Caracas AP El taxista Michel Bompart abraza con fuerza una batería recién comprada para su automóvil, luego de una noche de incertidumbre agobiado por el temor de ver frustrada, una vez más, su intención de reponer el acumulador que le robaron en un centro comercial de Caracas.
“Uno tiene que hacer cola para todo. A mí me robaron la batería y tuve que pasar tres días aquí para poder comprar”, contó Bompart, uno de los cientos de conductores que hacen fila durante un día o más frente a un local comercial del este de la capital venezolana para adquirir alguna de las pocas baterías para automóviles existentes. Muchos llegan en grúa y deben empujar sus vehículos mientras avanza la larga fila, de unos 400 automóviles.
No todos lo logran. El número de baterías para la venta es limitado y a veces no alcanza para satisfacer la demanda.
En Caracas, con más de seis millones de habitantes, apenas hay un puñado de comercios donde se pueden conseguir baterías.
Las privaciones diarias comienzan a irritar a los venezolanos, que se ven obligados a invertir buena parte de su tiempo en hacer fila para adquirir desde pañales desechables hasta repuestos para sus automóviles.
“Antes ibas a cualquier sitio y las conseguías; ahora no” , se quejó el taxista de 34 años, con los ojos enrojecidos por la noche sin dormir.
Desde el 2006, los venezolanos vienen enfrentando problemas de desabastecimiento, pero en los últimos dos años, la escasez se ha agudizado debido a que el Gobierno redujo la venta de divisas oficiales, lo que les ha impedido a muchas empresas comprar en el exterior materias primas, repuestos y equipos.
Según críticos del Gobierno, el control de los precios de productos de primera necesidad, los engorrosos trámites para transportar o almacenar los productos y las expropiaciones de empresas, desalientan las inversiones y constituyen las principales causas de la escasez.
La falta de baterías también se ha convertido en un problema de seguridad: uno de los mayores temores de los automovilistas es quedarse varado a cualquier hora del día en Venezuela, uno de los países más violentos de la región.
Circular con una batería defectuosa es riesgoso porque “existe la posibilidad de quedarse varado y queda uno a expensas de que pueda ser atracado” , lamentó Federico Borges, un comerciante de 65 años.
Las baterías, además, son objeto de robo, porque pueden ser revendidas por hasta 10 veces el valor del precio regulado.
El salario mínimo en Venezuela es de 7.324 bolívares ($1.162 a la tasa oficial de 6,30 bolívares por dólar), pero menos de $25 dólares según la cotización de la divisa en el mercado negro, ampliamente utilizado para establecer muchos de los precios de los bienes.
Venezuela ha registrado en los últimos nueve años una de las mayores tasas de inflación de la región a pesar de tener control de precios y cambio desde 2003. El año pasado, la inflación fue de 68,5%.
Los analistas asocian los problemas de inflación y desabastecimiento al agotamiento del modelo de controles y a un crecimiento del gasto público que ha llevado el dinero circulante en la economía a niveles nunca vistos.
El ministro de Transporte, Haiman El Troudi, recientemente comentó que “hasta hace muy poco en Venezuela (se) producía el 100% de las baterías que consumía, lamentablemente una empresa decidió cerrar las puertas y abarcaba el 40% del mercado” .
Pese a que las autoridades tienen casi un año sin publicar el indicador de escasez, algunos analistas han estimado que el desabastecimiento ha alcanzado niveles históricos.