Nicoya, Guanacaste. La llegada del verano es sinónimo de fiestas y playas, pero en la pampa guanacasteca también significa vino de coyol, una bebida y tradición heredada de los indígenas chorotegas.
Para preparar este brebaje no pueden faltar las coyoleras. Estos sitios se convierten en los más buscados para quienes disfrutan del legado aborigen.
La instalación y apertura de las coyoleras se inicia en diciembre de cada año, cuando decenas de familias de Santa Cruz y Nicoya construyen improvisados ranchos de palma en sus jardines y alistan los fogones, con el fin de preparar y vender la llamada “bebida de los guanacastecos”.
En Nambí, Nicoya, carretera a Santa Cruz, es donde más se concentra la mayoría de las coyoleras. Allí funcionan cinco : La Fuente de Oro, La Olla de Oro, Tony, Macho y La Tranca.
Allí mismo, los turistas y vecinos pueden degustar platos de gallina criolla acompañado de tortillas y gallos de salchichón.
Más del vino. El vino de coyol se extrae directamente de las palmeras en la mañana, al mediodía y aproximadamente a las 4 p. m.. Hay vino dulce, término medio o fuerte. El mejor vino se consigue a mediodía, cuando es más dulce y lo pueden consumir los niños.
De acuerdo con sus productores, durante los meses de enero, febrero y marzo es cuando el vino es más apetecible para todos y las coyoleras son más visitadas.
Esto ocurre porque el calor en Guanacaste hace que las personas busquen el vino de coyol para refrescarse y porque el clima cálido también favorece la obtención del mejor vino de coyol. El precio de cada botella es de ¢700 u ¢800.
“Esta es una tradición que vivimos aquí en Nicoya y que cada vez es más apetecida. A quienes no han probado aún esta bebida, los invitamos a que lo hagan”, manifestó Tony Muñoz, propietario de la coyolera Tony.