Habíamos tenido unas semanas bastante tranquilas en términos de pandemia: bajas en casos, hospitalizaciones y muertes de forma sostenida en nuestro país. Pero no podíamos perder de vista que estamos en una pandemia y lo que sucede fuera de las fronteras nos impacta.
Así llegó un jueves que aparentaba ser tranquilo con una letra griega que cambió todo el panorama: ómicron. La alerta se lanzaba por una cantidad de mutaciones que, individualmente, ya habían demostrado mayor poder de transmisión o capacidad de burlar nuestro sistema inmune, incluso la posibilidad de mayor riesgo de reinfección o de que las vacunas eventualmente pierdan su eficacia.
El anuncio venía de la mano de más casos en los países donde se detectó, leves en su mayoría, sí, pero que igualmente generaban preocupación.
Pero más allá de eso: las autoridades y especialistas repiten una y otra vez que no sabemos mucho, que es muy pronto para saber, que tenemos unas pocas piezas limitadas y desordenadas, de un rompecabezas del cual no conocemos la forma.
Esta nueva alerta, por supuesto, nos genera incertidumbre, y nosotros somos pésimos lidiando con lo que no conocemos. Buscamos respuestas que no se tienen todavía y la incertidumbre aumenta.
Acompáñenme a navegar en medio de las dudas y la incertidumbre, pero también la paciencia mientras llegan las respuestas.
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