Nambí, Nicoya. En este verano caliente, Nicoya se convierte en el sitio más buscado de quienes disfrutan quitarse la sed con un buen vino de coyol.
Esta típica bebida se obtiene al cortar el coyol y hacer un orificio en la corona del tallo. En ese punto se acumula un líquido que se fermenta y queda listo para el consumo de sus fanáticos.
En improvisados ranchos de palma, los lugareños venden la bebida en medio de amenas tertulias y la alegre música de marimbas o de algún equipo de sonido.
Beber vino de coyol es una herencia de los indígenas chorotegas que se ha extendido y conservado en la provincia pampera.
La tradicional temporada de la bebida comienza en diciembre y se extiende hasta finales del mes de abril. En enero y febrero se obtiene el mejor vino de coyol.
Decenas de familias viven de este negocio en Santa Cruz y Nicoya.
Algunos consumidores prefieren visitar las coyoleras al mediodía, cuando el vino es dulce; otros llegan en la tarde, cuando el sabor de la bebida es más fuerte.
Si aparece el hambre, el tradicional vino se acompaña de gallina criolla, tortillas, vigorones y gallos de salchichón que prepara Jinneth Álvarez.
Emblema nicoyano. Una parada, casi obligada para los aficionados a esta bebida, es la comunidad de Nambí, que se ubica entre Nicoya y Santa Cruz.
Una de las coyoleras más conocidas allí es la de Tony Muñoz González, que hace 17 años llegó de San Francisco de Coyote, Nandayure y, allí montó el negocio.
Con este, Muñoz mantiene a su familia. “Ahora tengo 70 ‘palos’ en plena producción de buen vino”, expresó.
Cada palmera da hasta 60 botellas, y cada botella vale ¢700.