El virus del papiloma humano (VPH) es la infección de transmisión sexual más común, es muy contagiosa y es fácil “pasarla” de una persona a otra a través de diferentes tipos de contacto sexual, pero también es un virus que el cuerpo sabe combatir eficientemente.
Hay, sin embargo, factores que pueden complicar esa batalla, según lo han determinado estudios en Costa Rica. Es el caso del fumado, la obesidad y, eventualmente, un componente familiar.
Alejandro Calderón Céspedes, médico que ha investigado el tema de las características de la infección en costarricenses, recordó que existen más de 200 tipos de este virus. De esos, cerca de 40 afectan a nivel anogenital y, de esos 40, hay 14 considerados de alto riesgo, es decir, que aumentan la probabilidad de desarrollar lesiones llamadas displasias que eventualmente pueden convertirse en cáncer.
“La gran mayoría de infecciones no van a llegar a desarrollar cáncer ni lesiones de alto grado. De cada 100 mujeres que tienen una infección por VPH, 5 son las que pueden llegar a tener una infección de alto grado, en las otras 95 será una infección transitoria”, precisó.
¿Cómo es esto posible? Nuestro sistema inmunitario tiene la respuesta. Cerca del 80% de la población ha tenido en algún momento de su vida infección con este virus, pero infección no es sinónimo de enfermedad, o, en este caso, de una lesión precancerosa en el cérvix u otro órgano.
De hecho, en la gran mayoría de ocasiones, se queda inocuo por años, sin lesionar. Esto le permite al cuerpo ir montando su sistema de defensas y anticuerpos que les permite atacar al virus y eliminarlo, por eso la mayoría de las infecciones son transitorias.
Esta “barrera defensiva” también toma su tiempo en formarse, pero si transcurrido ese tiempo se encuentra con ese mismo tipo de VPH, lo reconocerá y sabrá cómo neutralizarlo. Incluso, en quienes se desarrolla una lesión, el cuerpo puede eliminarla y evitar que no llegue a convertirse en cáncer.
“La cantidad de casos de cáncer que vemos es porque muchas veces no se accede a los servicios de atención primaria, no todas (las mujeres) están aseguradas, no todas saben la importancia. El impacto de este cáncer desgraciadamente afecta a las mujeres más pobres, se ve más en Guanacaste, Puntarenas y Limón”, señaló el médico.
Sin embargo, también hay mujeres cuyos organismos no eliminan el virus. Calderón ya ha visto algunas señales de esa persistencia en sus estudios, y estas coinciden con lo que han dicho otros estudios a nivel mundial. Quienes fuman o quienes tienen obesidad tienen mayores probabilidades de que el virus sea persistente. También hay un componente familiar que no se tiene claro el factor, pero sí existiría.
¿Cómo se supo esto? A las mujeres que han resultado positivas por papiloma en la investigación se les ha dado un seguimiento, en primera instancia de 18 meses. El 60% de ellas eliminaron el virus por sí solas al cabo de ese tiempo, pero el restante 40% no. En ellas el virus sigue sin generar lesión, pero el cuerpo no ha logrado desecharlo.
“Con lo que vemos hasta el momento, sabemos que lo que funciona para prevenir el cáncer (en general) también es válido para cáncer de cérvix: no fumar, hacer ejercicio, comer de forma saludable y evitar la obesidad”, señaló.
El estudio y su propósito
Calderón coordina el Estudio de Tamizaje del Papilomavirus (Estampa), que se realiza en 12 centros de nueve países de Latinoamérica, Costa Rica es uno de los lugares seleccionados. En total se reclutaron 45.000 mujeres, entre ellas, 10.000 (el 20%) ticas.
La mayor cantidad de participantes de nuestro país está en Puntarenas, pues es una de las zonas con mayor impacto de cáncer de cérvix aquí. El proyecto comenzó en 2017.
Los análisis son liderados por la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), ente adscrito a la Organización Mundial de la Salud. Aquí, el proyecto es coordinado con la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
El objetivo es encontrar el mejor método para detectar de forma adecuada lesiones precancerosas, que sea costo-efectivo y que pueda implementarse sin problemas en los servicios de salud.
El primer paso consiste en determinar si la mujer tiene uno de los 14 tipos de virus de mayor riesgo. Pero este no es el único factor. Muchísimas mujeres pueden resultar positivas por el virus sin que necesariamente signifique que se vaya a dar la enfermedad; la gran mayoría nunca la desarrollarán.
Por eso el estudio también tiene otras especificaciones.
La primera es que no se estudian mujeres menores de 30 años. Si el estudio se hace en mujeres menores, es muy probable que la incidencia del virus sea altísima, y que estos virus de por sí se eliminen por sí solos en unos años. A partir de los 30 es normal que una mujer se establezca más en pareja y que tenga lesiones que haya que revisar mejor.
La segunda especificación es que no basta con la prueba que detecta el papiloma, se busca combinar con otras pruebas para ver quiénes tienen más riesgo de generar lesiones malignas.
Esto también permitiría ser más eficiente y espaciar más las pruebas. Una mujer que salga negativa en su prueba de papiloma podría volver a hacerse el examen hasta 5 años después, a diferencia del papanicolau, que se recomienda cada uno o dos años. Esto es así por la sensibilidad de la prueba, la de la de VPH es del 96%, la de un papanicolau es de 38%. Además, el papanicolau busca una lesión, con la prueba de VPH se busca el virus, antes de que genere la lesión.
Calderón advirtió que esto no quiere decir que el papanicolau no sirva. “La enfermedad tiene la ventaja de que es muy lenta desde que se da la infección, luego pasa a una displasia o lesión leve, luego a una moderada, luego a una más grave y luego a cáncer, todo ese proceso toma varios años, 10 o 15 años. El papanicolau tal vez no me detecte una lesión hoy, pero si vuelve al año o a los dos años se doblan las probabilidades de encontrar la lesión”, dijo.
Tener dos pruebas (primero la del virus y luego un tamizaje más fino) ayudaría a llevar al “siguiente nivel” solo a las mujeres que realmente lo necesitan. A ellas se les hará una prueba más específica y rigurosa, llamada colposcopía, que determina el estadio de las eventuales lesiones para tomar decisiones sobre el tratamiento.
En otras palabras, se busca determinar cómo llegar a las 5 mujeres de cada 100 que desarrollarán una lesión sin necesidad de revisar más de lo necesario a las otras 95.
“Estaríamos evitando sobrediagnósticos y sobretratamientos en muchas pacientes y tratando de manera eficiente a quienes lo requieran”, aseveró Calderón.
¿Cuáles serían esas otras pruebas? En Costa Rica se están probando dos, que se harían únicamente en quienes sean positivas al virus. La primera opción es que la segunda prueba sea un papanicolau, donde se buscaría si el virus ya causó una lesión. Si saliera alterado se haría colposcopia.
La segunda opción: una prueba que determina no solo si se tiene alguno de los 14 virus más fuertes, sino los dos más fuertes, el 16 y 18, que están relacionados con el 70% de los tumores cervicales y están cubiertos por la vacuna.
Si ellas tuvieran el 16 o 18 se les hace directamente una colposcopia, si tuvieran uno de los otros 12 virus se les hace el papanicolau, si saliera alterado se les hace colposcopia, si no fuera así y todavía no hubiera lesión, se les vuelve a llamar dentro de un año, porque este tipo de virus también puede ser eliminado por el cuerpo.