¿Se imagina tener un automóvil con carrocería sumamente liviana, pero que a su vez sea más fuerte que el acero? Y, ¿un fármaco capaz de irradiar y acabar con las células cancerígenas sin perjudicar el tejido sano a su alrededor?
Esos son solo dos de los múltiples sueños que han surgido desde el descubrimiento de los nanotubos de carbono por parte del ingeniero japonés Sumio Iijima, hace 15 años.
Las diminutas estructuras en las que los átomos de ese elemento se unen para dar origen a minúsculos tubos –de un diámetro equivalente a la cincuentava parte del grosor de un cabello– dan origen a un material con magníficas características como una fortaleza mecánica superior a la del acero o la misma conductividad eléctrica del cobre.
Sin embargo, el alto costo de la fabricación de esas diminutas moléculas tubulares de carbono –de unos $500 por gramo– ha impedido que los nanotubos salgan de los laboratorios científicos y se comercialicen.
Ahora una técnica para la fabricación de esas estructuras, desarrollada por la química costarricense Jeannette Benavides Gamboa, podría cambiar dramáticamente esa realidad.
En su laboratorio en el Centro Espacial Goddard de la NASA, en Maryland, Estados Unidos, Benavides lleva seis años perfeccionando un método que permite confeccionar los nanotubos de carbono sin utilizar un metal como catalítico en el proceso.
El resultado es un “polvillo” donde hay millones de nanotubos que, a diferencia de aquellos creados por la técnica tradicional, no tienen rastro de metal en su estructura, son solubles y su producción puede llegar a costar tan solo $1 el gramo.
La técnica, desarrollada en colaboración con Henning Leidecker, fue patentada por la NASA.
Ahora la licencia de la patente fue concedida a la empresa Idaho Space Materials, en Boise, Idaho. Allí la técnica artesanal de Benavides ha pasado a aplicarse a escala industrial.
Revolución nanotecnológica. Según explicó la investigadora a La Nación, Idaho Space Materials puede producir unos 50 gramos de nanotubos de carbono cada hora, una escala industrial que permitirá dotar a decenas de centros de investigación del valioso material para que evalúen sus características y lo apliquen en sus experimentos.
Los nanotubos de Benavides son peculiares. El hecho de que son solubles en acetona y alcohol pronostica que se podrán agregar en forma homogénea a un polímero, como un plástico, brindándole la fortaleza que se busca.
Por su parte, la ausencia de metal en su estructura augura que podrían usarse en forma segura en aplicaciones biomédicas.
Aunque Benavides confiesa que no tiene una “bola de cristal”, ella estima que en un año, cuando muchos de estos centros terminen sus evaluaciones, será posible que su técnica llegue a la industria manufacturera y los nanotubos de carbono estén presentes en objetos que rodean nuestra cotidianidad.
Idaho Space Materials comercializa los nanotubos a $350 el gramo, pero Benavides aclaró que la NASA no otorgó la licencia en exclusiva, así que otras industrias pueden comprar la patente y desarrollar el material a un menor costo.
Por ejemplo, dice Benavides, una empresa como General Motors podría desarrollar sus propios nanotubos de carbono para confeccionar la carrocería de sus autos.
La científica costarricense recibirá regalías del uso de la patente, pero asegura que no obtendrá una fortuna con eso.
Benavides destacó, en cambio, que para ella el buen uso que se haga de su tecnología, sobre todo las aplicaciones biomédicas, es recompensa suficiente.