el nuevo informe, Andrew Wakefield, gastroenterólogo y coordinador del estudio antivacunas, lo que pretendía “era crear una campaña de pánico hacia las vacunas para luego crear una compañía de pruebas de laboratorio que determinaran cuán posible era que un niño llegara a padecer de autismo y enriquecerse con eso”.
Con estos fines, el médico Wakefield describió un nuevo síndrome llamado “enterocolitis autística”, padecimiento que combinaba el autismo con males intestinales y pretendía crear y ofrecer una prueba de laboratorio para poder “detectar esas irregularidades”.
Su plan era que el diagnóstico de este síndrome le depararía unos 28 millones de libras esterlinas o $50 millones por año durante al menos los primeros tres años. Algo que nunca ocurrió.
“El interés del público por acceder a un diagnóstico que discrimine la vacuna y las posibles causas de autismo será enorme”, decía Wakefield a sus aliados en correspondencia citada por Brian Deer.
Para el neurólogo pediatra costarricense David Luna, no hay fundamento en que las vacunas puedan causar autismo. Algunas personas pueden asociarlo solo porque hay una coincidencia entre el momento de diagnóstico y la vacunación. “La gente no se vuelve autista, nace autista y se va desarrollando. En algunos casos, las características se van viendo conforme el bebé va creciendo, en otros, las mamás narran que su hijo era normal y a partir de cierto momento cambió por completo, las causas pueden ser muchas y se están investigando, pero no hay relación con las vacunas”, dijo Luna.
Para el experto, la forma en la que Wakefield difundió su estudio “fue antiética y contraria al método científico”. “Quien hace ‘burumbum’ mediático como el que él hizo para hacerle publicidad a su ‘descubrimiento’ tiene algo irregular”, dijo. “No hay justificación para que los padres no vacunen a sus hijos. El autismo tiene un alto componente genético. Los genes están en algunos niños, no todos se activan o no todos lo hacen simultáneamente”, concluyó Luna.