Sharm el-Sheij, Egipto. Reina Salguero Morales es una cabécar de 22 años del territorio indígena Tayní en Valle La Estrella, en Limón. Ella recorrió casi 12.000 kilómetros, su primer viaje en avión, para asistir a la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático (COP27) como parte de la delegación costarricense.
Una hilera de milagros, según contó, explican que llegara sana y salva pues no faltaron los sustos, las congojas y la desorientación.
Estudia diseño gráfico en la Universidad de Costa Rica (UCR) y es parte de la Red de Juventudes y Cambio Climático de Costa Rica. En marzo, concursó en “Operación COP-Juventudes Embajadoras por el Clima”, un programa que capacitó a 35 jóvenes sobre el tema para fortalecer la presencia juvenil en esas negociaciones multilaterales.
De ese grupo, se previó que viajaran cuatro y, en setiembre pasado, recibió la sorpresa de que era una de las elegidas. Un señor de su pueblo le regaló una maleta, su hermana Abigail le instruyó qué ropa y cosas empacar. Ximena Loría, a cargo de Operación COP, le dio un adaptador para los tomacorrientes y así empezó los preparativos.
Salió de su casa a las 5 a. m., del 4 de noviembre, rumbo a Valle La Estrella, junto con su papá, Javier Salguero Arias, y Abigail. Las hermanas tomaron después un bús a Limón y luego otro a San José. Aquel día, Reina compró dólares y durmieron en Heredia, en casa de unos amigos de la familia. El 5 de noviembre, Abigail y otro de sus hermanos, Javer, la llevaron al aeropuerto Juan Santamaría, en Alajuela.
“Cuando entré, me pareció como un centro comercial. Pero al poquito de caminar ya iba asustada; quería llorar cuando me despedí de mis hermanos”, narró.
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De Costa Rica voló a París, iba del lado de la ventana. Le habían dicho que el despegue era “horrible”, pero en realidad dijo haberlo disfrutado, pues le recordó la montaña rusa del Parque Nacional de Diversiones que conoció en un paseo de su colegio, el liceo rural Gavilán Vesta.
Aterrizó en la capital francesa el 6 de noviembre, cerca de la 1 p. m.. Apenas bajó del avión se sintió perdida. No entendía la rotulación, nadie le entendía a ella (solo habla cabécar y español) y perdió casi 30 minutos hasta dar con las salas de abordaje. Por suerte tenía cinco horas de escala antes del próximo vuelo.
Con frío, cansada y confundida, se llevó otro susto tratando de obtener señal de internet en el aeropuerto Charles de Gaulle. Tenía una urgente necesidad de escuchar la voz de su mamá y también de que alguien la ayudara para el registro o check in de su vuelo entre El Cairo y Sharm el-Sheij previsto para las 5 p. m. del 7 de noviembre.
“Estaba vuelta loca, porque eso solo se puede hacer 24 horas antes del vuelo, yo no sabía cómo y estaba en París”. Un colaborador de Operación COP, a quien consiguió por WhatsApp, le hizo el trámite.
Volando con ángeles
Resuelto el asunto del check in, se sentó más tranquila en el avión hacia El Cairo donde volvió a tocarle una ventana. El asiento al centro quedó vacío y en el que daba al pasillo iba una mujer.
La pasajera le preguntó su nombre, de dónde venía, a dónde iba y que cómo se iba a mover del aeropuerto a la ciudad. Con desconfianza, respondió que en un taxi. Entre señas y un revoltijo de palabras en inglés, francés y español, las viajeras vencieron la barrera del idioma. Resultó que la mujer estaba preocupada por Reina.
“Al final me cuidó como a una hija; fue mi ángel. Me dijo que oraría a Allah por mí y les hablaba en árabe a quienes nos preguntaron qué queríamos de comer”, recordó. Aquella mujer le me ayudó a llenar el formulario de Aduanas, le dejó a Reina su número telefónico, la instruyó cómo llegar a la ciudad y le regaló 400 libras egipcias (unos $17) para el taxi.
Hala Ahmed Faleh, de 61 años, también la abrazó cuando se despidieron. Ella, quien es egipcia, vive sola en El Cairo, tras enviudar hace ocho meses. Cuando se topó a la tica, volvía a Egipto al cabo de un mes en Francia visitando a sus hijos; declaró a un periodista de este diario, quien la contactó vía telefónica a su casa.
“Debes ponerte en el lugar de las demás; ayudarnos unas a otras. Es muy bonito que ella dijera que la ayudé, yo le conté a mis hijos también. Estoy feliz de haberla ayudado”, comentó en inglés Hala, este jueves.
En el vuelo, sintió a Reina perdida. De haber estado ella en su situación, expresó, habría querido la ayuda de alguien.
“Si le habla, dígale que le deseo lo mejor y toda la suerte del mundo, es muy inteligente y agradable. Dígale que si alguna vez vuelve a El Cairo, me gustaría invitarla a ella y a su familia a mi casa”, insistió, llena de emoción, al otro lado de la línea.
Reina aterrizó en Egipto el 6 de noviembre por la noche. Debía volar al día siguiente a las 5:20 p. m.. Según ella, se quedaría casi un día en el aeropuerto e iba a dormir sobre su equipaje. En la terminal de El Cairo, volvió a perderse hasta hallar a otra mujer rumbo a la COP27, quien la hizo cambiar sus planes.
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Jessica Vega Ortega es una indígena mixteca de Xico en el estado de Veracruz (México). Bajo ninguna circunstancia, relató a La Nación, iba a dejar a la tica quedarse en la terminal. Convinieron en hospedarse juntas y, luego de varios arreglos en el aeropuerto, partieron a El Cairo.
Vega dijo que entablaron amistad de inmediato como hermanas indígenas y la necesidad mutua de acompañarse por seguridad.
Iban todas desorientadas y, camino al hotel, las asaltó el miedo y la paranoia, pero Vega también concluyó que “es mejor andar perdidas pero juntas”. Ya en el hotel y sin sitios abiertos dónde comer, la mexicana compartió con Reina sus tortillas palmeadas y una porción de tasajo de Oaxaca: un tipo de carne de res deshidratada ahumada a la leña.
También es mejor cenar juntas cuando se está a miles de kilómetros de casa, dijo.
Temprano al día siguiente, tomaron un tour a las pirámides de Giza, incluido en la tarifa de su habitación; por la tarde partieron en el mismo vuelo a la COP27 ,donde aún se acompañan en actividades sobre poblaciones indígenas.
Dolorosa herida
Que alguien viaje por su cuenta desde Costa Rica hasta Egipto no es sorpresa para nadie; ni que lo haga un joven con hambre de aventura y conocer el mundo. Sin embargo, Reina tiene otro tipo de apetito.
Ya en la COP27, contó que sufrió mucho cuando de 18 años se fue a la universidad, a San José, pues siempre vivió rodeada de naturaleza, aprendió a cuidarla y vivir al aire libre, mientras saboreaba pipas, guayabas, bananos, nances y cacao, en el patio de su casa, en Tayní.
“Casi me muero, nunca había vivido en sitios con rejas y eso me afectó, también ver ríos sucios y tanta basura... Fue un choque y me deprimí”, explicó.
Ella es hija de Baudilia Morales Ruiz y sus hermanos son Javer El Ven Ami, Abigail y Moisés. Su abuelo, Leonardo Morales Morales, les inculcó la defensa de los territorios indígenas y a cuidar su riqueza natural.
“Fue tanto el robo de tierra que por eso empezó la declaratoria de territorios. Los que podemos salir de nuestras comunidades a decirlo y recordarlo, lo hacemos; salir, creo que fue…” La frase quedó a medias, la voz se le cortó.
Reina clavó la mirada en el techo del centro de prensa donde fue la entrevista y se puso a llorar. La mano derecha atajó la primera gota, un pañuelo que le dieron, las demás. Una respiración y de nuevo el pañuelo; luego un parpadeo rápido.
“Para mí ha sido profundamente doloroso, los pueblos indígenas tenemos mucho que aportar e intercambiar conocimiento y estar avanzadísimos en la protección ambiental”, recalcó.
Su ambición aquí, dijo, es instruirse y tejer contactos; es ver cómo solucionaron indígenas de otros países problemas de sus comunidades. Eso la atrajo a la Red de Juventudes y a Operación COP.
Ximena Loría Espinoza es parte de The Climate Reality Project de América Latina a cargo de Operación COP e integró el jurado que eligió el cuarteto que vino a Egipto. Fue ella quien pronunció el nombre de Reina y aseguró que tenerla en esta conferencia es histórico.
En la COP27, Reina interroga a otros indígenas sobre cómo resolvieron algo o cómo atendieron X problema, o bien, quién les ayuda y cómo. Les pide sus correos, teléfonos y escucha. Apunta todo y su voracidad por aprender crece.
“Necesitamos datos. En Costa Rica no se sabe cuántas personas con discapacidad viven en los territorios indígenas. Para hacer las cosas se necesitan datos y descubrir cómo vamos a obtenerlos. Nuestra seguridad alimentaria, la educación y la niñez son claves y todo pasa por tener datos”, explicó.
-¿Y qué va a hacer con los datos?
-Pues analizarlos y hacer que terminen reflejados en la salud de esa señora que siembra; en la educación de ese niño que estudia. Vine aquí a crear alianzas y abrirle espacios a otros indígenas para que vengan después. Esa es mi misión acá.
(*) Esta historia se produjo como parte de la Asociación de Medios de Cambio Climático 2022; una beca de periodismo organizada por la Red de Periodismo de la Tierra de Internews y el Centro Stanley para la Paz y la Seguridad.