Las muertes derivadas de complicaciones por diabetes aumentaron en un 32,6% entre 2019 y 2020, al pasar de 1.709 a 2.267, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
De acuerdo con la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), la diabetes se ha convertido en la tercera causa de mortalidad prematura en el país, con un incremento del 65,9% en la década de 2009 a 2019.
El escenario se complica si se considera que el 14,8% de los mayores de 19 años tienen esta enfermedad diagnosticada. En 2012, el porcentaje era cercano al 10%.
Es por ello que, en el marco del Día Mundial de la Diabetes, que se conmemora este 14 de noviembre, las asociaciones Costarricenses de Endocrinología (Ascend), de Cardiología (Asocar) y de Nefrología (Ascone) así como la Dirección Científico Docente del Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica lanzan la voz de alerta con un pedido a la población de bajar el riesgo de sufrir la enfermedad, y a quienes ya la tienen, de mantenerla bajo control.
El nefrólogo Manuel Cerdas recalcó que este padecimiento coexiste con otros, como enfermedad cardiovascular o falla renal, por lo que es importante buscar un abordaje que permita establecer los mejores tratamientos, planes de seguimiento y análisis que controlen no solo la enfermedad primaria, sino también los padecimientos correlacionados.
LEA MÁS: Diabetes y obesidad
¿Qué es la diabetes?
LEA MÁS: Diabetes aumenta en niños y adolescentes costarricenses
Lo primero que debe entenderse al hablar de diabetes es que no hay solo un tipo de enfermedad, pues tienen causas y manifestaciones distintas según el tipo. Sin embargo, todas tienen algo en común: la forma en que el cuerpo –específicamente el páncreas– procesa los niveles de azúcar en la sangre.
En la relación de nuestro cuerpo con el azúcar hay una hormona medular llamada insulina. El páncreas produce la insulina y esta se encarga de que la glucosa o azúcar que proviene de los alimentos entre a las células y pueda proveernos energía. También controla la velocidad a la cual la glucosa se consume dentro de las células.
Hay tres tipos principales de diabetes: la tipo 1, la tipo 2 y la gestacional.
La diabetes tipo 1 usualmente comienza a presentarse en la niñez, aunque hay algunas personas que la sufren más tarde. En este tipo, el páncreas no produce insulina. Sin la insulina, la glucosa permanece en la sangre y se acumula.
Es una enfermedad calificada como autoinmune (el cuerpo se ataca a sí mismo), pues el sistema inmunitario ataca al páncreas y destruye las células que producen insulina. Si esto no se controla, puede causar problemas serios en el corazón, ojos, riñones y otros órganos.
Los síntomas incluyen sed excesiva, hambre extrema, aumento inusual de ganas de orinar, pérdida de peso inexplicable y fatiga.
Entre el 10% y el 15% de los diabéticos presentan este tipo.
La diabetes tipo 2 tiene características diferentes y, por lo general, se asocia a malos hábitos de salud que se tienen durante varios años.
En este caso el cuerpo genera resistencia a la insulina. El páncreas sí produce esta hormona pero en menor cantidad o simplemente “no sabe cómo usarla”. El organismo impone una barrera para que esta sustancia no funcione o las células no responden correctamente a ella. Como resultado, el azúcar no entra a las células para ser utilizada como fuente de energía, y se acumula en la sangre.
Cerca del 85% de los diabéticos tienen este segundo tipo.
Hay varios factores de riesgo que exponen a la persona a sufrir diabetes tipo 2. La obesidad y el sobrepeso, o el haber sido diagnosticado con prediabetes son parte de los riesgos.
Finalmente, la diabetes gestacional se diagnostica en el segundo semestre del embarazo. El cuerpo no puede producir ni utilizar toda la insulina que necesita para la gestación. Sin suficiente insulina, la glucosa no puede salir de la sangre y convertirse en energía. El nivel de glucosa sube porque se acumula en la sangre.
Quienes sufren este tipo de diabetes tienen un mayor riesgo de presentar a futuro diabetes tipo 2.
Independientemente del tipo de diabetes, estas son algunas señales a las que las personas pueden estar atentas para después consultar con un médico.
- Aumento de la sed y de las ganas de orinar.
- Aumento del apetito.
- Fatiga.
- Visión borrosa.
- Entumecimiento u hormigueo en las manos o los pies.
- Úlceras que no cicatrizan.
- Pérdida de peso sin razón aparente.
LEA MÁS: Ticos destacan en América con el menor riesgo de muerte por enfermedades crónicas