Don’t worry. Be happy (“No te preocupes. Sé feliz”), sugería el estadounidense Bobby McFerrin en en una de sus canciones más conocidas, pero no resulta tan fácil seguir su consejo.
La mente humana se acelera hacia el futuro y se preocupa de manera anticipada. O al revés, vuelve al pasado y se culpa, se lamenta o recrimina.
Para dejar de engancharse de manera excesiva tanto con el pasado como el futuro, en Oriente desarrollaron un camino: la técnica de meditación que permite alcanzar una atención plena o mindfulness, como se le conoce en inglés.
Occidente la tomó prestada y cientos de científicos han descubierto que tiene impactos significativos para la prevención y el tratamiento de enfermedades.
La evidencia registra algunas de las más importantes: meditar hace que las personas sean más compasivas y menos impulsivas. Mejora la comprensión lectora, la memoria de trabajo y la capacidad de focalizar; además, reduce el estrés, la ansiedad y soledad.
También baja la presión arterial y el deseo de fumar tabaco. Previene la depresión en embarazadas y es eficaz para evitar recaídas en el consumo de drogas; permite controlar el dolor crónico, y facilita el alivio de la inflamación causada por artritis reumatoidea, síndrome del intestino irritable y asma.
Se ha comprobado que la práctica de mindfulness aporta mucho para el buen clima en escuelas, hospitales y cárceles. Los docentes que hacen meditación mejoran la relación con sus alumnos. Al mismo tiempo, se sabe que disminuye los síntomas del estrés en los médicos y en los soldados; y en los adolescentes, mejora el rendimiento en las aulas y reduce los síntomas del estrés y depresión.
Nuevo. La ciencia recién empezó a estudiar la meditación en la década de 1960. Uno de los pioneros fue Herbert Benson, investigador de la Universidad de Harvard, en EE. UU. Benson sugirió a un grupo de meditadores hacer un ejercicio de tres tiempos, y les midió el consumo de oxígeno y la presión arterial. El científico detectó que se producía una relajación similar a la que produce el dormir. Aunque esta se trataba de una relajación atenta porque la persona permanece despierta.
Otro estudio es el que descubrió a los hombres más felices del mundo. Lo dirigió Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin, en EE. UU. Él indagó en el cerebro de monjes budistas con más de 10.000 horas de meditación. El estudio se hizo a través de un cableado con 256 sensores en sus cráneos.
En sus observaciones, Davidson detectó que estos meditadores producen un nivel de ondas gamma, vinculadas a la conciencia, la atención, el aprendizaje y la memoria, que nunca antes habían sido reportadas por la neurociencia.
El científico registró una intensa actividad neural en la corteza prefrontal izquierda de sus cerebros, relacionada con emociones positivas como el amor y la generosidad; también, se redujo la propensión a la negatividad.
Se puede. No es necesario ni ir a vivir a un templo ni afeitarse la cabeza para meditar. Jon Kabat-Zinn adaptó el legado oriental y creó un programa de manejo y reducción de estrés basado en mindfulness a fines de los años setenta.
Kabat-Zinn definió que mindfulness es atención totalizadora, momento a momento y sin juzgar, y su programa fue un éxito: permite aplicar lo aprendido al día a día.
“Hay dos grandes clases de meditaciones. Unas hacen que la persona se concentre en un punto, color o imagen. Otras implican la atención plena o mindfulness : significa que la mente fluye entre las emociones y los pensamientos internos y los sonidos y los olores del entorno.
“Esta última es la que promovió Kabat-Zinn y ya la han estudiado muchos científicos. Hace que la persona esté más relajada y aprende a convivir con lo que la rodea”, explica Martín Reynoso, psicólogo formado en mindfulness en Estados Unidos y profesor en el Instituto de Neurología Cognitiva en Buenos Aires, Argentina.
Aprender la meditación lleva ocho encuentros. Durante la primera y segunda semanas, la persona hace un “escaneo del cuerpo”: aprende a detenerse y a sentir cada parte de su cuerpo.
Luego, se suman ejercicios de movimientos suaves para reconocer zonas de dolor y para conseguir flexibilidad. En las últimas semanas, se aprenden meditaciones formales, y se combina con lo aprendido las semanas anteriores.
Bassam Khoury, del Departamento de Psicología de la Universidad de Montreal en Canadá, es uno de los expertos que revisó trabajos de otros investigadores y corroboró la eficacia de este programa.
Defiende la meditación por sus beneficios para la salud: “Permite alcanzar una regulación emocional, definida como la capacidad para aceptar, trascender y modificar las emociones negativas y a la vez mejorar las emociones positivas. Hay un montón de evidencias de los cambios que se producen en el cerebro por la meditación y no tiene contraindicaciones”.
La meditación hace que los torbellinos de la mente se detengan y se quede en el presente. O como dice un proverbio zen: “¿Qué es lo que te ha dado la meditación? Cuando como, como. Cuando me baño, me baño. Cuando duermo, duermo”.