¿Cuántas probabilidades tenemos de enviar una información falsa sobre covid-19 a nuestros contactos de WhatsApp o compartirla en nuestros grupos de esta plataforma de mensajería?
¿Hay algún tipo de perfil de persona que sea más proclive a hacer esto? ¿Habrá diferencias si se le pide a la persona razonar sobre lo que va a enviar antes de que lo haga?
Estas fueron las preguntas para las que buscaron respuestas tres funcionarios del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP) y del Centro de Investigación en Comunicación (Cicom), ambos de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Con ese fin, realizaron un experimento social en línea con 819 costarricenses mayores de 18 años de todo el país.
Los resultados, aún preliminares, indican que las desigualdades sociales y falta de acceso a oportunidades educativas son determinantes en el proceso.
“Esta tendencia es más marcada en personas de menor nivel educativo, que residen en las costas y tienen menor ingreso subjetivo, así como en las personas que expresan tener más religiosidad”, destaca el documento.
Sin embargo, si a las personas se les pide razonar si la noticia es verdadera o no, estas tendrán menos deseos de compartirla, y estos deseos bajan aún más si les da un chequeo de datos (fact checking).
“La desinformación es parte de nuestras vidas y ha aumentado por la digitalización de la información. Esta digitalización se puede dar en redes sociales o páginas web y facilita que las personas puedan crear contenidos. Y han facilitado la propagación de contenidos desinformativos”, expresó Carlos Brenes Peralta, investigador del IIP y coordinador del proyecto.
“Escogimos hacerlo sobre covid-19 porque hemos tenido un aumento y producción sostenida de desinformaciones sobre covid-19 y esto es muy peligroso. Si las personas no están informadas o no entienden, o niegan los hechos o creen otras cosas, esto afectará la salud pero también el cómo afrontamos la pandemia como país y como mundo, nos afecta a todos”, añadió.
Según Brenes, en términos generales, no hay una mala intención a la hora de compartir estas informaciones con sus contactos.
“Las personas lo hacen por valor social, quieren ayudar a compartir información, pero desconocen que sea falsa, hay personas que no se cuestionan por sí mismas la veracidad de lo que comparten”, manifestó el investigador.
Sin embargo, en quienes diseñan la desinformación sí puede haber clara intención de desinformar o bien, de generar un conflicto social.
¿Cómo se hizo el estudio?
El equipo, formado por Brenes; Rolando Pérez, del IIP; e Ignacio Siles, del Cicom, creó una página web, donde estaba el experimento social.
A los participantes se les invitó por la red social Facebook.
Una vez inscritos, se les asignaba al azar en tres grupos diferentes. Todos los grupos recibían cinco diferentes textos redactados en forma de noticias.
“Con la colaboración del proyecto Doble Check (de la UCR), ellos nos diseñaron cinco noticias que son reales, y cuando digo reales es que fueron publicadas en diferentes lugares y se pueden encontrar”, puntualizó Brenes.
De esas noticias, dos eran completamente falsas, dos eran falsas con algún nivel de veracidad y una era completamente verdadera.
“Estamos cuestionando el concepto dicotómico. No necesariamente hay algo ‘todo falso’. Las noticias falsas no son completamente falsas. Es normal encontrar elementos verdaderos en noticias falsas”, aseveró el doctor en Psicología.
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Las personas de los tres grupos leían los mismos textos, pero bajo condiciones diferentes.
El primer grupo, o grupo control, nada más leía las notas sin ningún tipo de guía.
“Después de que leyó cada una le preguntamos: ‘en una escala de 1 a 10, ¿qué tanto estás dispuesto a compartir esto por WhatsApp?”, enfatizó Brenes.
Al segundo grupo se le dijo, antes de leer, que era importante que evaluara cuán cierta o falsa era cada noticia que leería. Luego de eso, le asignó un valor de cuán falso o verdadero era cada texto y luego se le preguntó cuán dispuesto estaría a compartir eso por WhatsApp.
Finalmente, a la tercera agrupación se le dieron a leer los textos y luego se le dio a leer una verificación de los datos de cada noticia. Y después de eso se le preguntó si lo compartiría con sus contactos del grupo de mensajería.
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Los resultados
Si pudieran resumirse en una frase los resultados, esta sería, según Brenes, “la desinformación se propaga por la gente que toma decisiones”.
Al terminar el experimento se vio que el grupo control, al que nada más se le preguntó si mandaría la noticia, sin mayores herramientas, eran más proclives a compartir estos datos.
Al llegar al segundo grupo, que calificó las noticias según su credibilidad sin leer el chequeo de datos, los científicos vieron algo curioso: pese a que se les dijo que había informaciones totalmente falsas o totalmente verdaderas no las catalogaban como tales.
“Las personas sí tienen, sin embargo, una criticidad o desconfianza de la veracidad de la información. Cuando el fact checking decía ‘esta noticia es completamente verdadera’, las personas tendían a creer que había algo de falso. Aunque, en las noticias completamente falsas las personas también sentían que había algo de verdadero”, explicó el investigador.
Por el contrario, las personas a las que se les pidió evaluar por ellos mismos y a las que se les dio el chequeo de datos estaban menos dispuestos a compartir los datos.
“Cuando las personas son reflexivas y cuentan con herramientas para verificar información pueden prevenir la difusión de noticias falsas en WhatsApp y, posiblemente, en otros medios”, cita el documento.
Otro resultado preocupa a los autores de la investigación: cuánto más vulnerabilidad social y económica tenían las personas, más proclives eran a creer lo falso y a compartirlo con sus allegados.
“Las personas que viven en las costas, que tiene menor nivel educativo, menor ingreso, presentan mayor dificultad para detectar noticias falsas”, puntualizó Brenes.
Otro aspecto interesante es que cuanto más religiosas dicen ser las personas, independientemente de la religión, también muestran mayor dificultad para detectar falsedades.
“Una explicación es que tal vez estas personas son más rígidas a sus creencias y menos analíticas”, expresó el investigador.
En otros estudios, Brenes habían visto que las personas también envían información, dependiendo de quién la recibieron.
Si la recibieron de personas de confianza, como líderes de opinión, un profesor universitario, o una persona allegada, como un familiar o amigo, será más fácil confiar en dicha información (falsa o no) y compartirla.
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¿Por qué estudiar la desinformación en WhatsApp?
Se estudió el comportamiento en WhatsApp, en primer lugar, porque Costa Rica es el país que, a nivel relativo, más utiliza este servicio de mensajería, según el último informe del Latinobarómetro.
Además, el año pasado, el IIP hizo una encuesta representativa y encontró que las personas utilizan WhatsApp con igual importancia que las redes sociales para consumir noticias digitales.
“Ahí vimos la importancia de WhatsApp para informarse de lo que está pasando, pero también vimos que las personas utilizan WhatsApp con igual importancia para compartir información”, apuntó el investigador.
No obstante, añadió, también las personas perciben que hay desinformación en WhatsApp.
Para Brenes, este servicio de mensajería es todavía más importante porque las redes sociales tienen un componente más público, en el cual las informaciones falsas que se comparten son sometidas a un escrutinio de quienes las leen y comentan, por lo que hay mayor control.
En cambio, los grupos de WhatsApp son más cerrados, pequeños y las características de las personas son más similares.
“Es información más privada y encriptada, que no permite tanto esa fiscalización”, destacó Brenes.
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¿Cómo ‘blindarnos’ contra la desinformación?
Estos son los consejos que dan los investigadores para no caer en informaciones falsas.
“No es ser desconfiado. Es ser crítico. Si yo soy desconfiado voy a vivir en un estado de paranoia en donde no sé qué voy a creer. Una persona crítica, habla y reflexiona”, subraya Brenes.
Una forma es detenerse antes de compartir un texto y saber cuán cierto es.
Para ello hay formas de hacer las cosas, como buscar en Google, buscar quién compartió la información y cuán creíble es, y ver si dichos datos han tenido verificaciones de información.
“Hay noticias que han sido verificadas por profesionales, como los de #NoComaCuento (de La Nación) o Doble Check. Todo eso ayuda”, concluyó.