Esteban tiene 12 años, le gusta jugar fútbol, cursa el sexto grado en aula regular, tiene un grupo amigos a los que su mamá le dice la pandilla, un hermano mayor y unos papás que le dan todo el amor y apoyo necesario.
Él tiene trastorno del espectro autista (TEA), se lo diagnosticaron cuando tenía dos años.
“Casi no lloraba, era muy tranquilo pero pensé que era normal, fue mi mamá quien me sugirió que Esteban podía tener algo, lo llevamos al pediatra, le hicieron pruebas y finalmente nos dieron el diagnóstico. Al principio no lo entendíamos, había enojo e ignorancia, pensamos que era una enfermedad, que tomando un buen tratamiento se le iba a quitar”, contó Mónica Mora, la madre.
La familia decidió asumir el reto. Se informaron y escucharon el testimonio de otras familias que vivían una situación similar. Así tomaron cada vez más fuerza. “Cuando caímos en cuenta de la realidad, dijimos: ‘¿ahora sí, por dónde empezamos?’. Los primeros años fue muy cansado, le dimos toda la terapia que pudimos, siempre lo manteníamos ocupado porque si sentía que no tenía nada qué hacer empezaba a caminar de un lado a otro, a mover los ojos sin parar, hacía crisis, entonces no le dábamos espacio a momentos vacíos”, rememoró Mora, vecina de Tres Ríos.
Ahora, según ella, Esteban lleva una vida bastante normal, estudia de forma regular y pocas veces siente la necesidad de caminar de un lado a otro.
“Él es un milagro por todas las personas que están a su alrededor”, concluyó esta madre, quien está convencida de que el apoyo de la familia es determinante para el bienestar de quienes presentan esta condición.