Si la vida no es un cuadrilátero, si los momentos no son rounds, si las dificultades no son caídas en la lona, ni las cuentas regresivas oportunidades para levantarse, al final de lo menos que se habló fue de boxeo. Hanna Gabriel bajó la guardia, dejó de lado la imagen de mujer fuerte, empoderada, con músculos tonificados hasta en el alma, para confesar momentos de fragilidad y temor antes de levantarse como la luchadora en que ha convertido.
Si en cambio esto se trata de ponerse los guantes, sí hablamos a fondo de boxeo, de ese abuso sexual sufrido en la niñez, del silencio guardado, del momento de encarar, del empoderamiento femenino, de la voz que las mujeres deben aprender a usar (y lo hombres quizás más). Hablamos de un mundo mejor, el mundo que sueña para su hija De respeto, igualitario, el mundo que sueña para Mía, la pequeña de ensortijados cabellos negros que crecerá viendo a sus padres luchar (y boxear también).
En el diálogo, más que una entrevista con la campeona mundial de las 154 libras de la Asociación Mundial de Boxeo, se muestra la mujer que en su página de Facebook se autodefine como “boxeadora de profesión, mujer que abre camino y se supera día con día. Madre y Esposa. Humana ante todo”.
Hanna Gabriel se mostró motivada, sin ganas de retirarse a los 36 años. Se mostró ambiciosa, en busca de revancha contra Claressa Shileds, dos veces medallista olímpica y la única rival a la que no ha logrado vencer. Se mostró emprendedora, con un proyecto por aquí y por allá. Se mostró humana ante todo.