Tengo un muchacho enfrente, vestido con camisa morada, de pie al otro lado del mostrador. El muchacho es el puente que me separa de la comida que aliviará mi hambre y, sobre todo, mi gula.
Es una escena cotidiana... casi todos los días, casi todos nosotros pasamos por esta misma situación: esperamos a que una persona tome nuestra orden y nos dé comida, sea chatarra o casera o ultrasaludable. Eso no es importante. Lo importante es ese punto de encuentro en el mostrador, cuando uno pide y el otro atiende. Así nos alimentamos en el mundo capitalista.
Pero este encuentro con el muchacho vestido con camisa morada es particular. No porque no me vaya a cobrar, o porque me vaya a atender mal, o porque su trato sea mal intencionado o desagradable. Es todo lo opuesto. Pero este encuentro es particular porque el muchacho no me puede escuchar.
El muchacho es sordo.
Se llama Andrés Quesada Torres, aunque también podría llamarse Jenny Villalobos o Darlene Guzmán o Jocelyn Contreras. Sobran opciones porque en Taco Bell Costa Rica labora una población de discapacitados que asciende a 67 personas, lo que convierte a la empresa en uno de los mayores empleadores de personas con discapacidad en el país.
De esas 67 personas –que constituyen aproximadamente el 10% del cuerpo total de empleados de la cadena de restaurantes de comida rápida–, casi la mitad son sordos. Otros tantos tienen alguna discapacidad cognitiva, e incluso hay un hombre a quien le falta un brazo.
Pequeña gran idea
El muchacho sordo que tengo enfrente, al otro lado del mostrador, me muestra un menú y, sin mayor complicación, nos entendemos. Mi orden se tramita sin retrasos y, pronto, el muchacho se encarga de despachar a la fila de clientes que sigue a mis espaldas.
Tengo que hacer una confesión en este momento: tengo una debilidad preocupante por la comida rápida. Intento mesurarla, he intentado combatirla, pero todos mis caminos conducen a un combo 1, agrandado, coca sin hielo, por favor.
Esa misma afición a este tipo de restaurantes me ha hecho visitar con cierta penosa regularidad varias sedes en la Gran Área Metropolitana. Pero no fue sino hasta hace poco que noté la presencia de empleados –cajeros, misceláneos, preparadores– sordos y con otras discapacidades en los restaurantes de Taco Bell, a cualquier hora del día.
Eso solo demuestra que, cuando tengo hambre, soy un pésimo observador: la iniciativa nació hace casi diez años, gracias a un hombre: Mauricio Rodríguez, gerente de operaciones de Taco Bell Costa Rica.
Su hijo, Esteban, tiene un padecimiento cognitivo. Tras graduarse de primaria en el Centro Nacional de Educación Especial Fernando Centeno Güell, Mauricio y Esteban se dirigieron al Colegio Técnico Profesional de Calle Blancos. Allí conocieron a Ileana Chacón Mora, coordinadora del departamento de educación especial de ese centro educativo, quien le explicó que el colegio insiste en enseñar un oficio a sus estudiantes para prepararlos y que sean útiles en su vida adulta, más allá de sus discapacidades.
“La coordinadora se enteró de que yo trabajo en Taco Bell”, recuerda don Mauricio, “y me preguntó: ¿por qué en Taco Bell no hay muchachos especiales?”. Mauricio se quedó en blanco y espetó la respuesta más honesta posible: porque nunca les habían preguntado.
–¿Les gustaría?– preguntó Chacón.
–Claro– respondió don Mauricio.
Pronto, la misma Chacón Mora comenzó a asistir a los cursos de preparación que Taco Bell ofrece a sus nuevos empleados. La mujer se educó en todos los menesteres propios del quehacer de la compañía en sus niveles más básicos y elementales; fue así como identificó las tareas que los muchachos con discapacidad podrían realizar con mayor facilidad, la mejor forma para que se adaptaran a la línea de trabajo y, sobre todo, a los mejores candidatos para germinar el proyecto.
El primero fue un muchacho sordo. Don Mauricio no recuerda su nombre, pero sabe que ya no trabaja en Taco Bell: se marchó por su cuenta para explorar nuevas posibilidades. Hace tres años, en el restaurante cercano al Teatro Nacional, se estrenó la primera cajera sorda.
¿Pobrecito quién?
No hizo falta mucho papeleo ni negociaciones con los jerarcas de la compañía. Cuenta don Mauricio que desde la administración de la empresa le dieron luz verde inmediata al proyecto. Le dijeron es su idea, hágalo. No fue necesario que pasara mucho tiempo antes de que ese proyecto creciera y se convirtiera en una de las banderas de la empresa.
Hoy, Taco Bell Costa Rica cuenta con entrenadores que saben la lengua de señas de Costa Rica (Lesco), así como reclutadores y una psicóloga que domina la comunicación por señas. Cada vez más miembros del equipo están entrenándose en ese lenguaje.
Al tiempo, la cultura de inclusión se fortalece cada vez más dentro de la compañía. Cada seminario de empleados cuenta con un intérprete Lesco y don Mauricio asegura que la empresa está dispuesta a colaborar con otras compañías que deseen emular su modelo para ofrecer más opciones de trabajo para las personas con discapacidad; un modelo que se basa en una premisa elemental: no se permite el “pobrecito”.
“La mayor dificultad que estas personas tienen a la hora de desempeñarse en un trabajo la imponen los patronos, no ellos”, dice. “Son los propios patronos los que asumen que una persona sorda no va a poder trabajar, en lugar de probarlos para que les demuestren que en efecto sí pueden. Uno tiene que dejar de limitarse y dejar que ellos demuestren su capacidad”.
Tal ha sido el éxito de la iniciativa que incluso ha sido meritoria de reconocimiento por parte de la corporación Taco Bell a nivel mundial. Brian Niccol, CEO de la operación global de Taco Bell, fue atendido por una cajera sorda durante una visita a nuestro país. Niccol no sabe español, pero no le hizo falta: la comunicación entre un extranjero y un sordo fue fluida y sin problemas.
Hay que subrayarlo: el proyecto es propio de Taco Bell Costa Rica, no a nivel mundial.
“Este tipo de iniciativas gustan mucho a lo interno de la compañía”, explica el gerente. “Nuestros administradores y demás gente que ocupa puestos importantes han empezado, todos, como colaboradores. Es decir, que ingresaron a la empresa en áreas de limpieza y preparación. Entonces somos muy dados a dar oportunidades a gente que no las ha tenido antes”.
Es, precisamente, la falta de acceso a oportunidades lo que preocupa a las personas con discapacidad. Byran Umaña perdió un brazo en un accidente de tránsito. Aunque trabajaba con su papá, le preocupaba no poder encontrar un trabajo que le permitiera independencia económica. Cuando se enteró de que en Taco Bell Costa Rica se le daba un chance de empleo a personas con discapacidad, presentó su caso y no dejó de insistir hasta conseguir un puesto.
Ligia Torres también estaba preocupada. El tiempo solo incrementaba sus dudas porque conforme su hijo, Moisés, crecía, el fantasma del poco acceso a trabajo para una persona sordomuda como él se hacía más grande en la cabeza de su madre.
Eso cambió cuando Moisés consiguió una oportunidad para trabajar en Taco Bell, donde ahora pasa la mayor parte de su tiempo, donde ha hecho amigos y ha dejado atrás los temores y las frustraciones que angustiaban a su madre.
El tiempo tiene formas curiosas de cerrar ciclos. La vida le devolvió a Moisés una oportunidad para devolverle favores a su madre: Ligia también consiguió trabajo en la cadena de restaurantes. Su entrenador fue su propio hijo, Moisés.
Corrección: Esteban Rodríguez, hijo de Mauricio Rodríguez, tiene un padecimiento cognitivo y no síndrom de Down como se estipuló inicialmente.