El libro, cuyo título traducido sería "El arte de lo posible", mencionado hace unas semanas, de Benjamín y Rosamund Zanders, ha resultado ser una verdadera joya. Mezclo aquí algunas notas, unas de ellos, otras mías.
Lo significativo de este mes de enero, especialmente en estos primeros días de tanteo es su carácter de página en blanco. Nada en él es dato, todo es posibilidad. No quiere esto decir que podamos intentarlo todo, pero sí que la página en blanco es una invitación a salirnos de lo trillado, de lo conocido, de lo rutinario. Se puede intentar cambiar haciendo más de lo mismo, o se pueden acometer cambios más revolucionarios.
Se dice en las empresas que cuando se fija un objetivo tiene que ser cuantificable. Eso quizá porque todos los objetivos tienen que contribuir a las utilidades, las cuales son constantes y sonantes se pueden medir y se pueden traducir en sonoras monedas. Pero los objetivos cuyo logro hace más plenas las vidas de las personas, son más bien cualitativos y no cualitativos. Quien dedica tiempo a cuidar su jardín, no hace un estado de resultados en el cual conste cuánto más ingreso va a obtener a cambio de cuántos gastos y de cuánto tiempo. Si en la empresa basta con aumentar las utilidades, en la vida personal, lo hayamos pensado así o no, el objetivo superior es la felicidad. ¿Nos dará felicidad trabajar en este jardín y transformarlo en lo que estamos pensando?
En las empresas se anda hablando de calidad de las utilidades. Hace unos años todos estábamos de acuerdo en que el éxito consistía en aumentar las ventas. Hoy sabemos que es preferible no aumentar las ventas si para ello tenemos que venderle a clientes que podrían no pagarnos o si para ello tenemos que aumentar los inventarios con el consecuente costo y riesgo.
Estamos muy conscientes de lo económico porque la información al respecto nos llega por todos los sentidos: precios, ofertas, comparaciones, salarios. Estrictamente lo económico sólo se aplica a lo que es escaso. El pan y los libros, la gasolina y los habitaciones de hotel en la playa son bienes económicos porque son escasos. Lo que existe en abundancia no está sujeto a consideraciones económicas: el aire, el espacio, la imaginación, el sentimiento ante la belleza, la inclinación al bien, la búsqueda de explicaciones. Tener qué comer o qué leer son fenómenos económicos. Disfrutar de la comida o de la lectura son fenómenos del espíritu. Tener los medios para pasar unos días en un hotel de playa es un fenómeno económico. Poder disfrutar de la playa, o de la montaña, o del parque urbano, o de la habitación sosegada, son fenómenos del espíritu.
Lo económico es una área muy importante. Pero no es la única. Sería economicismo personal que todos nuestros objetivos fueran económicos. Hay otras áreas: en las cuales podríamos tratar de lograr cosas escribiendo en las páginas en blanco del año que empieza. ¿Aumentará nuestra felicidad el poder dedicar más tiempo a la poesía o a la música?Aprender cómputo o inglés aumentará nuestra capacidad productiva ¿Pero no aumentará nuestro bienestar si mejoramos nuestras destrezas en la práctica de un deporte, o en la expresión corporal que está en el corazón de la danza? Así como los buenos educadores se preocupan más por que sus estudiantes aprendan a aprender que por los resultados del próximo examen, es posible dejar de estar tan concentrados en el resultado concreto e intentar más bien la revitalización de otras fuentes de felicidad y de bienestar.
Podemos ver y cuantificar la cuenta de ahorros pero podríamos obtener frutos más permanentes de la disposición a dar afecto, de la aceptación de nosotros mismos y de la búsqueda del significado de nuestra propia existencia en medio de un mundo poblado de maravillas que van desde las galaxias hasta las partículas subatómicas.