Danilo Montero Rodríguez, director ejecutivo de la Oficina del Consumidor Financiero (OCF), tiene múltiples facetas. Es un orgulloso padre de tres ingenieros, ganadero, fotógrafo por afición y amante del senderismo de montaña, pasión que lo ha llevado nueve veces a la cima del Cerro Chirripó, el punto más alto de Costa Rica.
Llegó a la OCF hace seis años, en 2018, y aún no sabe quién lo propuso para el cargo. Economista de profesión, cuenta con más de tres décadas de experiencia en el sector financiero, en cargos dentro de la banca, el mercado de valores y entidades reguladoras.
“Tengo una visión desde diferentes lados del mostrador”, asegura. Uno de los motivos que lo llevó a aceptar el puesto en la OCF fue su deseo de impulsar la educación financiera, basado en su experiencia de 25 años como docente en el Instituto Tecnológico de Costa Rica (Tec) y en la Universidad de Costa Rica (UCR).
Montero, de 63 años, dice que vivió su infancia entre cafetales en Moravia, siendo originario de una familia con limitaciones económicas. Es el segundo de tres hermanos. Con una mezcla de orgullo y nostalgia, asegura que su madre, Angélica Rodríguez, ya fallecida, lo motivó a estudiar Economía, a pesar de que ella apenas logró terminar la primaria.
“Cuando yo estudiaba, se sentaba conmigo a conversar sobre la inflación, tasas de interés y tipo de cambio. Tenía una intuición espectacular. Ella tenía visión para los negocios; cuando falleció, le dejó algo de platita a mi tata”. Sobre su padre, Nicolás Montero, de 88 años, señala que es una persona “correctísima hasta la pared de enfrente”.
Cursó la primaria en la Escuela Pilar Jiménez y la secundaria en el Colegio Napoleón Quesada, ambos en Guadalupe de Goicoechea. De este último, destaca la calidad de los profesores que lo formaron.
Además de Economía, se graduó en Administración de Negocios en la UCR. Posteriormente, obtuvo una maestría en Finanzas en Puerto Rico. Entre su larga lista de empleos, fue administrador del Aeropuerto Internacional Juan Santamaría durante un año. “Esa es otra de mis pasiones, la aviación. Fue la primera carrera que quise estudiar, pero mi familia no tenía los recursos para pagarla, así que la descarté”, comenta. Recuerda que laboró en la terminal aérea en los inicios de los años 1990 y se instalaron las primeras pantallas para mostrar los itinerarios de los vuelos.
Montero es padre de tres varones: Adrián, de 38 años; Luis, de 35; y Juan, de 32. Los tres son ingenieros en electrónica, software e industrial, respectivamente. Está divorciado desde hace 15 años. Asegura que tiene una relación muy cercana y divertida con sus hijos. “Todos tenemos la voz parecida, y cuando nos llaman por teléfono, las personas se confunden, así que hacemos bromas. Tengo una relación muy linda y me llevo muy bien con ellos”, comenta sonriendo mientras añade: “Por fin, el mayor me hizo abuelo, Julián nació en los primeros días de setiembre”.
Aficionado del beisbol, la fotografía y el senderismo
Rompiendo esquemas, Montero no gusta del fútbol; su interés está en el béisbol, afición que desarrolló desde niño por influencia de su papá, a pesar de que este era futbolero. “En mi casa siempre veíamos la Serie Mundial de Béisbol: los Rojos de Cincinnati, los Atléticos de Oakland, los Filis de Filadelfia. Me parece un deporte honesto, me hubiera encantado aprenderlo y jugar en el center field”. Sus hijos tampoco son aficionados al fútbol. “No les llama la atención; a uno de ellos, si le toca mejenguear, lo hace”.
En sus tiempos libres, Montero se dedica a la fotografía, una afición que ha cultivado durante décadas, por lo que cuenta con una colección de cámaras. Calcula que tiene un inventario digital de 15.000 imágenes y se ha especializado de manera autodidacta. “He subido nueve veces al Chirripó y cada vez que puedo, traigo fotos diferentes”. Asegura que las fotos que toma son para su satisfacción personal, no para impresionar a expertos. Prefiere fotografiar la naturaleza y paisajes, en lugar de retratos.
Montero destaca su afición por el senderismo de montaña, que ha practicado en Costa Rica, México, Perú, Nicaragua y Panamá. En muchas de sus travesías lo acompaña su primo hermano, Ronulfo Jiménez, a quien describe como su “hermano mayor” quien también es economista y docente universitario.
Se define como “muy poco sociable” y se considera privilegiado de tener un grupo reducido de amigos con quienes se mantiene cercano. Asegura que no es fiestero. “No soy de tragos y tengo más de 30 años de no tomar Coca-Cola”, aclara.
Otros de sus pasatiempos incluyen la lectura. “Tengo montañas de libros”, comenta, y señala que prefiere el género de novela histórica. También disfruta de la ganadería, que desarrolla en una finca ubicada en Sarapiquí. “Se me salió el campo una vez más y tengo una pequeña finca de ganado desde hace 10 años”, señala.
Montero compartió que tiene un tío sacerdote, hermano de su papá, Gabriel Enrique Montero (Fray Enrique), obispo emérito de la Diócesis de San Isidro de El General en Pérez Zeledón. Es uno de los cuatro hermanos que sobreviven de un total de 12. “En la niñez éramos como 60 primos”, recuerda, y agrega: “Y eso que el tío cura no cuenta”.
Defensor de la educación financiera
Respecto a su experiencia al frente de la OCF, Montero relata cuáles han sido los momentos que más lo han marcado. Uno de ellos fue atender a un joven sobrendeudado que le confesó haber considerado seriamente quitarse la vida. “¿Qué hace un economista frente a una declaración de este tipo? Me pregunté: ‘Dios, ¿qué puedo hacer?’ Pero creo que el muchacho no lo hizo. Bendito Dios, algo le aportamos; lo hemos seguido hasta donde podíamos. Era una situación muy complicada”.
Otro ejemplo que menciona es el caso de Coopeservidores. “Dramático, en personas mayores que han perdido su dinero y vivían de los intereses. Ahí se comprueba que estamos chuecos en materia de educación financiera, no hemos sido efectivos. Las entidades invierten en esto, pero no estamos logrando llegar a la gente”. Montero considera que el tema de las inversiones debe analizarse con educación y con la ayuda de especialistas en psicología, porque entran en juego la ambición y el miedo.
“La gente se mueve en función de esos dos extremos, y se observa en todos los inversionistas del planeta. La ambición: ¡qué belleza ser millonario! Pero, ¡qué miedo perder el dinero! Puede ser que algunas personas (de Coopeservidores) hayan tomado decisiones en función de obtener más rendimientos. No hemos logrado lo que recomiendan los especialistas: diversificar las inversiones. Eso lo vemos en todos los países”, señala.
Montero no profesa ninguna religión. “Converso todos los días con el de arriba. Sí creo en Dios, porque me ha bendecido con mis hijos, la mamá de ellos, los amigos, la salud y tener a mi padre. No voy a misa, pero me encanta tomar fotografías de iglesias”, concluye.