A Elías, la pandemia de la covid-19 lo sorprendió en plena temporada baja. Como propietario de un restaurante que recién abría, en Quepos, sus ingresos dependían de la afluencia de turistas y, de repente, la gente dejó de llegar.
El dinero que tenía ahorrado para atravesar los meses de malas ventas, lo tuvo que invertir en mejoras de su local, el cual de todas formas tuvo que cerrar cuando se impusieron las restricciones sanitarias.
Para salir a flote, optó por vender platillos para llevar. Sin embargo, la angustia de tener que mantener a su familia y pagar las deudas, fue demasiado para él. A lo interno, la situación se le salió de las manos.
“Es muy doloroso. Me eché a morir en casa, ya nada me hacía gracia, los días todos eran grises, no dormía de noche. Subí casi 35 kilos de peso”, relató Elías.
Historias como la de este emprendedor revelan los estragos que causó la pandemia en la salud mental de los costarricenses.
Y no se trata de casos aislados, todo lo contrario, este se convirtió en un segundo frente de batalla que las autoridades de la salud debieron asumir durante el 2020.
Prueba de ello es que, a lo largo de ese año, los servicios de consulta externa, en la especialidad de Psicología, de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), brindaron 24.730 atenciones más, con respecto a las realizadas en el 2019.
En total, al cierre de ese año se contabilizaron 207.306 consultas, es decir, 568 cada día, o bien, 24 cada hora, en promedio.
Ese crecimiento interanual, en término relativos, fue de un 13,55%, el más alto de los últimos cinco años.
La cifra incluye a todos los pacientes atendidos en los distintos niveles de atención de la institución, desde los Ebáis hasta los hospitales, en todo el territorio nacional.
Estrés y ansiedad
De acuerdo con Marta Vindas, coordinadora nacional de Psicología de la Caja, la demanda de atención en salud mental venía creciendo desde el 2019, posiblemente asociada a una mayor conciencia de la población sobre la importancia de expresar sus síntomas psicológicos.
Sin embargo, en el 2020, entre quienes llegaron a consulta, se notó un claro patrón asociado a la pandemia.
Según datos suministrados por Vindas, en esta especialidad el diagnóstico más frecuente fue el de reacciones graves al estrés y trastornos de adaptación, con un 26% de los casos. Le siguen los trastornos de ansiedad, con un 21%, y los problemas asociados con el grupo primario de apoyo, con un 19%.
“Las personas expresan que esos días se han sentido un poco mal, no pueden dormir bien porque están muy asustadas, sudan, les duele el estómago, o les genera mucha angustia ver las noticias, o tienen miedo porque ya no pueden visitar a la familia. O las personas que salen a trabajar, tienen miedo de llegar a la casa y contaminarse, o contaminar a su familia (…). Esa es la constante demanda que hay”, afirmó Vindas.
Agregó que muchos otros pacientes relatan situaciones similares a la de Elías: los despidieron del trabajo o les redujeron la jornada y se quedaron sin recursos suficientes para solventar sus necesidades más básicas.
Un tercer tema recurrente fue la sintomatología asociada a conflictos intrafamiliares.
“Tuvimos que aprender a convivir con mis familiares dentro del mismo espacio, cuando anteriormente quedaba solo la mamá, que usualmente pasa así, o los niños, hay que supervisarlos porque ya no se desplazaban a la escuela. Todo eso generó que los síntomas emocionales se desbordaran”, explicó Vindas.
Otro nuevo grupo de pacientes que surgió con la pandemia, fue el de los familiares de quienes murieron por covid-19.
“Siempre se les dan primeros auxilios psicológicos y atención en crisis, pero si se identifica que hay una persona de la red de apoyo con alguna crisis que se sale de control, se hace la referencia al establecimiento de salud más cercano para darle continuidad”, precisó Vindas.
Relató además que la gran demanda incluso obligó a la institución a reorganizar sus servicios: “Lamentablemente tuvimos que priorizar también por diagnósticos, porque igual hay que seguir atendiendo a la población (...).
“Se priorizaron los pacientes con covid-19 y con síntomas de descompensación, cuando la persona pierde su funcionalidad, se priorizan estos diagnósticos sobre los que no eran tan de emergencia, de atención inmediata”.
Vindas añadió que la mayoría de las consultas ingresaron por medio de los Ebáis o de las áreas de salud, por ser el contacto más inmediato entre la Caja y las comunidades. Sin embargo, otros pacientes se captaron en los hospitales, durante la atención de otras especialidades.
Ocurrió, por ejemplo, con personas que llegaron por diabetes o ataques de asma, pero que también manifestaron síntomas de afectación a su salud mental y, por lo tanto, recibieron una referencia para el servicio de psicología.
Mayor crecimiento en la Región Brunca
Porcentualmente, la región del país donde más creció el número de consultas de este tipo fue la Brunca, que incluye a los habitantes de Pérez Zeledón, Buenos Aires, Coto Brus, Corredores, Osa y Golfito.
En esa zona, la consulta externa pasó de 4.652 atenciones en el 2019, a 8.005 en el 2020, lo cual representa un aumento del 72%, según los registros de la Caja.
Lidia Castellón, psicóloga del Hospital de Ciudad Neily, explicó que el incremento se debió a la decisión de aprovechar, al máximo, la telemedicina.
“Al estar ahora con telepsicología, ha venido a ayudar muchísimo y a disminuir el ausentismo (...). Creo que la telepsicología ha venido a concientizar a los usuarios de la necesidad de hablar, porque hay mucha gente que no habla y eso genera más ansiedad”, afirmó Castellón.
En segundo lugar aparece la Pacífico Central, donde se pasó de 14.583 atenciones en el 2019, a 16.935 en el 2020, para un incremento del 16%.
Esa región abarca a los vecinos de Quepos, Parrita, Garabito, Orotina, San Mateo, Esparza, Miramar, Chomes, Barranca y Puntarenas.
27 llamadas cada día al 1322
Otras personas buscaron ayuda psicológica por medio de canales extraordinarios que se habilitaron a causa de la emergencia.
Por ejemplo, el despacho de atención telefónica que habilitó el Colegio de Profesionales en Psicología, entre el 4 de mayo y el 31 de octubre, recibió un total de 4.090 consultas. Los 60 psicólogos que donaron su trabajo durante esos cinco meses tomaron, en promedio, 27 llamadas cada día.
Los pacientes se pusieron en contacto a través de la línea 1322 y del 9-1-1, desde los 82 cantones del país. Dos tercios de las llamadas las hicieron mujeres.
“Las mujeres llamaron más por angustia y ansiedad, los hombres tienden a llamar más por depresión. En las razones se reproduce la estructura patriarcal, la mujer se preocupa más por la salud de la familia y por las relaciones dentro de la familia, el hombre se preocupa más por el confinamiento y la situación económica”, afirmó el vocero del colegio, Marco Fournier, quien es psicólogo e investigador.
Según el especialista, un 61% de las personas que llamaron manifestaron síntomas de ansiedad, mientras que un 27% dio señales de depresión.
La atención que se les dio a dichos usuarios fue de contención. Fournier explicó que en una conversación de breves minutos no se puede dar terapia, pero sí es posible brindar alguna orientación y, principalmente, un espacio para que la persona se desahogue.
“En el momento en que la persona está intentando explicarle a la otra persona lo que está pasando, está tratando de comprenderlo ella misma y ese proceso de verbalización es importantísimo en psicología, y ya eso ayuda”, explicó Fournier.
Una cifra incierta que ninguna estadística oficial ha logrado captar, es la de las miles de personas que han experimentado una desmejora en su salud mental durante la pandemia, pero que no han accedido a ningún tipo de ayuda profesional.
Un estudio de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) estimó que hasta octubre del 2020, 1,3 millones de habitantes del país experimentaron una afectación importante en su salud mental.
Pobreza y desempleo pesan
Para Marco Fournier, el denominador común en múltiples casos “desgarradores” que se conocieron en el despacho de atención telefónica, fueron las carencias económicas que experimentaban las personas.
“Por ejemplo una señora en Bagaces, aquí en Guanacaste, son siete adultos que estaban viviendo de la pensión del papá, un señor de ochenta y pico de años, y era una pensión de alrededor de ¢100.000. Es decir, simplemente no estaban viviendo, tenían que estar buscando caridad, literalmente”, relató Fournier.
El especialista afirmó que las personas en pobreza, en general, han vivido una experiencia de pandemia más difícil no solo en el plano económico, sino también en el emocional.
Tal es el caso de quienes tienen la necesidad de salir a la calle a vender algún producto, pese al temor de contagiarse; las personas a las que no les alcanza el dinero para comprar una mascarilla; o las familias numerosas que debieron confinarse en casas hacinadas.
“Como me decía a mí una de las señoras: ‘mire, es que yo ni siquiera puedo darme una vuelta por la casa, para refrescarme, porque la casa no tiene espacio’”, comentó Fournier.
La encuesta de la UNED también encontró que las personas desempleadas y, en general, en condiciones de inseguridad laboral, son más propensas a padecer síntomas de depresión.
Este riesgo se materializó para más de medio millón de personas el año pasado, cuando el desempleo asociado a la crisis económica alcanzó un histórico 24%.
Por ese motivo, Fournier considera urgente que las personas se sepan comprendidas y acompañadas en el proceso de recuperación de los golpes de la pandemia.
Elías, por su parte, cuenta que él se encuentra en esa etapa. En lo económico, dice, la situación se puso aún más difícil pero que no baja los brazos.
De momento, prepara comida desde su casa y busca un trabajo que le permita ahorrar para volver a abrir su restaurante. En lo emocional, también está en proceso de reconstrucción: “Agarré todas mis partes y comencé a unirlas”.