Los órganos de un solo donador cadavérico le pueden salvar la vida a diez personas. Lamentablemente, la falta de organización en materia de trasplantes en el país, es la causa de que tejidos, células y órganos de muertos se desperdicien.
El imaginario colectivo ha estandarizado la idea de que los familiares en plenas condiciones físicas son los mejores donantes. Sin embargo, extraer órganos de una persona muerta es más beneficioso que si se obtienen de una viva.
“El donante ideal es el cadavérico en muerte encefálica o parada cardíaca porque, exceptuando el daño cerebral, puede convertirse en el tratamiento ideal para 10 pacientes con enfermedad terminal”, explicó Marvin Agüero, coordinador institucional de Donación y Trasplante de Órganos, Tejidos y Células de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Las muertes encefálicas se producen por ictus, accidentes cerebrovasculares, hemorragia intracraneal o muerte súbita por paro cardíaco.
Poco se ha hecho en el país para aprovechar los órganos de pacientes en esas condiciones. Lo demuestra el hecho de que Costa Rica ocupa los últimos puestos de Latinoamérica en donación cadavérica, con un 5,1 por millón de personas, en 2011.
En el país hay 965 personas a la espera de un trasplante, de acuerdo con datos de la Caja. Los órganos más demandados son riñón (195 pacientes) e hígado (125).
Estas cifras podrían disminuir si se potencia la extracción de órganos de personas fallecidas que reúnan las condicones para un trasplante.
El donante que sufre una muerte encefálica jamás sufrirá una complicación posquirúrgica. Ese es, precisamente, el principal riesgo de las personas vivas que deciden entregar alguno de sus órganos a un enfermo.
La donación de un ser humano vivo puede llegar a crear un nuevo paciente. Una situación que es más costosa y peligrosa.
Por ejemplo, si alguien dona un riñón, tendrá que continuar su día a día con uno solo de esos órganos. Si el riñón falla, habrá más posibilidades de enfermar y repercutirá económicamente en el sistema de salud del país.
“El donante vivo se puede convertir en un futuro receptor de donación”, advirtió Álvaro Meoño, trabajador social y miembro del equipo de trasplantes del Centro Nacional Hepático de la CCSS.
Otra modalidad de donante es aquel que muere en paro cardiorrespiratorio, que es el que fallece fuera del hospital en cualquier circunstancia, como podría ser un accidente de tráfico.
En este supuesto, solo son útiles los tejidos, mientras que en la muerte encefálica también se aprovechan hasta seis órganos.
“Lo más importante es detectar tempranamente al paciente neurocrítico que tenga un estado de inconsciencia profundo cuya causa es conocida e irreversible”, aclaró Agüero.
Si la situación del paciente en coma es irreversible, se considera muerte encefálica y, entonces, se convierte en donante potencial.
Órganos útiles. Un ser humano vivo solo podría donar uno de sus riñones, un segmento hepático, un pulmón y, en mayor medida, médula ósea y sangre.
En el caso de las mujeres, pueden entregar el cordón umbilical en el momento del parto, el cual posee células madres para combatir enfermedades hematológicas complejas como la leucemia.
Un cadáver es considerado multiorgánico, explicó Agüero, porque de ese cuerpo se puede extraer corazón, pulmones, páncreas, hígado, intestino delgado y riñones.
También se pueden aprovehar tejidos como córneas, piel, partes de hueso, vasos sanguíneos y válvulas cardiacas si no existe la donación de corazón.
¿Cuál sería el perfil ideal de un receptor? Agüero lo definió así: “Es aquella persona en la que se ha demostrado que ninguna otra terapia será ética para revertir su insuficiencia”.
Tras ese paso, se estudiarán factores como la condición socioeconómica, la capacidad de rehabilitación y un estricto control y seguimiento postrasplante.
El último paso para recibir un órgano es comprobar que la persona no va a rechazarlo, lo que se comprueba con un proceso de inmunosupresión farmacológica.
La “ley de la cama”. “La mayoría de los donantes acaba en la morgue”, se lamentó Meoño. En el sistema de salud costarricense impera la “ley de la cama” , según este trabajador social.
Esta forma de actuar consiste en desconectar a la persona que falleció, sin dar la oportunidad de destinar sus órganos a otros enfermos que los necesitan para sobrevivir.
La falta de información también juega en contra. “Yo fui víctima de la burocracia”, declaró Rosibel Arrieta, paciente receptora de hígado y presidenta de la fundación Nueva Vida, encargada de asesorar a las personas que necesitan una donación de órganos.