Cuando Rolando Herrero Acosta comenzó a estudiar Medicina se imaginaba corriendo de un lado a otro de un gran hospital al escuchar las palabras “código azul”.
Esa frase se pronuncia cuando, dentro de un centro médico, un paciente registra una descompensación que pone riesgo su vida y requiere la acción coordinada de varios especialistas para ser atendido lo más rápido posible.
“En mis sueños yo era médico de hospital, de los que corrían para salvar vidas, de los que tenían el tiempo en su contra para rescatar a un paciente”, rememora en entrevista con La Nación, un par de horas después de recibir el Premio Nacional de Ciencia Clodomiro Picado Twitght 2020, máximo galardón que otorga el Estado costarricense a una persona por sus aportes científicos.
Sin embargo, la vida misma fue llevando a este oncólogo a ser el “padre” del conocimiento del virus del papiloma humano, a probar vacunas contra el cáncer de cérvix y a ser de los mayores investigadores de cáncer del mundo.
Sus sueños de salvar vidas se mantuvieron, pero el escenario cambió, de un hospital a la comunidad, a la educación a la población.
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Viraje
Cuando llegó el momento de escoger la residencia para su especialidad, Herrero no pudo cumplir sus anhelos de ser internista.
“No había plazas para medicina interna, solo abrieron plazas de subespecialidades, y la única que me permitía hacer medicina interna era oncología”, evocó.
“Yo veía una tragedia en oncología. Era muy duro. Se moría mucha gente en ese entonces”, añadió.
Y fue allí donde tuvo su primer acercamiento con el virus que daría el giro a su carrera: el del papiloma humano (VPH), patógeno relacionado con el cáncer de cérvix.
“Ejemplifica la desigualdad, la injusticia y condición de la mujer. Es una infección de transmisión sexual que se da en muchas mujeres, muchas de ellas jóvenes, especialmente en estratos bajos. Hay muchísimas formas de detección, pero hemos fallado en la mayoría de los países en desarrollo”, mencionó en su discurso al recibir el premio.
Y la oncología lo llevó a descubrir cómo se investigaba el cáncer en otros países. Fue a congresos, escuchó, se acercó a la forma de estudiar la enfermedad a nivel mundial.
Y gracias a esto se le abrieron las puertas para comenzar a investigar, de la mano del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos (NCI, por sus siglas en inglés).
Mas, desde antes, mientras estudiaba Medicina, ya había tenido su primer acercamiento con la investigación científica: fue asistente de investigación en unos estudios de toxicidad de plaguicidas, que era coordinado por la especialista en investigación farmacéutica Josefina Ingiana.
“Ella fue mi primera mentora. Y me dijo que si alguna vez quería un proyecto no lo suelte. Me decía ‘no deje que le digan que no, insista hasta que le den lo que quiera’. Fue de ella que aprendí que la emoción de un descubrimiento científico es como la del artista cuando va viendo su obra evolucionar”, indicó.
Ya para 1988 su deseo de salvar vidas corriendo por hospitales se había volcado completamente a la investigación científica para buscar soluciones. Comenzó a colaborar con equipos internacionales.
“Es una forma diferente de tratar el cáncer, a través de la investigación y la generación del conocimiento. Cuando se tiene este cáncer ya es muy difícil, pero la investigación permite la prevención”, manifestó.
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‘Tratar’ a través de la investigación en su propia tierra
Y fue así como luego de pasantías en Estados Unidos y de colaborar con el NCI, consiguió fondos que le permitieron montar una plataforma para estudiar el cáncer de cérvix y su relación con el VPH.
A partir de 1992, con el Proyecto Epidemiológico Guanacaste, comenzó a estudiar la historia natural del virus en mujeres costarricenses y a analizar cómo las lesiones evolucionaban a premalignas y posteriormente a cáncer.
En el 2001 coordinó el ensayo clínico que probó la vacuna contra el VPH. Los estudios realizados en Costa Rica sirvieron como base para no solo corroborar que la vacuna era segura y eficaz, también para determinar que con dos dosis bastaba y no eran necesarias tres.
Hoy está en proceso el estudio ESCUDDO, que busca determinar si una dosis sería suficiente.
“Es estar en el lugar y momento correcto, me tocó la cresta de la ola. Ha sido un equipo internacional que ha trabajado durante más de 30 años”, especificó.
El nombre de Rolando Herrero figura entre los más importantes del mundo cuando se habla del conocimiento del virus del papiloma y los tumores con los que este está relacionado: cérvix, vulva, ano, pene y garganta.
“No es exageración decir que gracias al trabajo hecho en Costa Rica ahora entendemos mejor el virus y su vinculación con diferentes tipos de cáncer. Sus investigadores son de alto nivel”, dijo Douglas Lowy, cocreador de la vacuna contra el VPH, en una entrevista anterior con La Nación.
Y su investigación ahora también busca ir desde antes de que ocurran los daños de esta infección viral. El proyecto ESTAMPA intenta saber cuál es el mejor método de detección del papiloma para tratarlo previo a que genere lesiones.
Pero sus pesquisas van más allá: también ha estudiado cáncer gástrico y su bacteria relacionada (Helicobacer pylori), y ha hecho estudios internacionales de la epidemiología del cáncer.
La pandemia también lo llevó a indagar. Desde octubre pasado trabaja con la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) en el estudio RESPIRA. Esta investigación analizará los anticuerpos de los costarricenses de la covid-19, que busca determinar la huella de la enfermedad en nuestro país, saber cómo están nuestras defensas y ver cómo se comporta la enfermedad a largo plazo.
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El hombre más allá de las investigaciones
La vida de Rolando Herrero va más allá de trabajar. Sus hijos le dicen “trabajólico”, pero él lo niega y afirma que, por ejemplo, se duerme a las 10 p. m. y sí duerme lo suficiente.
Además, antes de dormir dedica sus últimas horas despierto a leer, informarse de lo que sucede en el mundo y buscar temas diferentes para aprender de otras aristas que no tienen que ver con su área.
“Soy un apasionado, por ejemplo, de la política estadounidense”, comentó.
También es amante de la playa y el buceo, tiene al menos una década de defender tanto como pueda el tiempo para dedicarse a sumergirse en el mar.
“Amo el agua, amo el mar, me interesan los problemas ambientales. En el mar uno ve el inmenso valor que tiene para nosotros y lo que debemos cuidarlo”, destacó.
¿Y qué más? “Tengo un chiquito de seis años, hasta ahí llegó todo”, mencionó entre risas, mientras recordó que Alessandro, su hijo, es uno de los grandes motores de su vida.
Sin embargo, reconoció que lo que la ciencia le ha enseñado es algo que aplica todos los días a su vida.
“Siempre hay resultados que no nos gustan. A veces uno cree tener la respuesta, pero la prueba y los resultados le dicen lo contrario, uno estudia y ve que no es así. La maravilla de la ciencia es que no es dogmática, y puede corregirse constantemente cuando las pruebas cambian. Y así deberíamos tomar todo en la vida”, concluyó.
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