A José Jiménez los ojos se le hacen agua cuando recuerda la contundente frase de su madre. Para entonces, habían pasado cuatro años desde el accidente y él no hacía otra cosa que sobrevivir. Sobrevivir, salir con los amigos y tomar licor. "Así le agradece a Dios que lo haya dejado vivo" –le dijo ella a quemarropa–. Aquella sentencia lo detuvo de golpe. Lo sacudió. Lo llevó a darle un giro a la historia que el hoy maratonista paraolímpico comparte en este diálogo, a punto de cumplir su sueño de representar a Costa Rica en el más alto nivel.