El amor es el motor del mundo. Al menos eso es lo que nos ha enseñado el arte. En el cine, en la música, en la literatura y en las pinturas, el romance es el punto al que todo regresa: la válvula a la que responde nuestra existencia. El amor –cuando es bueno y cuando es malo– es parte fundamental del argumento de las canciones que tenemos pegadas en la cabeza, los versos que compartimos en Facebook y esa escena de una película que nos gustaría calcar en nuestras vidas.
Desde los cimientos de la cultura pop, los asuntos del corazón han sido una máxima, y eso no ha cambiado como han cambiado los años. Si revisamos las listas de popularidad leeremos love cada cinco líneas. Empero, existe una corriente de pensamiento que considera que la generación de los millennials (como se le llama al grupo de personas nacidas entre comienzos de los 80 y comienzos de los 2000) es prácticamente incapaz de amar.
¿Puede un grupo de personas con características temporáneas similares no solo poner al amor en segundo plano, sino incluso evitarlo a toda costa a raíz de su imposibilidad de envolverse en el romance que sus padres recuerdan haber vivido con devoción? Para algunos analistas, eso es exactamente lo que sucede con la generación actual, aunque sus puntos de vista han probado ser absolutamente debatibles.
Esta es la percepción
En 2013, la escritora estadounidense Donna Freitas publicó un libro titulado El final del sexo: Cómo la cultura del enganche deja a una generación infeliz, sexualmente insatisfecha y confundida acerca de la intimidad.
Cuando Freitas habla de la “cultura del enganche”, se refiere a lo que en inglés se llama hookup, dícese de salir y acostarse con varias personas. Y para Freitas, esa es una característica que define la vida sexual de nuestra generación, y la razón de nuestra “falta de intimidad”.
A lo largo de sus cientos de páginas, el libro arriba a la conclusión de que los millennials estamos condenados a vivir sin amor, y ofrece posibles soluciones, como impartir clases de amor e intimidad en las universidades.
Un año después, Andrew Reiner escribió –en un artículo para el New York Times– que esta es una generación que está “aterrorizada y despistada acerca del ABC de la intimidad romántica”. El periodista cita a Freitas para probar su punto: nuestro tipo de intimidad sexual inevitablemente nos hace sentirnos emocionalmente vacíos.
Esto se lee verosímil y es algo que probablemente la mayoría de millennials hemos pensado en algún momento, a raíz de nuestras experiencias románticas: ¿Es que acaso no estamos bien cableados para el amor?
Consecuencia de ese artículo en el New York Times, el medio abrió un espacio de discusión para que jóvenes de más de 13 años respondieran a la teoría de que somos los enclenques de la pasión.
No todos concordaron: Lilly dijo que creía que la cultura del enganche era real pero que no era nada nuevo, y Sam manifestó que el amor no se puede enseñar: “No importa la época de la que vengamos, el amor siempre es el mismo. Mi generación trajo a la luz el aspecto espontáneo de la vida y las relaciones. Es cierto que ponemos nuestra intimidad en segundo plano para concentrarnos en nuestra carrera, pero a veces se necesita estabilidad financiera y un futuro sólido”.
Por su parte, Shade comentó que cree que su generación sí tiene problemas encontrando amor verdadero, porque siempre estamos precipitándonos a nuevas relaciones. “Sin embargo, creo que esta generación puede crecer y madurar para cosechar relaciones reales, comprometidas y sanas, porque pronto se nos daremos cuenta de que la etapa de los enganches se pone aburrida”.
Según los “expertos”
En el mundo hay de todo, y por supuesto hay gente que se gana la vida bajo el título de expertos en relaciones y citas. En un panel de conferencias hace dos años, varios de estos expertos en el amor manifestaron su preocupación por el amor millennial.
“Los chicos de hoy no saben cómo enamorarse” fue la premisa del foro. La autora y entrenadora para citas románticas –sí, en serio– Rachel Greenwald dijo, en la actividad, que el romance ha ido desapareciendo porque los estudiantes universitarios tienen relaciones que duran lo que un breve encuentro sexual. Según ella, todo para nosotros es casual.
“Al llenarse de sexo, deben al mismo tiempo drenarse de los sentimientos”, comentó. “Están entrenados para descartar, ignorar y para tragarse sus emociones y así poder participar en la cultura del enganche que tanta ansiedad provoca pero que tan común es para ellos”.
La psicóloga Lori Gottlieb, también en el evento, estaba del mismo lado. Para ella, los millennials han sido tan mimados por sus padres y profesores que son incapaces de aceptar las realidades y opiniones de otros, lo que dificulta las relaciones porque las personas tienen realidades distintas. A la cantaleta agregó que no sabemos hablar cara a cara y que todo es culpa de la tecnología.
En el mismo artículo en el que se compilaron estas opiniones, se menciona un estudio de la Asociación Estadounidense de Psicología que dice que entre un 60% y 80% de los estudiantes universitarios de ese país admitieron haber tenido alguna experiencia de enganche casual, pero un 63% de los hombres y el 83% de las mujeres preferirían una relación seria y tradicional por encima de una sin compromisos.
Todo esto nos lleva a revisar los datos duros, mejor...
La evidencia es otra
Sí es posible que algunas personas no sean capaces de amar; de hecho, según la Sociedad Española de Neurología, cerca de un 10% de la población mundial sufre alexi-timia, desorden neurológico que no le permite a las personas afectadas entender las emociones que sienten y expresarlas bien con palabras.
Sin embargo, es peligroso colocar en el mismo saco a una generación y decir que, por su contexto y las herramientas con las que cuenta, es probable que la mayoría sufra de alexitimia.
La publicación académica Journal of Sex Research reportó en 2014 que no hay mucha diferencia entre el sexo casual o serio de nuestra generación y el de la generación pasada. La investigación se basó en datos de dos grupos de jóvenes: unos interpelados entre 2004 y 2012, y otros entre 1988 y 1996.
¿El resultado? Los jóvenes recientes no reportaron más parejas sexuales, más parejas durante el último año, ni mayor frecuencia sexual que los del milenio pasado. “No encontramos evidencia de cambios sustanciales en el comportamiento sexual que indiquen un patrón nuevo o profundo de sexo casual entre los estudiantes universitarios”, concluyó el estudio.
Por otro lado, sí hay cambios notables, pero no necesariamente llevan a concluir que estamos vacíos de amor: en setiembre de 2014, el Centro de Investigaciones Pew dijo que uno de cuatro millennials podría evitar el matrimonio por siempre. Ese año, en Estados Unidos, solo el 26% de los millennials estaban casados; en contraste, el 72% de los adultos de 1970 contrajo nupcias, mientras que ahora el dato es 51%.
El 44% de adultos jóvenes considera al matrimonio obsoleto, pero el 61% de la gente que no se ha casado quiere hacerlo algún día. Y si le preguntan a los estudiantes que apenas vienen saliendo del colegio, el 74% les dirán que casarse es importante.
“Vinimos al mundo con una poderosa suite de necesidades y comportamientos sexuales”, escribó Jeffrey Kluger en la revista Time. “Los millennials tenemos que luchar con todo eso de maneras que ninguna generación luchó, pero esta sigue siendo una lucha muy vieja, incluso aunque la estemos peleando con reglas muy nuevas”.
En lugar de sentenciar una vida sin amor, a los millennials nos deben tiempo para explorar colectivamente nuestro propio camino hacia el motor del mundo. Si no quisiéramos llegar al destino ni siquiera hablaríamos de la posibilidad de aterrizar.