Cuando Katherinne Herrera-Jordan era niña, tenía algo muy claro en mente: quería ser científica, aunque no sabía cómo.
“Tengo una anécdota con mi mamá. Como a mis seis o siete años, le pregunté qué tenía que estudiar para ser científica. Y ella me dijo: ‘cualquier carrera en la que apliques el método científico te va a llevar a ser científica’. Yo pensaba que mi mamá mentía. Pensaba que, como había una profesión de médico, abogado o policía, también había una de científico. Ya después entendí que tenía razón”, recordó.
Sin embargo, aquella conversación la puso en el camino. Años después, entró a estudiar Microbiología y de ahí se especializó en Bioquímica, pero también en el colegio, la Física la había enamorado, y eso la llevó a poner sus ojos en el espacio.
“Si la Física te gusta mucho, eventualmente llegas a algo relacionado con el espacio”, resumió.
Hoy, con solo 25 años, Katherinne Herrera-Jordan ha hecho microbiología espacial, es fundadora de la primera compañía relacionada con ciencias espaciales en su natal Guatemala y es la presidenta de la Asociación Guatemalteca de Ingeniería y Ciencias Espaciales (Agice).
Herrera fue una de las expositoras del Congreso Espacial Centroamericano, que se celebró recientemente en Costa Rica. Ella habló con La Nación después de su ponencia y de cómo ha logrado, a sus 25 años, estas metas.
¿Qué es la microbiología espacial?
Su proyecto de microbiología espacial comenzó cuando todavía era estudiante. En palabras simples, consiste en tomar bacterias u hongos “terrícolas” y enviarlos al espacio para ver cómo afectarían la salud de los astronautas, y cómo podrían evitarse infecciones y cómo tratarlas. Y cómo, al evitar que los astronautas enfermen, se podrían utilizar esos conocimientos en la Tierra para prevenir las enfermedades.
“En el espacio, las condiciones no son para nada las mejores: temperaturas variables, falta de acceso a nutrientes, concentración alta de dióxido de carbono, exposición a radiación. En el caso de las bacterias u hongos, esto puede hacerlas más fuertes, pero nos ayuda a ver cuáles son las armas que los patógenos tienen, y así ver qué sirve para controlar y crear antibióticos o antifúngicos pensados en eso”, especificó.
Uno de los microorganismos con los que ha trabajado es el hongo Candida albicans, este es de los que más afecta a los seres humanos. Una de las formas más comunes es a través de contacto sexual, pero también puede darse de otras formas, como infecciones directas por la piel en cuestiones de humedad.
“De candidiasis no te vas a morir nunca en la vida, pero quise estudiarlo porque era uno de los hongos que se miraba que, cuando los astronautas iban al espacio, comenzaba a crecer más. Y en el espacio no se tienen las mismas condiciones de la Tierra, una candidiasis podría complicarse o motivar infecciones urinarias o con otras bacterias. Como allá no se tienen las mismas condiciones ni las facilidades médicas de aquí, la infección podría irse a los riñones y, ahí sí, en algunas condiciones, morir”, comentó la científica.
Este proyecto lo comenzó cuando todavía era estudiante. Para ello, primero vio cómo el hongo se comportaba en microgravedad simulada (laboratorio que simula las condiciones del espacio) y, luego, era necesario intentar algún método para inhibir el crecimiento del patógeno con aceites naturales. Encontró uno que sí lo lograba.
También, ha trabajado con la bacteria Pseudomonas aeruginosa. Esta es una bacteria que crece en sitios húmedos y que puede provocar síntomas muy diversos, dependiendo del lugar de la infección, pero principalmente se relacionan con infecciones urinarias y respiratorias.
En este caso, estudió la relación de la bacteria con los materiales que se utilizan en la Estación Espacial Internacional (EEI). Ahí todos los materiales son especiales y muy específicos, pero en algunos casos dejan electrones libres y las bacterias se aprovechan de estos para crecer.
Probó el contacto de esta bacteria con un material llamado silicona de grado B, que también se ve en catéteres de hospitales. En la EEI se ve en los sistemas de reciclaje de agua, que pueden infectarse con bacterias y esto afecta el agua para consumo de los astronautas.
“En Tierra también se han visto casos en los que se desarrollan infecciones en el hospital y esto complica la salud del paciente. Cuando se convive con bacterias esto puede pasar. Hay propuestas de ver cómo evitar que las bacterias causen estos problemas. Probé varias opciones y encontré que algunas no funcionaban del todo, pero otras sí”, especificó.
Emprender con la tecnología espacial
Herrera ya no dedica tanto tiempo a las bacterias y hongos, porque su propia empresa de tecnología espacial, Verne Technologies, la mantiene muy ocupada.
“No son cosas muy complicadas. Yo lo que hago son simuladores de microgravedad para que los científicos puedan hacer la investigación que harían en la EEI en la Tierra”, comentó Herrera.
“La idea nació de que los científicos necesitamos tecnologías accesibles para tener una información de base y saber qué debemos ajustar y qué marcha por buen camino. Y ya con los primeros resultados, podemos montar una propuesta para pedir financiamiento e intentar colocar proyectos en el espacio. Estas máquinas son como el primer pasito que muchas personas de ciencia o empresas dan”, añadió.
También esto podría ayudarle a aplicar esos conocimientos hacia la ingeniería biomédica e ir detrás de futuros posibles medicamentos.
“Quiero ayudar a la gente, y las ciencias espaciales también me dan la oportunidad a través de la ingeniería biomédica y ver cómo ayudar a la salud”, subrayó.
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