Una costarricense está a la cabeza de un ensayo clínico que promete dar esperanzas a personas con cáncer de hígado en etapas avanzadas y en quienes otros tratamientos previos no funcionaron (o que por razones médicas no pueden ser sometidos a ellos).
Su nombre es Cecilia Monge Bonilla. Ella realiza su subespecialidad en Oncología en el Centro Nacional del Cáncer en Estados Unidos (NCI, por sus siglas en inglés). Desde 2017 ha trabajado en el estudio de diferentes tipos de tumores y de opciones de medicina personalizada para ellos. Hoy es la directora de la Clínica de Cáncer Gastrointestinal del NCI y desde allí busca que quienes se quedaron sin opciones para hacerle frente a su enfermedad tengan una posible solución. Y esta solución podría provenir de las mismas células de los pacientes.
“El carcinoma hepatocelular es el cáncer de hígado más frecuente. Cuando está en estadios iniciales puede tratarse con cirugía, pero en etapas avanzadas no hay opciones. Este es el cuarto cáncer más común y el segundo más mortal, la expectativa de vida en estas fases puede ir de seis a nueve meses”, manifestó Monge, quien fungió como coordinadora de la Unidad de Investigación del Hospital San Juan de Dios.
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Células de defensa para destruir células cancerosas
El secreto para brindar una terapia a estas personas podría estar dentro de sus propias células de defensa. En nuestro sistema inmunitario hay unas células llamadas células T o linfocitos T. Tradicionalmente estas células ayudan a nuestro cuerpo a combatir infecciones, pero también el cáncer.
“Casi todos los días existe la posibilidad para todos nosotros de desarrollar cáncer, pero el sistema inmunitario usualmente gana”, expresó a La Nación en una entrevista anterior Jeffrey Bluestone, investigador en Inmunología en Estados Unidos. En esta victoria, los linfocitos T son de los mayores responsables.
Sin embargo, cuando un tumor maligno comienza a desarrollarse también hay cambios en estas células. Por ello es que se les debe dar un tratamiento especial para que se vuelvan más bien una especie de “medicamento” para atacar el tumor.
Este procedimiento es parte de un grupo que se llama transferencia celular adaptiva y es una terapia personalizada. En particular esta técnica se denomina terapia de células T con receptores de antígeno quimérico (CAR-T, por sus siglas en inglés).
Para entender mejor qué significa esto, vamos paso a paso. El secreto está en que al paciente se le extrae sangre y una vez con la muestra se separan las células T. Cuando estos linfocitos T son extraídos, se les coloca un virus inactivo llamado lentivirus, que ayuda a que se modifiquen genéticamente para que expresen un receptor que va dirigido a un marcador que solo tienen las células del tumor. En este caso, el receptor se llama GPC3, y solo está en las células malignas del carcinoma hepatocelular.
Estas sustancias creadas en laboratorio se bautizan como receptores de antígeno quimérico. El término “quimérico” se debe a que moléculas sintéticas, no existen naturalmente, son fruto de modificación genética. Estas células se ponen a crecer y a replicarse en laboratorio.
“Después de esto, al paciente se le interna y durante tres días se le da un tipo de quimioterapia para prepararlo para recibir las células CAR-T. Se les ponen en forma de infusión a los pacientes, y estas se reproducen en el cuerpo. El fin es que ataquen a las células cancerosas y causen su ‘muerte’, por así decirlo”, afirmó la escazuceña.
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Una vez que el paciente es sometido a esta técnica debe permanecer internado nueve días para observación. Se le dará seguimiento riguroso durante seis meses y después una vez al año.
Esta es la primera vez que se prueba este tipo de tratamiento para un tumor sólido en seres humanos. Este mismo método ya ha sido exitoso en tumores “líquidos”, como algunas leucemias en niños y linfomas en adultos.
Monge recalcó que este estudio sería imposible sin otras personas que realizan una gran labor en el NCI. Uno de ellos es Mitchell Ho, jefe del Laboratorio de Biología Molecular del NCI, quien vela por la calidad del CAR-T. El otro es Tim Greten, jefe del departamento de Cánceres Gastrointestinales del NCI, con quien coordina todos los pasos por seguir. Monge es quien coordina la parte clínica del ensayo y está en contacto con los pacientes.
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Investigación en proceso
El ensayo está en fase I, esto quiere decir que es la etapa inicial de un estudio en seres humanos, la fase preclínica en ratones tuvo éxito, pero debe ser llevada a seres humanos para demostrar su eficacia (que cumpla con los objetivos trazados) y seguridad (que sus beneficios sean mayores a los efectos secundarios). En la fase I la seguridad es de los principales focos, por eso mismo se realiza con un número pequeño de sujetos de estudio.
Esta primera fase tomará en cuenta a 38 pacientes con cáncer de hígado en estadio avanzado y durará 24 meses. La primera paciente fue sometida a esta terapia el pasado 13 de enero. Por protocolos, la Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) les pide esperar 28 días para que el siguiente paciente sea sometido a la terapia.
Monge admitió que como todo tratamiento oncológico sí existe la posibilidad de efectos secundarios, algunos de ellos podrían ser graves. Uno de los mayores riesgos es el síndrome de liberación de citocinas. Las citocinas son proteínas inmunitarias que si se liberan en gran cantidad pueden hacer que “el cuerpo se ataque a sí mismo”.
En tratamientos de inmunoterapia (que utilizan sustancias que potencian al sistema de defensas para que luchen contra una enfermedad), puede darse una liberación grande y rápida de citocinas y esto afectaría al paciente.
“Esto puede causar disminuciones importantes en la presión arterial, alteraciones neurológicas y fiebres muy altas. Muchas veces se ocupa el soporte de cuidados intensivos”, reconoció.
Por eso esta fase I del estudio es crucial, ver hasta qué punto está el riesgo de este tipo de eventos y sopesar si los beneficios son mayores o menores. De los resultados de la fase I depende que el estudio siga a fases II y III y posteriormente sea un tratamiento.
No obstante, el ya tener un protocolo para ensayos en humanos para una enfermedad que no tenía opciones ya es un avance grande para las ciencias médicas, esta vez, en manos de una costarricense.
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Enfermedad silenciosa
Uno de los principales problemas con el cáncer de hígado que Monge estudia es que es muy silenciosa. Y el aumento en frecuencia es constante. Y esto se debe, según Monge, al aumento del hígado graso.
“La mayoría de estos pacientes desconocen tener hígado graso, porque es asintomático. Esto va en aumento por la epidemia de obesidad en países occidentales”, explicó.
En este momento no hay un tratamiento específico ni una cura que le pueda ofrecer esperanza a los pacientes. Monge espera que aunque este ensayo clínico apenas está comenzando y no se sepan los resultados que tendrá a futuro, sí pueda representar una diferencia para estas personas y sus familias.
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