Faltaban pocos minutos para las 9 a. m. del viernes 11 de noviembre. En uno de los muelles puntarenenses, equipos vacunadores del Área de Salud de San Rafael de Puntarenas ingresaban a la lancha-ambulancia y ponían con cuidado los termos refrigeradores donde llevaban 54 dosis contra covid-19 y difteria y algunas contra tétanos. Se temía que estos volvieran intactos.
La preocupación no era para menos. Debían acercar la vacuna contra la covid-19 a quienes no han recibido una sola o que hace tiempo debieron recibir la segunda o tercera y no lo han hecho.
El destino de la lancha-ambulancia era La Islita, comunidad que, como su nombre lo dice, es una pequeña isla en medio de los manglares. Allí viven 144 personas, según los registros de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS); en su mayoría pescadores y sus familias.
“Ahí la gente no quiere vacunarse”, se lamentó Jessy Carrillo Carrillo, asistente técnica en atención y promoción de la salud (ATAPS), mientras subía a la embarcación.
“Pasamos horas y llega una que otra persona nada más, se pasan a buscar a las casas y de forma muy educada te rechazan”, añadió la funcionaria, quien ya ha llegado a La Islita a ofrecer vacuna, pero con poco éxito.
La situación ahí contrasta con lo visto en el resto de poblados que pertenecen al Área de Salud de San Rafael de Puntarenas, la cual se codea con Zapote-Catedral entre las zonas de mayor vacunación del país. De hecho, antes de que sobreviniera el hackeo a los sistemas de la Caja, era la que había vacunado un número de personas superior a la totalidad de su población estimada.
Incluso podría decirse que supera la vacunación a nivel nacional, donde el 95,5% de los mayores de 12 años ya tienen al menos una dosis, y el 55,92% de los mayores de 5 años ya suman tres.
Motivos religiosos, temores a efectos secundarios y desconocimiento son explicaciones a lo que sucede en La Islita.
A pesar de estas barreras, la esperanza de los funcionarios de salud se mantenía. En esos termos se protegían del calor, las dosis para adultos y para niños de 5 a 11 años. Una sola dosis que pusieran sería ganancia.
En los registros oficiales de la CCSS no hay un dato exacto de cuántos habitantes hay con cero dosis o esquemas incompletos, pues la institución lleva la información por Ebáis y no por comunidades. La Islita pertenece al Ebáis 2 de San Rafael, del cual también forman parte otras pequeñas islas y barrios de dicho distrito, por ello los números específicos no están disponibles.
No obstante, los vacunadores confirmaron que este es el lugar donde reciben más respuestas negativas. Sí hay personas con esquemas completos e incluso hay quienes dicen que se pondrían una quinta dosis, pero son excepciones.
“Es una comunidad difícil, hemos intentado de todo, pero seguimos... Vamos a ir casa por casa”, adelantó Diana Obando, farmacéutica de la Región Pacífico Central de la CCSS, una de las encargadas de llevarle el pulso a la vacunación en la región. Ella acompañó al equipo, porque en un lugar tan difícil siempre hace falta apoyo.
El aviso del capitán de que el viaje había terminado interrumpió la conversación. La travesía no fue larga, tomó si acaso 20 minutos.
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Caprichosas mareas
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Antes de las 9:30 a. m. comenzó la caminata hacia el salón comunal, que se convertiría en vacunatorio.
La hora podría parecer tarde si se compara con la de jornadas que arrancan antes de las 7 a. m., pero hay una razón poderosa: a este lugar solo puede llegarse cuando la marea lo permite. Noviembre no es un mes que se caracterice por mareas muy altas que alcancen los caseríos, más bien baja tanto que, si no se va a cierta hora, no hay profundidad para que la lancha se detenga y las personas puedan bajar.
El capitán recordó que no había más allá de unas cuatro o, si acaso, cinco horas, antes de que la marea bajara nuevamente a un punto que no permitiera salir. La noche antes, el equipo de La Nación fue advertido de llevar pantalones que pudieran arrollarse y zapatos fáciles de quitar, por si hubiera que caminar por el manglar para llegar al destino.
Estas condiciones dificultan la movilización de los habitantes. No todas las embarcaciones de los pescadores tienen la potencia para llegar con celeridad al puerto.
El equipo vacunador se internó entre montazales para llegar al pueblo, a unos 200 metros desde donde la lancha los dejó. Los ATAPS se quedaron en el salón comunal y prepararon las vacunas a la espera de “clientes”. Mientras tanto, Diana Obando y su compañera Jessie Sandí se acercaron a las casas, una por una, ofreciendo las vacunas, así como escuchando y conversando con quienes rechazan las dosis.
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En Islita, las casas están sobre pilotes para evitar que el agua entre si la marea sube mucho. Esto mantenía la distancia entre los habitantes y los funcionarios, pero en ningún momento se les cerraron las puertas al personal de la CCSS. Pocos dijeron que se acercarían por su tercera o cuarta dosis, otros agradecían y rechazaban.
“No quiero”, “no hace falta”, “me dio mucha fiebre y cansancio cuando me vacuné”, “Dios es suficiente, no necesitamos vacunas”, fueron algunas de las respuestas escuchadas. Incluso oyeron un “siempre que vienen estoy de tanda, tengo que esperar a que se me baje”.
“No podemos obligarlos, pero sí escucharlos y que nos escuchen”, explicó Sandí.
Por las calles de tierra se llega a la escuela unidocente, con su comedor estudiantil. Allí asisten siete alumnos de segundo ciclo y un número similar de primero. Estos niños cuentan con una oportunidad que sus padres no tuvieron, no todos los adultos están alfabetizados.
No hay opción de secundaria en La Islita ―y no se vislumbra una pronto―; la única forma de ir al colegio es tomar un bote y viajar al centro de Puntarenas. La complicación aleja a los adolescentes de las aulas.
“Una señora tiene una hija de 16 años y ella no sé de dónde sacará para pagar una lancha que la lleve y la traiga del colegio, pero lo hace para darle un futuro a su hija”, destacó Jessy Carrillo.
Allí tampoco hay abastecedores ni pequeñas pulperías, no es posible comprar comida o artículos de higiene sin salir de ahí. Los funcionarios de la CCSS usualmente llevan galletas para compartir con ellos, porque saben que de otra forma no conseguirían.
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Miedos, baja escolaridad y religión
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Para rechazar la vacuna, cada quien da sus razones, no hay un motivo único y eso complica el abordaje.
Sin embargo, los trabajadores de la salud detectan tres barreras: el miedo a los efectos secundarios o a una vacuna desconocida; la baja escolaridad que les impide entender los alcances de esta, y la religión. La pastora es una de las que más habla en contra del biológico.
“Les transmiten el temor a la vacuna, esto no pasa con las otras vacunas contra otras enfermedades”, hizo ver Carrillo.
Para la maestra Marjorie Obando Espinoza, esto es “un verdadero problema”, no tanto en los adultos como en los niños. Tiene tres o cuatro alumnos vacunados con una sola dosis, pues al momento de recibir la segunda, las familias se negaron.
“Entró el Ministerio de Salud, les dio la información. Vino el Patronato (Nacional de la Infancia) y les explicó la ley. No hubo forma. No llegaron a ningún lado. No hemos avanzado, tal vez vuelvan a venir”, dijo.
Un equipo de La Nación también recorrió las calles polvorientas de La Islita y encontró gente dispuesta a conversar y casi ninguno a recibir la vacuna.
Lucía del Carmen Urbina sí tiene un esquema completo con tres dosis, pero sus hijos solo tienen una. No quiere más ni para ella ni para sus hijos. Ella dice que los dolores musculares y el cansancio que le provocó cada inyección fue mucho y no quiere que sus hijos lo pasen.
Greivin Velásquez tiene una situación similar. Su hija no tiene ni una sola dosis. Indicó que él tuvo efectos como fiebre y dolores durante dos días después de cada dosis y no quiere eso para ella.
“Su cuerpo es más pequeño, me da miedo”, aseguró.
También adujo que, por sus convicciones cristianas, si volviera el tiempo atrás lo pensaría para vacunarse. “Siento que no es de Dios. Eso está escrito”, expresó sin explicar más.
Alejandra Villegas Molina, que lleva siete años viviendo allí, no tiene una sola dosis y no las quiere. “Yo decidí que no lo haría, no me nace, es algo personal”, manifestó.
Sin embargo, ella es clara en que su decisión es personal y que no obligaría a sus hijos a seguir su camino. Ella apoya e incluso acompaña a quienes le dicen que quieren la vacuna. Mientras hablaba con La Nación, su hija de 14 años buscaba su carné para ir por su tercera dosis; fue la única menor de edad inoculada ese día.
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Por seis personas, valió la pena
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La jornada finalizó en las primeras horas de la tarde, cuando la marea todavía permitía el regreso. Se logró aplicar un vial completo contra covid-19 para adultos (seis dosis) y cuatro vacunas contra tétano y difteria. Los dos frascos que llevaban para niños de 5 años a 11 (20 dosis) volvieron intactos, el que se llevó para niños de 6 meses a 4 años también (10 dosis). También regresaron completos tres viales para adultos (18 dosis).
Por esas personas que sí se colocaron esas terceras o cuartas dosis el viaje valió la pena. Aunque fueran solo seis. Para ellos el desplazamiento es mucho más difícil y tal vez no llegarían hasta la clínica o Ebáis.
También fue provechoso por quienes, aunque rechazaron la vacuna anticovid sí quisieron la antitetánica.
“Son oportunidades aprovechadas”, aseveró Obando.
Roger Ordóñez es de los pocos habitantes que suma cuatro dosis: “Quiero que si me enfermo me dé leve. Soy hipertenso y tal vez podría irme más feo si me da y no estoy vacunado”.
La misma determinación se vio en Génesis Prado Villegas, la única menor de edad del grupo e hija de Alejandra.
“Mi papá me dijo que esto es bueno. Nunca he tenido problemas cuando me he vacunado”, contó.
Aristides Prendas llegó por la tercera dosis sin que tuvieran que ir a su casa, apenas vio a la gente, buscó su carné de vacunas.
“Ahora solo es esperar, yo sí me voy a poner la cuarta”, concluyó.
De regreso al puerto ya se comienza a pensar en una nueva visita, no solo para las cuartas dosis que tres de los ya vacunados esperan ―Génesis no podría recibirla, es solo para mayores de 18 años―, la esperanza de lograr primeras dosis se mantiene.
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