Patricia Leitón
Cualquier jefe de hogar a quien no le alcanza el dinero, comprende fácilmente el déficit fiscal. Dicho déficit, al igual que en cualquier hogar, surge cuando se gasta más de lo que se tiene y hay que pedir prestado.
Pedir prestado no siempre es malo. Si la deuda es para financiar inversiones que generarán recursos en el futuro, dichos ingresos podrán servir para pagar la deuda, pero parte del problema costarricense es que se pide prestado para pagar gastos corrientes (como salarios y pensiones). Es como si una familia pidiera dinero prestado para comprar la comida.
Se siente por varias vías. Según la encuesta de Unimer para La Nación , publicada en agosto pasado, el 44% de los habitantes desconoce qué es el déficit fiscal; no obstante, viven sus secuelas todos los días.
Una de las más visibles es el colapso en las calles por falta de mantenimiento, o la saturación en las cárceles producto de la inversión pública que no se ha realizado durante años.
Otra forma de sentir los efectos del déficit es cuando una persona va a solicitar un préstamo y se enfrenta con cuotas elevadas producto de que las tasas de interés son altas. Esto ocurre, en parte, porque el Estado demanda muchos recursos y presiona constantemente las tasas.
El déficit más alto actualmente es el del Gobierno Central, que el Ministerio de Hacienda lo estima, para este año, en un monto equivalente al 5% de la producción; no obstante, también hay otras entidades del sector público que afrontan déficit, como el Banco Central, o algunas instituciones, que, si se suman, lo suben a 5,8%.