Costa Rica entabló conversaciones con seis farmacéuticas que desarrollan posibles vacunas para la covid-19. Todas están consideradas para personas de entre 18 y 85 años de edad.
¿Y los niños y adolescentes?
Hasta el momento, ninguno de los laboratorios farmacéuticos ni equipos de investigación que realizan ensayos clínicos ha reclutado menores de edad.
¿Por qué no son tomados en cuenta para las vacunas? La respuesta no es sencilla y está llena de complejidades. En términos generales podría decirse que si hacer una vacuna que proteja a los adultos es difícil, lo es aún más para poblaciones como la niñez, adolescencia y mayor de 85 años.
Los niños no son simplemente adultos de menor tamaño. Sus sistemas inmunitarios funcionan diferente, por ello, su forma de actuar ante cualquier infección o ante una vacuna que busque evitarla no es la misma que se tiene en la edad adulta.
Sin embargo, hay un tema también que va más allá. Para la infectóloga pediatra María Luisa Ávila, al ser esta la población menos afectada por la enfermedad, esto hace que no sean prioridad a la hora de buscar una vacuna.
“Aunque hay complicaciones en el paciente pediátrico, jamás son como en la población adulta. Aunque pueden complicarse (los niños) no les va tan mal”, expresó quien fuera ministra de Salud entre 2008 y 2014.
“En otras enfermedades, como casi todas las que tienen vacunas en niños, ha sido al revés, se comienzan estudios en ellos. Por ejemplo, en neumococo, fue hasta después que se vieron los casos en adultos y se probó la vacuna en adultos. Pero en este caso de covid-19 es por su afectación, si ellos fueran población vulnerable hace rato estarían en ensayos clínicos”, añadió.
En Costa Rica, el virus ha afectado hasta el momento a 5.459 menores de edad, el 8,32% de los casos acumulados en el país. Una minoría ha requerido hospitalización, y, aunque sí se han tenido hospitalizados en cuidados intensivos (en este momento hay uno de un año), ninguno de ellos ha fallecido.
En Estados Unidos, la situación es similar, un reporte del Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) encontró que de 190.000 muertes asociadas con covid-19, solo 121 han sido en menores de 21 años. Además, las hospitalizaciones son 20 veces menores en quienes tienen menos de 18 años.
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No es simplemente ‘poner la vacuna y ya’
Comenzar pruebas clínicas en niños y adolescentes no es tan fácil como comenzar a ponerles la vacuna y ya. Esto no solo pasa por partes médica y científicas de saber cómo actuaría la vacuna en estas personas, sino también por asuntos de bióetica y derecho a la salud, por cuanto los menores de edad y sus padres deben estar de acuerdo en participar.
Para entenderlo mejor, es necesario repasar cómo se obtiene una vacuna. Para que un producto como este llegue a las personas deben garantizarse tres cosas:
1- Que sea eficaz: que realmente pueda prevenir la infección o reducir el riesgo de infectarse.
2- Que sea segura: que sus efectos secundarios no sean mayores que sus beneficios.
3- Que pueda producirse en masa de manera que pueda llegar a quienes realmente la necesitan.
Para ello, deben pasarse tres fases de investigación médica y una más de revisión.
FUENTE: OMS || DISEÑO / LA NACIÓN.
A la hora de involucrar niños y adolescentes en la ecuación deben tomarse varios aspectos en cuenta.
Por un lado está el que un sistema inmunitario inmaduro pueda reaccionar de una forma inesperada a una vacuna a la que los adultos no registraron problemas. Por esta razón, al probar estos inyectables en menores, lo más posible es que se haga primero en adolescentes y mayores de 10 años para, poco a poco y conforme los resultados se vayan presentando, migrar hacia más jóvenes.
Otra razón está en sus diferencias anatómicas. Por ejemplo, sus vías respiratorias son más pequeñas y delgadas, y podrían ser vulnerables a niveles de inflamación causados por las vacunas que no afectan a los adultos, pero a ellos sí.
Estas condiciones llevan a que las dosis que estos reciban sean (en la gran mayoría de los casos) diferentes a las de los adultos. Esto no solo se ve en relación con sus cuerpos, también con las necesidades.
Esto no quiere decir que los menores no serán tomados en cuenta, sino que será más adelante.
“Sí hay que hacer estudios con población pediátrica”, enfatizó Ávila.
“Y esta es la siguiente etapa, una vez que se compruebe que es segura en adultos. Se debe probar en niños para verificar eficacia y seguridad y una vez aprobada se use en la población general, no antes”.
De hecho, laboratorios farmacéuticos como Moderna, AstraZeneca y Pfizer han anunciado planes para comenzar ensayos con niños y adolescentes en los próximos dos meses.
En entrevista con The New York Times, Evan Anderson, pediatra del Centro de Salud de Niños de Atlanta, EE. UU., y profesor de Medicina de la Universidad de Emory señaló que es necesario que estos ensayos comiencen a concretarse.
“Me preocupa que no tengamos una vacuna para los niños cuando entren a clases el año entrante”, dijo Anderson.
Esta preocupación se da porque, según el especialista, los estudios deben comenzar en grupos muy pequeños, como de seis menores y luego monitorearlos por varios días. Después de esto, podrían expandarse a varias docenas, esperar nuevamente, y luego ya, si se comprueba su seguridad, probarlas en cientos de menores.
Anderson y varios de sus colegas firmaron un artículo de opinión publicado el pasado viernes en la revista Clinical Infectious Diseases en el que piden que se involucre a los niños en estudios, para así tener una posibilidad más pronta de vacuna en esta población y evitar eventuales hospitalizaciones y muertes.
“Retrasar las pesquisas en niños retrasára nuestra recuperación como humanidad de covid-19. Además, prolongará su impacto en su educación, su salud y su bienestar emocional. Dado su potencial de beneficios directos e indirectos las investigaciones en menores deberían comenzar ya”, cita el documento.
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